—Ya es hora de que nos divorciemos, ¿no crees, Sheila? Sentada en el despacho de su esposo, porque él la había mandado a venir, la Señora Zimmel sentía que su corazón acababa de romperse y pulverizarse dentro de su pecho. Hacía apenas unas pocas horas había regresado del hospital, dónde el médico le había informado de una noticia que la había hecho muy feliz, pero ahora, el mundo entero se derrumbaba bajo sus pies. —Entonces es cierto, lo que publican los tabloides y lo que se comenta por todo Londres.- los azules ojos de ella se llenaron de lágrimas, mientras luchaba contra el enorme nudo que aprisionaba su garganta.- tienes una amante y pretendes casarte con ella. —Así es. Stella y yo nos hemos estado viendo desde hace meses. Intenté mantenerlo en secreto por respeto a ti, pero las cosas se salieron de control cuando ese paparazzi nos atrapó saliendo del hotel hace dos semanas. No creo que esto te esté tomando por sorpresa, después de todo esta farsa de matrimonio hace tiempo sobr
Ocho años después: Viajar de negocios a New York, siempre le resultaba inquietante a Marco, porque a pesar de que la gran manzana estaba a miles de millas de Miami, permanecer durante varios días en Estados Unidos le hacía pensar inevitablemente en Sheila. Llega un momento en la vida de un hombre, en que ya no es suficiente sentirse exitoso en la arena comercial, también comienza a considerar el plano personal y familiar para tener una medida de su propia valía, y a pesar de que las empresas Zimmel le otorgaban reconocimiento como empresario y hombre de negocios brillante, capaz de ampliar un conglomerado centrado en la industria cosmética y la farmacéutica exitosamente hacia la rama de la perfumería, en su fuero interno, Marco se sabía un fracasado. Con dos matrimonios concluidos en divorcio, y uno más amargo que el otro, por supuesto. Con dos ex esposas muy distintas y un ejército de ex amantes, cualquier hombre se sentiría satisfecho de sí mismo y de la vida que llevaba pero ése
Acudir a este evento, esta noche fue un error. Pensó ella por decimoquinta vez en las dos horas que llevaba allí. El baile benéfico anual del hospital Angels Memorial era uno de los acontecimientos sociales más seguidos por la prensa y sin duda una ocasión para que la élite presumiera sus abultadas billeteras. Suspiró aburrida Greg la había invitado y no había encontrado excusa válida que dar para no asistir, siendo él el director general del hospital y un cirujano de renombre internacional, no había podido rehusarse. —La verdad es que no te comprendo. Tienes a ese hombre prácticamente babeando por ti, y aquí estás, jugando con la aceituna del cóctel que pediste hace media hora.— protestó Marissa y ella la miró de medio lado. —Greg no babea por mí, simplemente quiere mejorar su staff convenciéndome de venir a trabajar para él, aquí, al Angels. —¿En serio?— preguntó su amiga indignada.— ¡hombre! Y yo que juraba que él quería hacerte venirrrr, de otro modo. Ella rió por lo bajo,
—Pierde usted su tiempo. Aquí no encontrará lo que busca.— murmuró Sheila defensivamente.— además, los regalos no deseados siempre pueden ser devueltos, Signore (señor). El misterioso caballero sonrío, elevando la comisura de su sensual y esculpidos labios, ella tragó en seco. —¿Parle leí la lingua italiana?( ¿Hablas italiano?)- susurró. —Io parlo un Piccolo italiano, tropo Piccolo e tropo male.( Hablo italiano muy poco y muy mal) Esta vez el sujeto sonrió, mostrándole una hilera de blancos y perfectos dientes. —Me ha parecido que lo hablas bastante bien. —Si usted lo dice.—masculló ella, dándole la espalda. Se levantó una ráfaga de viento y tembló, abrazándose a sí misma en un intento por mantenerse caliente. ¡Maldición! Pensó. No debí dejarme convencer por Marissa para usar este vestido, adentro, con la calefacción no noté el frío, pero aquí afuera la cosa es distinta. Sin previo aviso, una prenda masculina cayó sobre sus hombros, y Sheila se volteó para dar un paso atrás a
—¿Te gusta lo que ves, caramelo?—ronroneó el confiado felino. —Eres bien parecido, ¿para qué negarlo?— susurró ella. Él rió divertido. —¿He logrado despertar tu curiosidad?— insistió él. —Usted no, sino la posibilidad de saber una cosa sobre mí misma que llevo tiempo preguntándome. —¿Y eso es…? A su edad, creía que era imposible que pudiera sonrojarse por algo, pero lo estaba haciendo justo en ese instante. Llenándose de valor, prosiguió. —Quiero saber si realmente soy una perra frígida. —Auch, ¿quién te dijo eso?—susurró él, sorprendido. —El idiota de mi ex. Sheila no podía creer que realmente estuviera haciendo aquello, al arribar al parqueo de su hotel, se llenó de valor y le preguntó a su acompañante si ya era demasiado tarde para aceptar la copa que le había ofrecido. Él había contestado que la noche era aún muy joven y la había acompañado al lounge del hotel, dónde se habían sentado. Al entrar habían llamado mucho la atención, ya que sin darse cuenta, ambos habían con
Dos horas después, llegó Marissa, hecha un torbellino. Le contó a que su noche de pasión con su chico había sido intensísima e inmejorablemente placentera, pero se negó a dar detalles. Sin embargo, elevó una ceja curiosa ante el estado de desarreglo de la habitación del hotel y casi se le salen los ojos de las órbitas cuando le mostró los chupetones, pero, ni corta ni perezosa, Marissa la ayudó a aplicarse el maquillaje adecuadamente y recogiendo sus maletas salieron disparadas en un taxi en dirección al aeropuerto. Regresar a su vida, y a su rutina de trabajo, se le hizo extraño; sobre todo porque aún estaba muy fresca en su mente la increíble experiencia sexual que había disfrutado en Nueva York. Sin embargo, y aunque había aprendido algo muy de importante sobre sí misma, tomó la decisión de no llamar al misterioso hombre que la había hecho despertar a los placeres carnales tan expertamente. Después de todo, se dijo a sí misma, él es italiano y lo nuestro habría sido una aventura
La figura trajeada e imposiblemente alta entró a su oficina, ocupando casi todo el espacio de la puerta y tragó en seco. —Buenas tardes “ señorita” Stevens.- murmuró él, en su acento británico cortante y frío. —Di lo que quieres y lárgate, Marco. —Oh, por favor querida. ¿ Qué sucede con tus modales?— rió él acercándose. —No los tengo contigo. Tú resurrección después de tanto tiempo no puede significar nada bueno. —Bueno, ya que quieres ir directo al grano…— susurró él, sentándose justo frente a ella.—confiesa, ¿Por qué has mantenido mi hija oculta de mí? Marco la vio palidecer y comprimir sus labios nerviosamente, un gesto que recordaba bien, ella siempre se comportaba así cuando estaba nerviosa. —No se de qué me hablas.— respondió elevando los hombros. Marco rodó sus ojos. —Sabes perfectamente bien de qué, o mejor dicho de quién te hablo. Aunque yo estaba perdido de borracho, a menos que quieras hacerme creer que me traicionabas con otro hombre, recuerdo que hace aproximadame
El viaje en auto desde el hospital Saint Therese hasta la mansión, se hizo de forma silenciosa e incómoda.Marco conducía su Saab rentado, lanzándole pequeñas miradas a su acompañante a través del espejo retrovisor. Sheila aprovechó el recorrido para responder llamadas y e-mails atrasados. Al llegar a la mansión, bajó rápidamente del coche, dirigiéndose hacia la puerta, la cual se abrió de golpe, dejando salir un bólido de cabellos negros y vivos ojos azules. —¡Mami!¡Ya llegaste, Mami!— chilló Victoria, corriendo a lanzarse a los brazos de su madre. —Sí, ya llegué a casa, bebé.—susurró ella , apretando a su hija entre sus brazos y llenándole el rostro de diminutos besos. —Ah, ya vi que conociste al amigo de abuelito.— comentó la niña. Mirando a Marco por sobre el hombro de su madre. —Sí, Vicky. El señor Zimmel fue muy amable al traerme desde el hospital. —Oh. Gracias, muchas gracias señor Kinnel por traer a mi mami. —No hay de qué. *** —Es muy bonito, ¿no mami?— comentó Vicky