Dos horas después, llegó Marissa, hecha un torbellino. Le contó a que su noche de pasión con su chico había sido intensísima e inmejorablemente placentera, pero se negó a dar detalles. Sin embargo, elevó una ceja curiosa ante el estado de desarreglo de la habitación del hotel y casi se le salen los ojos de las órbitas cuando le mostró los chupetones, pero, ni corta ni perezosa, Marissa la ayudó a aplicarse el maquillaje adecuadamente y recogiendo sus maletas salieron disparadas en un taxi en dirección al aeropuerto. Regresar a su vida, y a su rutina de trabajo, se le hizo extraño; sobre todo porque aún estaba muy fresca en su mente la increíble experiencia sexual que había disfrutado en Nueva York. Sin embargo, y aunque había aprendido algo muy de importante sobre sí misma, tomó la decisión de no llamar al misterioso hombre que la había hecho despertar a los placeres carnales tan expertamente. Después de todo, se dijo a sí misma, él es italiano y lo nuestro habría sido una aventura
La figura trajeada e imposiblemente alta entró a su oficina, ocupando casi todo el espacio de la puerta y tragó en seco. —Buenas tardes “ señorita” Stevens.- murmuró él, en su acento británico cortante y frío. —Di lo que quieres y lárgate, Marco. —Oh, por favor querida. ¿ Qué sucede con tus modales?— rió él acercándose. —No los tengo contigo. Tú resurrección después de tanto tiempo no puede significar nada bueno. —Bueno, ya que quieres ir directo al grano…— susurró él, sentándose justo frente a ella.—confiesa, ¿Por qué has mantenido mi hija oculta de mí? Marco la vio palidecer y comprimir sus labios nerviosamente, un gesto que recordaba bien, ella siempre se comportaba así cuando estaba nerviosa. —No se de qué me hablas.— respondió elevando los hombros. Marco rodó sus ojos. —Sabes perfectamente bien de qué, o mejor dicho de quién te hablo. Aunque yo estaba perdido de borracho, a menos que quieras hacerme creer que me traicionabas con otro hombre, recuerdo que hace aproximadame
El viaje en auto desde el hospital Saint Therese hasta la mansión, se hizo de forma silenciosa e incómoda.Marco conducía su Saab rentado, lanzándole pequeñas miradas a su acompañante a través del espejo retrovisor. Sheila aprovechó el recorrido para responder llamadas y e-mails atrasados. Al llegar a la mansión, bajó rápidamente del coche, dirigiéndose hacia la puerta, la cual se abrió de golpe, dejando salir un bólido de cabellos negros y vivos ojos azules. —¡Mami!¡Ya llegaste, Mami!— chilló Victoria, corriendo a lanzarse a los brazos de su madre. —Sí, ya llegué a casa, bebé.—susurró ella , apretando a su hija entre sus brazos y llenándole el rostro de diminutos besos. —Ah, ya vi que conociste al amigo de abuelito.— comentó la niña. Mirando a Marco por sobre el hombro de su madre. —Sí, Vicky. El señor Zimmel fue muy amable al traerme desde el hospital. —Oh. Gracias, muchas gracias señor Kinnel por traer a mi mami. —No hay de qué. *** —Es muy bonito, ¿no mami?— comentó Vicky
Había amanecido pero estaba inquieta. En algún lugar de la amplia mansión estaba él, Marco. Como un zombi salido de su tumba con el único propósito de perseguirla. Tras darse una ducha y lavarse la cabeza, seleccionó la ropa que llevaría a trabajar esa mañana. Salió de su cuarto justo cuando la niñera terminaba de vestir a su hija, y recogiendo la mochila de Vicky y su propio bolso, bajaron las escaleras. En el comedor las esperaba el señor Stevens, y Sheila se sorprendió. Usualmente, su padre dormía plácidamente hasta alrededor de las diez de la mañana. Era grandemente inusual verlo despierto tan temprano. —¡Buen día abuelito!— gritó Victoria, soltando la mano de su madre y corriendo a abrazar a su abuelo. —Buen día, princesa.—respondió el anciano, besando la frente de su nieta quién inmediatamente lo liberó de su abrazo, desviando la atención hacia la natilla de chocolate que la esperaba. —Padre, ¿dónde está Mar…digo, el señor Zimmel?—interrogó , tomando su lugar a la mesa. —Oh
Sentado en la orilla de la playa, perdido en sus propios pensamientos, Marco recibió una llamada telefónica. —Marco, muchacho.—comenzó el señor Stevens.— Sheila estará ocupada en el salón hasta muy tarde, su secretaria me acaba de llamar. ¿ Por qué no aprovechas la oportunidad y buscas a Vicky en su escuela? Ustedes podrían, no sé, ¿ir por un helado, tal vez? Marco se separó el celular de la oreja y miró el objeto con expresión de sorpresa.¿Estaba el señor Stevens ayudándolo? ¿En serio? —¿Estas ahí? ¿Puedes escucharme? —Sí, aquí estoy. —Bien. ¿Qué le respondo a la secretaria de Sheila? Hoy es viernes y casi siempre es ella quién recoge a la niña de la escuela los viernes. Una idea pasó como un relámpago por la mente de Marco, haciéndolo sonreír. —¿Podrías pasarme el número de la secretaria? Me gustaría hablar con ella directamente. El señor Stevens pareció meditarlo durante unos minutos, pero finalmente respondió. —De acuerdo. Cuelgo y te lo envío por SMS. 000 Sheila regresó
A medida que pasaban los días, más nerviosa se iba poniendo. Cada vez que su teléfono sonaba su estómago se lanzaba en caída libre hacia el suelo. —Debería llamarlo y cancelarlo todo. No puedo hacer esto.— protestó, caminando de un lado para otro dentro de su consulta y luego tomando su celular en las manos, nerviosamente. Marissa corrió hacia ella, quitándole el celular de las manos. —Oh,no, cariño. Dame eso. —Marissa, por favor, no puedo… —Oye, claro que puedes, y es más, ¡Lo harás! Date la oportunidad de salirte de tu rutina, de experimentar cosas nuevas. —¡Todo esto es un desastre!— protestó , dejándose caer tras su buró y ocultando su rostro entre sus manos. —Por supuesto que no. Mira, no tuviste una vida como cualquier otra adolescente. No viviste las experiencias normales de la edad, como salir y conocer muchachos, esas cosa. Te saltaste todo eso, yéndote a casar con el bombón inglés. Hizo una mueca. —En, fin, que después de dos años de absolutamente nada en tu matrimo
—He pedido vacaciones en el hospital. Su padre la miró con expresión de perplejidad. —¿Vacaciones, hija? ¿Te sientes mal? —No. He pensado que sería lo mejor estar cerca mientras Marco esté aquí. —Ah, ya veo. Estaban en el despacho de su padre en la mansión, bebiendo unas cervezas juntos. —¿Temes que él pueda poner a Vicky en tu contra? Ella jugueteó con el cuello de su vestido nerviosamente. —No lo sé. No conozco las intenciones de Marco. —Comprendo. —Además, en unos días Vicky saldrá de vacaciones de invierno, hace ya un buen rato que no pasamos tiempo juntas. Arthur sonrió, tiempo juntas era lo más que pasaban su hija y su nieta, pero no iba a contradecir a su hija. Sabía que ella estaba muy nerviosa por todo lo que estaba sucediendo. 000 —¿Podemos ir a la playa?— preguntó Vicky.— la casa a la que fuimos la otra vez me gustó mucho. —¿La casa en la playa?—preguntó Marco.— creí que la habías vendido. —No. No me desharía de ella, guarda los recuerdos más felices de mi inf
Mansión Zimmel, diez años antes: El auto frenó justo frente al jardín y de él se bajaron ella y Marco. Ella venía descalza caminando por sobre la suave hierba del césped, disfrutando de haber liberado sus pobres pies de los terriblemente altos tacones que se había visto forzada a ponerse para asistir al evento del que acababan de regresar. Marco la miró de soslayo, torciendo los labios. —Extremadamente antihigiénico e infantil de tu parte, ¿no crees? —Me duelen los pies.—explicó ella, en un susurro. —Cuando entremos pídele una aspirina a uno de los sirvientes. Ella había sonreído débilmente, si su esposo se limitaba a tomar su mano en público solo para guardar las apariencias, nunca la había besado y nunca la tocaba, era natural que mirase sus pies con asco. —Gracias, lo haré. Actualidad: Casanova besaba su empeine, mordiendo la piel de su pie, mientras la apretaba entre sus dedos. —¿Te gusta, cara? ¡ Estaba al borde de un desmayo! —Me gustan tus pies, son sexys.—susurró é