—Ya es hora de que nos divorciemos, ¿no crees, Sheila?
Sentada en el despacho de su esposo, porque él la había mandado a venir, la Señora Zimmel sentía que su corazón acababa de romperse y pulverizarse dentro de su pecho. Hacía apenas unas pocas horas había regresado del hospital, dónde el médico le había informado de una noticia que la había hecho muy feliz, pero ahora, el mundo entero se derrumbaba bajo sus pies.
—Entonces es cierto, lo que publican los tabloides y lo que se comenta por todo Londres.- los azules ojos de ella se llenaron de lágrimas, mientras luchaba contra el enorme nudo que aprisionaba su garganta.- tienes una amante y pretendes casarte con ella.
—Así es. Stella y yo nos hemos estado viendo desde hace meses. Intenté mantenerlo en secreto por respeto a ti, pero las cosas se salieron de control cuando ese paparazzi nos atrapó saliendo del hotel hace dos semanas. No creo que esto te esté tomando por sorpresa, después de todo esta farsa de matrimonio hace tiempo sobrepasó su fecha de vencimiento.
Ella rebuscó entre las cosas en su bolso hasta encontrar un pañuelo desechable y rápidamente procedió a secar las estúpidas lágrimas que corrían por su mejilla. Tomando un par de bocanadas de aire por la boca, intentó mantenerse en calma, el médico le había aconsejado mantenerse tranquila, sufrir emociones extremas podría hacerle daño a su tesoro. Marco estaba siendo demasiado cruel.
Su esposo acababa de confirmar lo que todo Londres murmuraba, Stella Knight era su amante. Sheila recordaba a la mujer bastante bien, ya que la imponente rubia era la modelo y rostro oficial de la fragancia “ Místerio” la última línea de perfume que la compañía Zimmel había lanzado…hacía dos meses.
Así que ese era precisamente el tiempo que su marido llevaba siéndole infiel, alrededor de dos meses.
—¿Acudiste a tu cita con el médico?¿Qué te dijo?—interrogó él.
Ella se aclaró la garganta, queriendo sonar lo más segura y serena posible.
—Los exámenes resultaron negativos. Sólo fue una falsa alarma.
—Perfecto. Eso agilizará mucho las cosas.
La mujer de veinte años contempló al hombre que estaba sentado tras el buró, y en ese instante no sintió absolutamente nada. Ni odio, ni rabia, ni cariño, solo latía en su pecho una diminuta semilla de pena. No por ella y mucho menos por él, sino por el secreto que sabía que debía guardar.
—Aquí están los papeles del divorcio.— continuó él, completamente ajeno a las gigantescas heridas que cada una de sus palabras abría en ella.—llévatelos y discútelos con tus abogados, creo que el acuerdo es justo y además…¡¿Qué haces?!
Ante la vista consternada de quien muy pronto sería su ex esposo, ella rasgó el sobre manila, notó que la firma de él ya estaba en ambas copias del documento, tomó un lapicero y con mano temblorosa firmó ambos, guardando uno dentro de su bolso y entregándole a Marco el otro. Llenando sus pulmones de aire se puso en pie, irguiéndose a todo lo que daban sus míseros uno sesenta.
—No es necesario dilatar esto. No creo que consultarlo con mis abogados sea aconsejable ya que esos viejos ambiciosos solo están interesados en hacer más largo este proceso y sacar una buena tajada por sus honorarios. Solo dime, ¿la casa de la playa en Miami, vuelve a ser mía?
Marco no salía de su estupefacción. En su mente había imaginado toda clase de posibles escenarios para cuando llegara este momento. Pensó que ella lloraría, rogaría o incluso amenazaría, pero jamás, JAMÁS imaginó que ella firmaría los papeles sin leerlos y sin siquiera protestar.
—S…Si. La casa en la playa, es tuya y además abrí una cuenta en el banco para ti. Veinte millones de dólares han sido depositados en ella, considéralos el cumplimiento del acuerdo prenupcial.
—Bien. Creo que no tenemos nada más que hablar, entonces. Adiós, Marco.—susurró ella, girando sobre sus talones y marchándose.
Marco no comprendía por qué, pero la entrevista con su ex esposa le había dejado un mal sabor de boca. El empresario y millonario de ascendencia italiana sentía en lo profundo de sus huesos que acababa de perder algo importante, algo más valioso que la mujer con la que había estado casado durante dos años. La mujer a la que su padre le había forzado a desposar y por la cual no sentía ni la menor pizca de apego.
******
Ella doblaba sus ropas lentamente.
Primero sus vestidos, luego las blusas, siguieron las faldas…se desesperó con la ropa interior y terminó metiéndola toda en una bolsa desechable y lanzándola dentro de su equipaje. Al final, todas sus pertenencias, todos sus esperanzas, todos sus sueños cabían perfectamente en dos maletas de viaje y sobraba espacio.
Dándole un último repaso a su habitación, para comprobar que no se olvidaba de nada, la muchacha cerró la puerta, el chasquido que ésta produjo sonó definitivo. El taxi que había llamado media hora antes ya la esperaba, el chofer la ayudó a guardar sus maletas y partieron rumbo al aeropuerto.
Mientras contemplaba los altos edificios londinenses pasar por su lado, recordó todos los errores que había cometido. Las empresas Zimmel , radicadas en Londres, eran las principales proveedoras de productos para el cuidado de la piel, tanto jabones dermatológicos y cremas naturales desde los años ochenta, luego Héctor, el padre de Marco, había ampliado los horizontes de la compañía al integrarse a la industria farmacéutica. Por otra parte, mi familia, los Stevens, somos los propietariios de tres de los hospitales más renombrados de Estados Unidos y varias clínicas, de ahí que a mediados de los noventa Héctor Zimmel y mi padre, Arthur se habían convertido en socios de negocios e incluso buenos amigos.
“Mi primer error fue enamorarme ciegamente de Marco durante unas vacaciones familiares compartidas en Hawai, había sido una curiosa e inexperta chica de dieciocho años y él un joven cínico y amargado de veinte."
Había sido una tonta, una ridícula, al creer que él sentía algo más por mí que la familiaridad de haber compartido reuniones familiares desde que ambos tenían uso de razón. Los Zimmel y los Stevens, habían compartido varios intereses económicos por décadas.
Mi segundo error fue confesarle a mi madre lo mucho que me gustaba Marco. Entre ella y Cecilia, la madre de él, convencieron a nuestros padres de que no había relación más destinada y perfecta que la nuestra.
Marco se negó rotundamente a los planes maritales de nuestros padres, sin embargo en pocos meses pareció recapacitar y comenzamos a salir. Nuestra boda se llevó a cabo en silencio, en una ceremonia íntima, en la mansión que acabo de abandonar aquí en Londres, desde ese día en adelante él se encargaría de hacerme sufrir desilusión tras desilusión.
En nuestra noche de bodas me sentó en su despacho y me explicó que nuestro matrimonio sería sólo de nombre, un arreglo por interés, por el espacio de un año y que concluido ese tiempo él me concedería el divorcio sin poner peros, dejándome en claro que se había casado conmigo por presiones de su padre y no porque sintiera lo más mínimo por mí. En mi ceguera e ingenuidad creí que podría hacerle cambiar de idea convirtiéndome en una esposa ejemplar.
Me uní a varias caridades, me interesé por los asuntos de la empresa, me las arreglé para tomar clases de cocina durante meses hasta obtener el estatus de chef, le cocinaba a diario, a pesar de que contábamos con sirvientes para ello y le recibía al llegar del trabajo cada día, con una sonrisa en los labios.
Es cierto que Marco nunca me maltrató. Ni física ni verbalmente pero siempre se mostró distante, frío, desinteresado y mientras más desinteresado él se mostraba más empeño ponía yo.
Fui una imbécil.
Mi tercer error fue hacerle las cosas demasiado fáciles. Nunca le reclamé que no me besaba, que no me tocaba. Nunca monté una escena de celos ante las múltiples mujeres que se atrevieron a coquetearle estando yo presente durante funciones públicas a las que asistimos durante nuestros dos miserables años juntos. Pensé que él había prolongado nuestro matrimonio de un año a más porque finalmente comenzaba a quererme. Quizá debí sospechar cuando comenzó a llegar a casa en la madrugada, habiendo comido fuera. Tal vez debí confrontarlo cuando comenzaron a correr los rumores de que tenía una amante…pero no lo hice, porque fui una cobarde y no quería perderle.
Una lágrima traicionera rueda por mi mejilla, y la hago desaparecer enojada.
La noche del lanzamiento de la fragancia “ Misterio” hace dos meses, la recuerdo perfectamente, porque la zorra de su actual amante tuvo la desfachatez de acercarse a mí y aconsejarme que me alejara de Marco por las buenas, antes de que hiciera un gran escándalo y yo quedara como una tonta ante todos. Guardé silencio en esa ocasión, planeando confrontar a mi marido cuando llegáramos a casa, pero para entonces ya eran las tres de las madrugada y tuve que lidiar con un Marco completamente borracho.
Y ahí cometí mi último y más grande error. Nublado por la bebida, él comenzó a hacerme el amor y yo estaba tan desesperada por una pizca de su atención que olvidé las dudas, olvidé las inseguridades, incluso borré de mi mente a la despampanante modelo y me entregué a sus caprichos, delirante de felicidad porque creí que finalmente se cumplían mis más profundos anhelos.
Sin embargo, a la mañana siguiente, Marco me acusó de aprovechada, de ser una vil manipuladora y me dejó bien claro que no se responsabilizaría si había consecuencias y que en caso de yo haber quedado embarazada él pagaría para que me hiciera un…un…No puedo ni siquiera pensar la palabra.”
El taxi se detiene frente al aeropuerto y ella se encamina hacia la zona de información. A pesar de todo, no ha sido un día tan terrible, un vuelo partirá hacia Estados Unidos dentro de media hora y tiene asientos disponibles. En clase de turista, pero eso es lo de menos. Para matar el tiempo, la chica entra a una tienda en el aeropuerto, y compra un peluche. Es un patico amarillo con un lazo plateado atado al cuello. Lentamente, se saca el anillo del dedo y lo ata al lazo en el cuello del peluche.
Ya cuando se produce el despegue, la muchacha se acomoda en su asiento y deposita una mano sobre su vientre, ausentemente, intentando consolarse de lo que nunca tuvo con lo que pronto tendrá en sus brazos.
Ocho años después: Viajar de negocios a New York, siempre le resultaba inquietante a Marco, porque a pesar de que la gran manzana estaba a miles de millas de Miami, permanecer durante varios días en Estados Unidos le hacía pensar inevitablemente en Sheila. Llega un momento en la vida de un hombre, en que ya no es suficiente sentirse exitoso en la arena comercial, también comienza a considerar el plano personal y familiar para tener una medida de su propia valía, y a pesar de que las empresas Zimmel le otorgaban reconocimiento como empresario y hombre de negocios brillante, capaz de ampliar un conglomerado centrado en la industria cosmética y la farmacéutica exitosamente hacia la rama de la perfumería, en su fuero interno, Marco se sabía un fracasado. Con dos matrimonios concluidos en divorcio, y uno más amargo que el otro, por supuesto. Con dos ex esposas muy distintas y un ejército de ex amantes, cualquier hombre se sentiría satisfecho de sí mismo y de la vida que llevaba pero ése
Acudir a este evento, esta noche fue un error. Pensó ella por decimoquinta vez en las dos horas que llevaba allí. El baile benéfico anual del hospital Angels Memorial era uno de los acontecimientos sociales más seguidos por la prensa y sin duda una ocasión para que la élite presumiera sus abultadas billeteras. Suspiró aburrida Greg la había invitado y no había encontrado excusa válida que dar para no asistir, siendo él el director general del hospital y un cirujano de renombre internacional, no había podido rehusarse. —La verdad es que no te comprendo. Tienes a ese hombre prácticamente babeando por ti, y aquí estás, jugando con la aceituna del cóctel que pediste hace media hora.— protestó Marissa y ella la miró de medio lado. —Greg no babea por mí, simplemente quiere mejorar su staff convenciéndome de venir a trabajar para él, aquí, al Angels. —¿En serio?— preguntó su amiga indignada.— ¡hombre! Y yo que juraba que él quería hacerte venirrrr, de otro modo. Ella rió por lo bajo,
—Pierde usted su tiempo. Aquí no encontrará lo que busca.— murmuró Sheila defensivamente.— además, los regalos no deseados siempre pueden ser devueltos, Signore (señor). El misterioso caballero sonrío, elevando la comisura de su sensual y esculpidos labios, ella tragó en seco. —¿Parle leí la lingua italiana?( ¿Hablas italiano?)- susurró. —Io parlo un Piccolo italiano, tropo Piccolo e tropo male.( Hablo italiano muy poco y muy mal) Esta vez el sujeto sonrió, mostrándole una hilera de blancos y perfectos dientes. —Me ha parecido que lo hablas bastante bien. —Si usted lo dice.—masculló ella, dándole la espalda. Se levantó una ráfaga de viento y tembló, abrazándose a sí misma en un intento por mantenerse caliente. ¡Maldición! Pensó. No debí dejarme convencer por Marissa para usar este vestido, adentro, con la calefacción no noté el frío, pero aquí afuera la cosa es distinta. Sin previo aviso, una prenda masculina cayó sobre sus hombros, y Sheila se volteó para dar un paso atrás a
—¿Te gusta lo que ves, caramelo?—ronroneó el confiado felino. —Eres bien parecido, ¿para qué negarlo?— susurró ella. Él rió divertido. —¿He logrado despertar tu curiosidad?— insistió él. —Usted no, sino la posibilidad de saber una cosa sobre mí misma que llevo tiempo preguntándome. —¿Y eso es…? A su edad, creía que era imposible que pudiera sonrojarse por algo, pero lo estaba haciendo justo en ese instante. Llenándose de valor, prosiguió. —Quiero saber si realmente soy una perra frígida. —Auch, ¿quién te dijo eso?—susurró él, sorprendido. —El idiota de mi ex. Sheila no podía creer que realmente estuviera haciendo aquello, al arribar al parqueo de su hotel, se llenó de valor y le preguntó a su acompañante si ya era demasiado tarde para aceptar la copa que le había ofrecido. Él había contestado que la noche era aún muy joven y la había acompañado al lounge del hotel, dónde se habían sentado. Al entrar habían llamado mucho la atención, ya que sin darse cuenta, ambos habían con
Dos horas después, llegó Marissa, hecha un torbellino. Le contó a que su noche de pasión con su chico había sido intensísima e inmejorablemente placentera, pero se negó a dar detalles. Sin embargo, elevó una ceja curiosa ante el estado de desarreglo de la habitación del hotel y casi se le salen los ojos de las órbitas cuando le mostró los chupetones, pero, ni corta ni perezosa, Marissa la ayudó a aplicarse el maquillaje adecuadamente y recogiendo sus maletas salieron disparadas en un taxi en dirección al aeropuerto. Regresar a su vida, y a su rutina de trabajo, se le hizo extraño; sobre todo porque aún estaba muy fresca en su mente la increíble experiencia sexual que había disfrutado en Nueva York. Sin embargo, y aunque había aprendido algo muy de importante sobre sí misma, tomó la decisión de no llamar al misterioso hombre que la había hecho despertar a los placeres carnales tan expertamente. Después de todo, se dijo a sí misma, él es italiano y lo nuestro habría sido una aventura
La figura trajeada e imposiblemente alta entró a su oficina, ocupando casi todo el espacio de la puerta y tragó en seco. —Buenas tardes “ señorita” Stevens.- murmuró él, en su acento británico cortante y frío. —Di lo que quieres y lárgate, Marco. —Oh, por favor querida. ¿ Qué sucede con tus modales?— rió él acercándose. —No los tengo contigo. Tú resurrección después de tanto tiempo no puede significar nada bueno. —Bueno, ya que quieres ir directo al grano…— susurró él, sentándose justo frente a ella.—confiesa, ¿Por qué has mantenido mi hija oculta de mí? Marco la vio palidecer y comprimir sus labios nerviosamente, un gesto que recordaba bien, ella siempre se comportaba así cuando estaba nerviosa. —No se de qué me hablas.— respondió elevando los hombros. Marco rodó sus ojos. —Sabes perfectamente bien de qué, o mejor dicho de quién te hablo. Aunque yo estaba perdido de borracho, a menos que quieras hacerme creer que me traicionabas con otro hombre, recuerdo que hace aproximadame
El viaje en auto desde el hospital Saint Therese hasta la mansión, se hizo de forma silenciosa e incómoda.Marco conducía su Saab rentado, lanzándole pequeñas miradas a su acompañante a través del espejo retrovisor. Sheila aprovechó el recorrido para responder llamadas y e-mails atrasados. Al llegar a la mansión, bajó rápidamente del coche, dirigiéndose hacia la puerta, la cual se abrió de golpe, dejando salir un bólido de cabellos negros y vivos ojos azules. —¡Mami!¡Ya llegaste, Mami!— chilló Victoria, corriendo a lanzarse a los brazos de su madre. —Sí, ya llegué a casa, bebé.—susurró ella , apretando a su hija entre sus brazos y llenándole el rostro de diminutos besos. —Ah, ya vi que conociste al amigo de abuelito.— comentó la niña. Mirando a Marco por sobre el hombro de su madre. —Sí, Vicky. El señor Zimmel fue muy amable al traerme desde el hospital. —Oh. Gracias, muchas gracias señor Kinnel por traer a mi mami. —No hay de qué. *** —Es muy bonito, ¿no mami?— comentó Vicky
Había amanecido pero estaba inquieta. En algún lugar de la amplia mansión estaba él, Marco. Como un zombi salido de su tumba con el único propósito de perseguirla. Tras darse una ducha y lavarse la cabeza, seleccionó la ropa que llevaría a trabajar esa mañana. Salió de su cuarto justo cuando la niñera terminaba de vestir a su hija, y recogiendo la mochila de Vicky y su propio bolso, bajaron las escaleras. En el comedor las esperaba el señor Stevens, y Sheila se sorprendió. Usualmente, su padre dormía plácidamente hasta alrededor de las diez de la mañana. Era grandemente inusual verlo despierto tan temprano. —¡Buen día abuelito!— gritó Victoria, soltando la mano de su madre y corriendo a abrazar a su abuelo. —Buen día, princesa.—respondió el anciano, besando la frente de su nieta quién inmediatamente lo liberó de su abrazo, desviando la atención hacia la natilla de chocolate que la esperaba. —Padre, ¿dónde está Mar…digo, el señor Zimmel?—interrogó , tomando su lugar a la mesa. —Oh