Ocho años después:
Viajar de negocios a New York, siempre le resultaba inquietante a Marco, porque a pesar de que la gran manzana estaba a miles de millas de Miami, permanecer durante varios días en Estados Unidos le hacía pensar inevitablemente en Sheila.
Llega un momento en la vida de un hombre, en que ya no es suficiente sentirse exitoso en la arena comercial, también comienza a considerar el plano personal y familiar para tener una medida de su propia valía, y a pesar de que las empresas Zimmel le otorgaban reconocimiento como empresario y hombre de negocios brillante, capaz de ampliar un conglomerado centrado en la industria cosmética y la farmacéutica exitosamente hacia la rama de la perfumería, en su fuero interno, Marco se sabía un fracasado.
Con dos matrimonios concluidos en divorcio, y uno más amargo que el otro, por supuesto. Con dos ex esposas muy distintas y un ejército de ex amantes, cualquier hombre se sentiría satisfecho de sí mismo y de la vida que llevaba pero ése no era su caso.
Hacía años que su madre no le importunaba con comentarios cínicos refiriéndose a “ la burrada” que él había cometido al dejarse engatusar por una arribista ambiciosa y haber perdido a una joven tan decente y prometedora como Sheila, sin embargo, esta mañana las quejas de su madre habían resucitado con creces.
—¿Sabías que se hizo cirujana pediátrica?- comentó Cecilia a través del teléfono durante la llamada que le había hecho a la hora del desayuno.
—No, no tenía ni idea.
—Pues sí, está catalogada como una de las mejores de su país. ¡Oh, recibió un premio no hace mucho por innovar en la realización de una cirugía muy peligrosa, reduciendo el riesgo a las complicaciones y asegurando un mayor porcentaje de probabilidades de éxito!
—¿Lo estás leyendo directamente de la revista, madre?—preguntó Marco, sarcástico.
Cecilia liberó un gruñido, muy impropio de una dama tan educada y fina como ella.
—Es a lo que me he visto reducida. Por tus tonterías la muchacha se niega a cualquier contacto con nosotros. Desde la muerte de Celia hace dos años, los Stevens no nos tratan.
—Ya me he disculpado contigo millones de veces.- recordó él, exasperado.
—No soy yo quien merece escuchar tus disculpas, tu padre odia hablar de este asunto pero yo no tengo pelos en la lengua, aprovecha que estás allí y hazle una visita a tu ex esposa. No sé, invítala a almorzar, a cenar, a un café, o algo. Llévale flores, muestra algo de ese encanto que tan bien empleas para revolcarte con fulanas e intenta recuperar a la única mujer con la que has estado,en toda tu vida, que ha valido la pena.
Marco suspiró.
—Madre, por favor.
—¡Jum!- protestó ella.—eso mismo digo yo, por favor. Si sigues así, moriré antes de conocer a mis nietos.
Hubo un silencio en la línea y luego Cecilia prosiguió con voz entrecortada.
—No me gusta el rumbo que ha tomado tu vida, hijo. A tu padre y a mí no nos queda mucho tiempo sobre esta tierra y nos aliviaría mucho verte sentar cabeza y ser feliz.
—Lo sé, no te exaltes, mía cara , no es bueno para tu corazón.
—Lo que no es bueno para mi corazón es ver a mi hijo de treinta y dos años malgastar su tiempo con rameras temporales en vez de buscar una compañera de vida, una mujer que lo apoye y sepa construir un hogar a su lado.
—No creo que volverlo a intentar con ella logre eso, después de todo, ella es una mujer dedicada a su carrera. No tendrá tiempo para construir hogares y además, esos especialistas prácticamente viven en el hospital.
Cecilia volvió a bufar.
—Siempre fuiste demasiado listo para tu propio bien, mío piccolo diábolo(mi pequeño diablo).—Marco sonrío, su madre no lo llamaba así desde que tenía quince años.
— Bueno, lo intenté, soy tu madre, es parte de mi trabajo.
—Lo pensaré, ¿De acuerdo?- prometió.
—Con eso me basta.
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A regañadientes, había accedido a asistir a la de gala de aquella noche. Su día había sido un maratón de reuniones con accionistas, jefes de departamento y directivos. Realizaba viajes a América al menos tres veces al año, para supervisar las ramas de la compañía en ese país.
A pesar de que su agenda había estado más que apretada, la conversación con su madre se repetía en su mente una y otra vez. Sí, podía pagarle una visita de cortesía a su ex, a fin de cuentas, su padre, aunque ya retirado, era accionista mayoritario de las empresas Zimmel y él a su vez era miembro de la junta directiva del hospital Angels Memorial, pero no tenía ninguna intensión de reanudar una relación más íntima con Sheila, al fin y al cabo, su matrimonio nunca había sido apasionado, todo lo contrario.
Aquellos dos años junto a ella habían sido rutinarios, vacíos, irrelevantes, a Marco le parecieron una constante repetición de cenas elegantes sin motivo especial, acompañadas de silencios incómodos. Es cierto que después, en los tumultuosos años que viviría con Stella, se sorprendería más de una vez comparando a la rubia con su predecesora.
Donde su primera esposa había sido una persona calmada y serena , Stella expresaba sus opiniones a viva voz y con altanera, donde Sheila había sonreído amablemente ante un cumplido, Stella reía a carcajadas. Ante una crítica o recomendación, Sheila siempre había escuchado atentamente y mostrado respeto mientras que Stella se comportaba abiertamente arisca y beligerante.
Incluso, regresar a casa siempre hacía que las comparara porque Sheila lo había esperado, preguntándole por su día e interesándose por conocer los últimos acontecimientos de la empresa, mientras que Stella nunca estaba en casa para la hora de la cena, prestándole mayor prioridad a su carrera como modelo que al matrimonio de ambos.
Marco se llevó la copa de champagne a los labios, bebiendo un sorbo en lo que escaneaba el salón con la mirada.
«Dónde quiera que esté la doctora Stevens esta noche, han de estar pitándole los oídos.» Pensó.
Estaba a punto de tachar la velada como otra pérdida de tiempo, pomposa y elitista cuando su mirada cayó sobre la cremosa y suave espalda semidesnuda de una mujer. Una punzada de reconocimiento lo atravesó. La conocía de algún lugar, estaba seguro.A aquella sensual castaña la había visto antes.
¿Había sido alguna de sus amantes?
No lo tenía en claro.
Había estado con demasiadas mujeres, en demasiados cuartos de hotel, había tenido demasiadas aventuras de una noche, sin embargo nada de eso importaba, justo ahora solo tenía ojos para la hechicera del vestido negro.
Acudir a este evento, esta noche fue un error. Pensó ella por decimoquinta vez en las dos horas que llevaba allí. El baile benéfico anual del hospital Angels Memorial era uno de los acontecimientos sociales más seguidos por la prensa y sin duda una ocasión para que la élite presumiera sus abultadas billeteras. Suspiró aburrida Greg la había invitado y no había encontrado excusa válida que dar para no asistir, siendo él el director general del hospital y un cirujano de renombre internacional, no había podido rehusarse. —La verdad es que no te comprendo. Tienes a ese hombre prácticamente babeando por ti, y aquí estás, jugando con la aceituna del cóctel que pediste hace media hora.— protestó Marissa y ella la miró de medio lado. —Greg no babea por mí, simplemente quiere mejorar su staff convenciéndome de venir a trabajar para él, aquí, al Angels. —¿En serio?— preguntó su amiga indignada.— ¡hombre! Y yo que juraba que él quería hacerte venirrrr, de otro modo. Ella rió por lo bajo,
—Pierde usted su tiempo. Aquí no encontrará lo que busca.— murmuró Sheila defensivamente.— además, los regalos no deseados siempre pueden ser devueltos, Signore (señor). El misterioso caballero sonrío, elevando la comisura de su sensual y esculpidos labios, ella tragó en seco. —¿Parle leí la lingua italiana?( ¿Hablas italiano?)- susurró. —Io parlo un Piccolo italiano, tropo Piccolo e tropo male.( Hablo italiano muy poco y muy mal) Esta vez el sujeto sonrió, mostrándole una hilera de blancos y perfectos dientes. —Me ha parecido que lo hablas bastante bien. —Si usted lo dice.—masculló ella, dándole la espalda. Se levantó una ráfaga de viento y tembló, abrazándose a sí misma en un intento por mantenerse caliente. ¡Maldición! Pensó. No debí dejarme convencer por Marissa para usar este vestido, adentro, con la calefacción no noté el frío, pero aquí afuera la cosa es distinta. Sin previo aviso, una prenda masculina cayó sobre sus hombros, y Sheila se volteó para dar un paso atrás a
—¿Te gusta lo que ves, caramelo?—ronroneó el confiado felino. —Eres bien parecido, ¿para qué negarlo?— susurró ella. Él rió divertido. —¿He logrado despertar tu curiosidad?— insistió él. —Usted no, sino la posibilidad de saber una cosa sobre mí misma que llevo tiempo preguntándome. —¿Y eso es…? A su edad, creía que era imposible que pudiera sonrojarse por algo, pero lo estaba haciendo justo en ese instante. Llenándose de valor, prosiguió. —Quiero saber si realmente soy una perra frígida. —Auch, ¿quién te dijo eso?—susurró él, sorprendido. —El idiota de mi ex. Sheila no podía creer que realmente estuviera haciendo aquello, al arribar al parqueo de su hotel, se llenó de valor y le preguntó a su acompañante si ya era demasiado tarde para aceptar la copa que le había ofrecido. Él había contestado que la noche era aún muy joven y la había acompañado al lounge del hotel, dónde se habían sentado. Al entrar habían llamado mucho la atención, ya que sin darse cuenta, ambos habían con
Dos horas después, llegó Marissa, hecha un torbellino. Le contó a que su noche de pasión con su chico había sido intensísima e inmejorablemente placentera, pero se negó a dar detalles. Sin embargo, elevó una ceja curiosa ante el estado de desarreglo de la habitación del hotel y casi se le salen los ojos de las órbitas cuando le mostró los chupetones, pero, ni corta ni perezosa, Marissa la ayudó a aplicarse el maquillaje adecuadamente y recogiendo sus maletas salieron disparadas en un taxi en dirección al aeropuerto. Regresar a su vida, y a su rutina de trabajo, se le hizo extraño; sobre todo porque aún estaba muy fresca en su mente la increíble experiencia sexual que había disfrutado en Nueva York. Sin embargo, y aunque había aprendido algo muy de importante sobre sí misma, tomó la decisión de no llamar al misterioso hombre que la había hecho despertar a los placeres carnales tan expertamente. Después de todo, se dijo a sí misma, él es italiano y lo nuestro habría sido una aventura
La figura trajeada e imposiblemente alta entró a su oficina, ocupando casi todo el espacio de la puerta y tragó en seco. —Buenas tardes “ señorita” Stevens.- murmuró él, en su acento británico cortante y frío. —Di lo que quieres y lárgate, Marco. —Oh, por favor querida. ¿ Qué sucede con tus modales?— rió él acercándose. —No los tengo contigo. Tú resurrección después de tanto tiempo no puede significar nada bueno. —Bueno, ya que quieres ir directo al grano…— susurró él, sentándose justo frente a ella.—confiesa, ¿Por qué has mantenido mi hija oculta de mí? Marco la vio palidecer y comprimir sus labios nerviosamente, un gesto que recordaba bien, ella siempre se comportaba así cuando estaba nerviosa. —No se de qué me hablas.— respondió elevando los hombros. Marco rodó sus ojos. —Sabes perfectamente bien de qué, o mejor dicho de quién te hablo. Aunque yo estaba perdido de borracho, a menos que quieras hacerme creer que me traicionabas con otro hombre, recuerdo que hace aproximadame
El viaje en auto desde el hospital Saint Therese hasta la mansión, se hizo de forma silenciosa e incómoda.Marco conducía su Saab rentado, lanzándole pequeñas miradas a su acompañante a través del espejo retrovisor. Sheila aprovechó el recorrido para responder llamadas y e-mails atrasados. Al llegar a la mansión, bajó rápidamente del coche, dirigiéndose hacia la puerta, la cual se abrió de golpe, dejando salir un bólido de cabellos negros y vivos ojos azules. —¡Mami!¡Ya llegaste, Mami!— chilló Victoria, corriendo a lanzarse a los brazos de su madre. —Sí, ya llegué a casa, bebé.—susurró ella , apretando a su hija entre sus brazos y llenándole el rostro de diminutos besos. —Ah, ya vi que conociste al amigo de abuelito.— comentó la niña. Mirando a Marco por sobre el hombro de su madre. —Sí, Vicky. El señor Zimmel fue muy amable al traerme desde el hospital. —Oh. Gracias, muchas gracias señor Kinnel por traer a mi mami. —No hay de qué. *** —Es muy bonito, ¿no mami?— comentó Vicky
Había amanecido pero estaba inquieta. En algún lugar de la amplia mansión estaba él, Marco. Como un zombi salido de su tumba con el único propósito de perseguirla. Tras darse una ducha y lavarse la cabeza, seleccionó la ropa que llevaría a trabajar esa mañana. Salió de su cuarto justo cuando la niñera terminaba de vestir a su hija, y recogiendo la mochila de Vicky y su propio bolso, bajaron las escaleras. En el comedor las esperaba el señor Stevens, y Sheila se sorprendió. Usualmente, su padre dormía plácidamente hasta alrededor de las diez de la mañana. Era grandemente inusual verlo despierto tan temprano. —¡Buen día abuelito!— gritó Victoria, soltando la mano de su madre y corriendo a abrazar a su abuelo. —Buen día, princesa.—respondió el anciano, besando la frente de su nieta quién inmediatamente lo liberó de su abrazo, desviando la atención hacia la natilla de chocolate que la esperaba. —Padre, ¿dónde está Mar…digo, el señor Zimmel?—interrogó , tomando su lugar a la mesa. —Oh
Sentado en la orilla de la playa, perdido en sus propios pensamientos, Marco recibió una llamada telefónica. —Marco, muchacho.—comenzó el señor Stevens.— Sheila estará ocupada en el salón hasta muy tarde, su secretaria me acaba de llamar. ¿ Por qué no aprovechas la oportunidad y buscas a Vicky en su escuela? Ustedes podrían, no sé, ¿ir por un helado, tal vez? Marco se separó el celular de la oreja y miró el objeto con expresión de sorpresa.¿Estaba el señor Stevens ayudándolo? ¿En serio? —¿Estas ahí? ¿Puedes escucharme? —Sí, aquí estoy. —Bien. ¿Qué le respondo a la secretaria de Sheila? Hoy es viernes y casi siempre es ella quién recoge a la niña de la escuela los viernes. Una idea pasó como un relámpago por la mente de Marco, haciéndolo sonreír. —¿Podrías pasarme el número de la secretaria? Me gustaría hablar con ella directamente. El señor Stevens pareció meditarlo durante unos minutos, pero finalmente respondió. —De acuerdo. Cuelgo y te lo envío por SMS. 000 Sheila regresó