3. Al descubierto

—¿De verdad te vas a casar, desgraciado?—explotó Zaira, gerente de imagen.

—Calma, mi amor, las cosas no son lo que parecen—responde Sergei, tratando de apaciguar a aquella fiera.

—Pues a mí me parece que ya no le vas a hablar a tu papá sobre lo nuestro. ¿Acaso estoy equivocada? ¿O todavía estás esperando “EL MOMENTO APROPIADO”?

—Baja la voz, por favor…

—Es que ya estoy harta, Sergei, estoy harta de esperar por ti, harta de tus desplantes, de tus excusas, de tus mentiras.

—Mi amor, esto no es una mentira. Es un negocio de mi padre, una de esas “alianzas estratégicas”, pero esta vez me tocó a mí secundarlo. Debo simular, al menos por un año, un matrimonio feliz…

—¿Sabes qué? No me interesa. No necesitas darme explicaciones y yo no quiero escucharlas. No quisiera tener que volver a oír aquella historia de que “por razones corporativas” no puedes llevarle la contraria a tu padre.

Sergei la vio retirarse. Él sabía bien que sí era capaz de llevarle la contraria a su padre, pero lo cierto es que en esta ocasión no tenía ganas de hacerlo. Se quedó un momento allí, mirando a la distancia, y luego se dirigió a su oficina.

Estuvo revisando los reportes de varias empresas pertenecientes a la corporación y se detuvo en un problema legal que había en una ensambladora de autos en la ciudad de Uliánovsk, a doce horas de distancia. Era probable que aquello pudiera ser manejado por los abogados de la empresa, pero había un delicado precedente en este caso y Sergei quería asegurarse personalmente de darle una solución definitiva al problema. Llamó a su secretaria y le dijo:

—Por favor, Greta, toma nota de una lista de seis cosas que quiero que hagas.

La secretaria, de inmediato, contesta:

—Estoy preparada, señor, dígame qué necesita.

Como piloto experto, Sergei, a toda velocidad, dispara:

Primero: Consigue uno de los juegos de copias certificadas de los registros de la ensambladora en Uliánovsk. Me traes eso, junto con una copia simple de todo el juego. Segundo: Llama a Shevchenko y dile que hay problemas con ese registro, que voy saliendo para allá, que espere mi llamada. Tercero: Llama a Ninette, en el aeropuerto, y dile que me consiga un vuelo a Uliánovsk, para dentro de una hora. Cuarto: Llama a nuestro hotel allá y asegúrate de que mi suite esté lista, con ropa para dos días, y que me envíen la limusina al aeropuerto. Quinto: Te dejo aquí el portafolio. Coloca adentro los documentos que te pedí y déjalo abierto para yo revisar. Sexto: Dile al chofer de aquí que esté listo y alerta para que me lleve al aeropuerto a abordar el avión. Tomo una ducha y me cambio de ropa. Tienes diez minutos. Apúrate con eso.

—En seguida, señor.

Quince minutos después, Sergei iba en una limusina camino del aeropuerto. Desde atrás, le habló a su chofer:

—Calculé que nos va a tomar media hora llegar hasta el aeropuerto. ¿Qué opinas tú, Walter?

—Veinticinco minutos, señor.

—Bien. Así me gusta.

El paisaje en la ciudad siempre se ve lleno de vida. Los altos rascacielos y el increíble diseño urbano declaran, mil y una vez, la maravilla del ingenio humano. La gente va y viene, desapareciendo en la maraña de calles. Parecen perder su propia identidad, parecen fundirse todos con una entidad superior, el alma misma de la ciudad, que lo absorbe todo.

Sergei no podía dejar de pensar que tal vez la vida en la ciudad aliena a los hombres y los convierte en autómatas. Olvidan la relación primitiva que tienen con el polvo y la tierra, de donde fueron tomados. Ignoran, además, el origen celeste, de dónde vienen, y el destino final, hacia dónde van.

Estaba consciente de que él mismo era un pequeño bote perdido en ese gran mar. Solo es posible tener una visión completa cuando se contemplan las cosas desde arriba, o cuando se mira el mundo desde el interior de una limusina que viaja a toda velocidad…

—Ya llegamos, señor— anuncia Walter, mientras le abre la puerta a Sergei para que salga.

—¡Caramba! ¿Ya llegamos? ¿Seguro que fueron veinticinco minutos?

—Más o menos, señor— responde el chofer, con una sonrisa.

Sergei se encamina hacia la entrada principal del aeropuerto, atraviesa la entrada y se dirige hacia la zona de pasajeros. Saca el teléfono y se dispone a hacer una llamada, pero de inmediato lo vuelve a guardar pues logra divisar, a la distancia, a Ninette, quien lo espera en el punto de control de acceso. Allí le da el boleto de avión y se despide:

—¡Que tenga buen viaje!

—Gracias.

Atravesó el Check In, con los respectivos controles, y llegó hasta el área de embarque, donde calculó que aún tenía tiempo para comer algo ligero en el restaurante. Al volver del restaurante, aún faltaban once minutos para la hora de salida de su avión. Caminó hacia la puerta que indicaba su boleto, luego se detuvo, sacó el teléfono e hizo una llamada:

—¡Aló, Nina! Soy yo, tu amor imposible […] Sí, sí, sí… Voy para allá, ya casi estoy montado en el avión. Si quieres nos vemos. Si quieres te paso buscando. [...] Bien. Muy bien. Asegúrate de estar lista en dos horas.

Cuando estaba terminando la llamada, ya se escuchaban los altoparlantes que anunciaban la salida de su avión. Pasó por la puerta de acceso, siguiendo  una línea de personas. Minutos más tarde, ya estaba volando a Uliánovsk.

Una hora y cuarenta minutos tardó el avión en llegar a su destino. Cerca de la salida, Sergei sacó el teléfono e inició otra llamada:

—¡Shevchenko! Ya estoy aquí en Uliánovsk. Pensaba ir primero al hotel, pero prefiero, antes, ir contigo al ayuntamiento para resolver esto de una vez. Yo voy directo para allá y allá te espero.

Miró a su alrededor, y decidió llamar al hotel para darles su ubicación y preguntar por la limusina. A los pocos minutos, llegó el auto con las insignias del hotel. El chofer se bajó y le abrió la puerta.

—Hola, Igor. Vamos al edificio del ayuntamiento. Hay un problemita que quiero arreglar allí.

—Claro, señor, de inmediato.

Más tarde, Sergei discutía con Dimitri Petrov, funcionario del ayuntamiento, quien fue responsable de imponer una sanción y un cierre temporal a la ensambladora de autos del grupo Stepanov.

—Le informo, señor Stepanovich, que su ensambladora de autos está en situación de ilegalidad, porque el registro no ha sido actualizado siguiendo la providencia más reciente, la de mayo de este año. No establece claramente la naturaleza de la actividad que realiza de la forma que indican las directrices que se especifican allí. Se les dio un periodo de seis meses a las empresas para alinearse a esta providencia, y aún su empresa no se ha puesto al día en este requerimiento.

—Amigo Dimitri, ya eso lo hicimos desde el primer momento en que fue publicada esa providencia. El nuevo registro fue firmado y sellado por esta misma dependencia. ¿Ahora no aparece? Lo que usted está haciendo es un abuso de poder. ¿Usted tiene idea de la magnitud de las pérdidas por un día en que la ensambladora no abra sus puertas?

Dimitri observaba a Sergei de manera impasible, conservando una sonrisa casi burlona. Pero su rostro se tornó en terror cuando vio entrar a un hombre alto de pelo blanco, vestido de saco y corbata. Dimitri Lo miró y dijo:

—¡Juez Shevchenko!

El juez saludó a Sergei y le dijo:

—Ya estoy aquí. Déjame manejar esto. Dame la documentación que trajiste.

Sergei le entregó los papeles, salió y esperó afuera.

Quince minutos después, salió el juez, le entregó las copias simples ahora selladas con sello húmedo y firmadas como recibido por Dimitri. Luego le dijo a Sergei:

—Ya fue reversada la sanción, ya no va a haber ningún cierre.

—Es increíble el grado de corrupción que uno encuentra a veces en estas dependencias. Pareciera que si se mueve dinero, estos funcionarios creen que tienen que recibir su parte, y el monto que ellos digan, más allá de los impuestos que se pagan—expresa Sergei.

—Sabes que puedes demandarlos ¿verdad?

—Claro que lo sé, y puedes tener por seguro que lo voy a hacer. Estas cosas no se deben dejar así. De verdad te agradezco tu ayuda y la rápida respuesta.

—No hay de qué. Para eso estamos los amigos.

Ambos hombres se despiden y Sergei aborda de nuevo la limusina. Pocos minutos más tarde, después de hacer una llamada, le ordena al chofer desviarse a cierta dirección para recoger a alguien, una mujer llamada Nina…

A llegar al punto de encuentro, Sergei le dice al chofer:

—Esa es.

Señalaba, en una esquina, a una pelirroja alta de exuberantes curvas y cara de ángel. Ella lucía un vestido rojo que mostraba toda su belleza.

Igor salió del vehículo y le abrió la puerta a la chica, quien al entrar saludó a Sergei con un profundo y húmedo beso.

—No sabes cómo te he extrañado, mi amor—señala Nina.

—Y yo a ti, mi cielo—corresponde Sergei.

—¿Por qué no habías venido a verme?

—Cosas del trabajo.

—Bueno, ya no importa. Ya estás aquí.— lo besa otra vez y, recogiéndose el vestido, se sienta a horcajadas sobre él…

—Calma… Guarda un poco para el hotel...—advierte Sergei.

Minutos más tarde, el chofer se detuvo en la entrada del hotel. Se bajaron Sergei y Nina, y apareció un botones que tomó el portafolio de Sergei. Caminan lentamente hacia el lobby y luego hacia la recepción del hotel.

La recepcionista Saluda:

—Bienvenido, Señor Stepanovich. Su suite está lista, tal como lo ordenó.— le entregó las llaves al botones, quien los condujo hacia el ascensor y luego hasta la entrada de la habitación.

Una vez en la habitación, saltaron con violencia sobre la cama. Él estaba sobre ella y ella tenía sus piernas alrededor de él, mientras ambos se fundían en un beso interminable. Ambos dieron rienda suelta, por largas horas, a toda una furia de deseos que parecía contenida por días, meses o años.

Más tarde, después de casi agotadas las energías de los amantes, Sergei estaba sentado sobre la cama, mientras Nina estaba en el baño.

Sonó el teléfono de Sergei. Él no quería contestar, pero decidió hacerlo, al darse cuenta de que era una llama de Irini.

Él contesta:

—¡Hola! ¿Cómo está la prometida más prometida de todas? Realmente no esperaba una llamada tuya, después de que te molestaras así conmigo esta mañana.

—No sé qué quiere decir eso de “la prometida más prometida”, pero sí quería pedirte disculpas por haberte hablado fuerte. Meditando hoy sobre eso, me doy cuenta de que no hay una verdadera razón para que yo me moleste contigo.

En ese preciso instante, viene saliendo Nina del baño, y grita:

—¿Dónde está mi semental? ¿Ese potro salvaje ya está listo para una cuarta ronda de pasión y de sexo?

Sergei al teléfono:

—¡Aló! ¡Aló! ¡ALOOOOOO!...—Ya no había nadie al otro extremo de la línea.

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