Tres semanas después, Marco estuvo listo para ser dado de alta del hospital, ya estaba fuera de peligro. Debía apoyarse en un bastón por un tiempo, pero el ortopedista le había asegurado que con tiempo y rehabilitación volvería a caminar. Los negocios los había dejado a manos del vicepresidente de la empresa, y había decidido no alarmar a sus padres. La salud de su padre era demasiado precaria como para alterarse por algo que ya no tenía remedio. Se sentía extraño, regresar a la mansión Stevens. Había sido un día lluvioso de febrero, y a Marco la pierna le dolía como los mil infiernos. —Vamos, no seas impertinente. Tómate tus medicamentos.— regañó a Marco, al ver que se reusaba a hacerlo.—Por Dios, Marco, deja de comportarte como un niño engreído. Toma tus analgésicos de una vez. Marco rodó los ojos, y se tragó los comprimidos, haciendo una mueca. —Eso es, buen chico. Ahora, vamos, voy a prepárate el baño. Marco palideció. —En serio…no estarás pensando en bañarme, ¿verdad? El
Aunque Arthur le había asegurado que no había ningún problema en que se quedara un tiempo más, después de todo la pierna aún le fallaba y podría sufrir un accidente si se iba a vivir solo, Marco no soportaba quedarse un día más en la mansión Stevens. Hizo un par de llamadas, necesitaba contratar una ama de llaves para que le mantuviese limpio el apartamento que se acababa de comprar, que le hiciera la colada, y ya de cocinar se encargaría él si tenía ánimo. Sheila y él no habían conversado sobre lo que había ocurrido entre ellos. Cada vez que ella intentaba disculparse, él la frenaba, diciéndole que todo estaba bien, pero que no quería hablar sobre aquello. Marco no quería continuar sufriendo. No quería continuar siendo una piedra de tropiezo para ella así que estaba planeando su mudanza al apartamento que había comprado, en un par de semanas. —¿Cómo te sientes hoy?—Susurró , entrando a su habitación, trayendole el desayuno. —Espléndidamente.—Murmuró él, fingiendo una sonrisa. Se
Sheila manejaba apretando el acelerador. ¿Y si Marco resbalaba y se caía en el baño? ¿ Y si su pierna fallaba y se golpeaba la cabeza? A su mente venían una y otra vez todos los peores escenarios imaginables. Había sufrido mucho cuando Marco había tenido su accedente, pensando en que había podido perderlo irremediablemente y ahora estaba al borde de la histeria de nuevo. Llegó al edifico y pidió subir al penthouse. El custodio de la puerta llamó a Marco y le permitieron subir al elevador. Su pecho estaba lleno de angustia, se sentía desesperada e inquieta. Le abrieron la puerta y se abalanzó sobre él. Rodeándole el cuello con los brazos y besándole con tal pasión que Marco no supo de qué otra forma reaccionar que no fuese devolviéndole los besos y apretándola por la cintura. Entrelazando sus dedos en el cabello de ella y hundiéndose en la fragancia a vainilla que lo envolvía. Ella rompió el beso, rápidamente recorriéndolo con sus manos en busca de lesiones o de sangre. El mied
—Nos casaremos de nuevo.— comentó él, tajantemente. —No. Marco gruñó. —¿Como puedo convencerte, darling?— interrogó, en tono suplicante._ ¿Te he dicho lo mucho que te amo? —Estas convenciéndome bastante bien. Sigue así por, no sé…unos…veinte años, y puede que lo reconsidere. —En veinte años seré un viejo. No seas tan cruel. Hagamos las cosas bien esta vez. Casémonos por amor y no por interés. —La primera vez que me casé contigo nuestro matrimonio fue un desastre. —Esta vez será diferente. Juro que seré tu esclavo, tu amo de casa si quieres. Te esperaré de regreso cada tarde con la cena hecha, te prepararé el agua para el baño, te llenaré la casa de orquídeas, te llevaré a bailar, juro que… Sheila colocó su dedo índice sobre los labios de él, y él sacó su lengua, lamiéndola. —No me casaré contigo, Marco. Has demostrado que eres un esposo pésimo pero eres un amante excelente. Marco enrojeció, poniéndose furioso. —¿Entonces esta será nuestra relación? ¿Sexo sin sentido hasta q
—Ya es hora de que nos divorciemos, ¿no crees, Sheila? Sentada en el despacho de su esposo, porque él la había mandado a venir, la Señora Zimmel sentía que su corazón acababa de romperse y pulverizarse dentro de su pecho. Hacía apenas unas pocas horas había regresado del hospital, dónde el médico le había informado de una noticia que la había hecho muy feliz, pero ahora, el mundo entero se derrumbaba bajo sus pies. —Entonces es cierto, lo que publican los tabloides y lo que se comenta por todo Londres.- los azules ojos de ella se llenaron de lágrimas, mientras luchaba contra el enorme nudo que aprisionaba su garganta.- tienes una amante y pretendes casarte con ella. —Así es. Stella y yo nos hemos estado viendo desde hace meses. Intenté mantenerlo en secreto por respeto a ti, pero las cosas se salieron de control cuando ese paparazzi nos atrapó saliendo del hotel hace dos semanas. No creo que esto te esté tomando por sorpresa, después de todo esta farsa de matrimonio hace tiempo sobr
Ocho años después: Viajar de negocios a New York, siempre le resultaba inquietante a Marco, porque a pesar de que la gran manzana estaba a miles de millas de Miami, permanecer durante varios días en Estados Unidos le hacía pensar inevitablemente en Sheila. Llega un momento en la vida de un hombre, en que ya no es suficiente sentirse exitoso en la arena comercial, también comienza a considerar el plano personal y familiar para tener una medida de su propia valía, y a pesar de que las empresas Zimmel le otorgaban reconocimiento como empresario y hombre de negocios brillante, capaz de ampliar un conglomerado centrado en la industria cosmética y la farmacéutica exitosamente hacia la rama de la perfumería, en su fuero interno, Marco se sabía un fracasado. Con dos matrimonios concluidos en divorcio, y uno más amargo que el otro, por supuesto. Con dos ex esposas muy distintas y un ejército de ex amantes, cualquier hombre se sentiría satisfecho de sí mismo y de la vida que llevaba pero ése
Acudir a este evento, esta noche fue un error. Pensó ella por decimoquinta vez en las dos horas que llevaba allí. El baile benéfico anual del hospital Angels Memorial era uno de los acontecimientos sociales más seguidos por la prensa y sin duda una ocasión para que la élite presumiera sus abultadas billeteras. Suspiró aburrida Greg la había invitado y no había encontrado excusa válida que dar para no asistir, siendo él el director general del hospital y un cirujano de renombre internacional, no había podido rehusarse. —La verdad es que no te comprendo. Tienes a ese hombre prácticamente babeando por ti, y aquí estás, jugando con la aceituna del cóctel que pediste hace media hora.— protestó Marissa y ella la miró de medio lado. —Greg no babea por mí, simplemente quiere mejorar su staff convenciéndome de venir a trabajar para él, aquí, al Angels. —¿En serio?— preguntó su amiga indignada.— ¡hombre! Y yo que juraba que él quería hacerte venirrrr, de otro modo. Ella rió por lo bajo,
—Pierde usted su tiempo. Aquí no encontrará lo que busca.— murmuró Sheila defensivamente.— además, los regalos no deseados siempre pueden ser devueltos, Signore (señor). El misterioso caballero sonrío, elevando la comisura de su sensual y esculpidos labios, ella tragó en seco. —¿Parle leí la lingua italiana?( ¿Hablas italiano?)- susurró. —Io parlo un Piccolo italiano, tropo Piccolo e tropo male.( Hablo italiano muy poco y muy mal) Esta vez el sujeto sonrió, mostrándole una hilera de blancos y perfectos dientes. —Me ha parecido que lo hablas bastante bien. —Si usted lo dice.—masculló ella, dándole la espalda. Se levantó una ráfaga de viento y tembló, abrazándose a sí misma en un intento por mantenerse caliente. ¡Maldición! Pensó. No debí dejarme convencer por Marissa para usar este vestido, adentro, con la calefacción no noté el frío, pero aquí afuera la cosa es distinta. Sin previo aviso, una prenda masculina cayó sobre sus hombros, y Sheila se volteó para dar un paso atrás a