15 años después—¿De verdad no te da curiosidad? ¿Nada de nada? ¿Salir a ver el mundo, ir por Europa? Viajar, conocer… —preguntó Diana Hellmand mientras balanceaba los pies desde la popa del yate de los Garibaldi. Estaban todos anclados cerca de las Islas Griegas, los Garibaldi, los Hellmand y los Easton. Los tres señores de la mafia Europea con sus respectivas familias.Massimo se puso las manos detrás de la cabeza y se recostó con una mueca de satisfacción.—Ya no —respondió—. No somos iguales, mocosita. Yo ya he viajado mucho con mi padre y con Karim, ya hice mis estupideces, ahora es mi tiempo de ser juiciocito.—¡Pues vaya un aburrido que te has vuelto! —rezongó Diana—. Felicidades por tu vejez prematura, creo que le voy a preguntar a Karim si me quiere acompañar.Pero solo era una amenaza vacía, porque Diana sabía que Karim solo tenía ojos para todo lo que fuera tecnología, y que era incluso más centrado que Massimo.—¡Oye, oye, mocosa! —Massimo la retuvo de un brazo—. Para empe
Victoria sintió que la cabeza iba a estallarle del dolor, probablemente por todas las drogas que le habían metido para sedarla. Una bofetada medianamente dolorosa acabó de despertarla y miró alrededor horrorizada.No tenía ni idea de dónde estaba, y menos con quién, pero a su lado había al menos una docena de chicas tan aturdidas y asustadas como ella. Varios hombres paseaban por la habitación, revisando a las muchachas y llevándoselas.Uno de esos hombres se paró frente a ella; parecía un gigante y tenía un aspecto profundamente desagradable. Atrapó su barbilla, la miró bien por un segundo y luego le habló en perfecto italiano.—¿Eres virgen? —le preguntó, pero ella solo respondió con un sollozo, así que el hombre le dio otra bofetada que la hizo callarse al instante—. Te explicaré bien cómo es esto. Virgen: vendida a un amo. Desvirgada: vendida a un burdel. Mentirosa: muerta. ¿Entendiste?Victoria apretó los dientes mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.—¡Pregunté si en
Apenas fue consciente de que le habían liberado las manos, Franco se acercó a la muchacha, que forcejeaba con sus cuerdas sin mucho éxito. La desató y la vio alejarse de él tan rápido como podía. Victoria se lanzó contra la primera ventana que vio, y Franco no hizo ni un solo gesto para impedírselo porque sabía que no podía irse. Había vivido en aquella suficiente tiempo como para saber que era una fortaleza. Y tan difícil como era entrar, igual de difícil era salir. Victoria sintió que se ahogaba cuando vio los barrotes por fuera de la ventana, y se colgó de ellos como si de verdad creyera que podía arrancarlos. Pero después de unos minutos había perdido la fuerza y la esperanza, y se acurrucó en un rincón, sollozando. —Niña… escucha… —Franco se arrastró hasta ella mientras los puños le temblaban—. Niña… por favor... Victoria lloraba a lágrima viva, pero él no tenía mucho tiempo para consolarla, y la única forma de calmarla fue abofeteándola. —¡Mírame, niña! —ordenó Franco sosten
Jamás en toda su vida Victoria había sentido un dolor como aquel. Era como si una barra de acero templado al rojo vivo se hubiera abierto paso a través de su carne, rompiendo, desgarrando, lastimando todo.Gritó, con desesperación, con dolor, con rabia, con miedo, mientras escuchaba los susurros de Franco sobre su boca.—Lo siento, amor, lo siento…Le soltó las manos y apoyó los antebrazos junto a su cara mientras las uñas de Victoria se clavaban si compasión en sus bíceps.—Lo siento… —dijo él antes de retirarse un poco y hundirse de nuevo en su pequeña vagina, que se contraía sin poder evitarlo. Y la triste realidad era que cuánto más le dolía a ella, más lo hacía disfrutar a él.Franco la besó, ganándose mordida tras mordida mientras la penetraba. La suavidad era un lujo que tuvieron por pocos minutos, hasta que la sangre del italiano se volvió un volcán en plena erupción.Trataba de consolarla y ella lo sabía. Estaba sufriendo y ella lo sabía. Intentaba ser delicado y aun en medio
3 años despuésRegio de Calabria, ItaliaFranco se apartó de la ventana. Estaba despierto desde hacía varias horas, pero como siempre que no podía dormir, se había sentado a mirar la única cosa que lo mantenía en pie: ella.Se vistió impecablemente para salir: saco, camisa y corbata negras; y en el momento en que abrió la puerta de su habitación, ya Amira estaba esperándolo con el mismo gesto pétreo que él tenía.La mujer lo siguió como cada mañana hasta uno de los jardines posteriores de la casa, y se quedó a unos cinco metros mientras Franco se acercaba a una lápida blanca que estaba en medio de las flores. Lo vio rozarla con los dedos, besar el único anillo que llevaba en su mano derecha y regresar sin decir una palabra.Amira no sabía de quién era aquella lápida, pero quien sea que hubiera sido Victoria, pesaba más en el corazón de Franco Garibaldi que su propia madre.—¿Tenemos noticias del cargamento de Bocca Nera? —preguntó él y Amira asintió, sentándose a su derecha en la mesa
—¡Está viva! —aquel grito salió del pecho de Franco, dirigido especialmente a Amira, que empezó a gritar órdenes mientras corría hacia ellos.—¡Despierten al doctor Hiyamoto y sus asistentes! ¡Llévenla a la clínica! ¡Vamos, muévanse! —gritó su Ejecutora.Tiró del brazo de Franco, obligándolo a soltarla para que pudieran sacarla del atúd y llevársela. La muchacha tenía una herida de bala en el abdomen y había perdido mucha sangre, pero aquel cirujano japones era una eminencia en la medicina y estaba siempre a disposición en la mansión.Franco estaba en shock, no podía creer que Victoria estuviera viva y menos que alguien se la hubiera enviado a punto de morir.¡Realmente estaba viva!¡Él no la había matado!Entonces alguien... alguien la había ocultado de él esos tres años... ¿solo para enviarsela cuando prácticamente no podía salvarla? Solo un hombre era capaz de semejante cosa: Su maldito padre—¡Lo voy a matar con mis propias manos! —rugió viendo la sangre de Victoria en ellas.Amir
«Significa que los Rossi tiene a tu hijo».«Significa que los Rossi tiene a tu hijo».«Significa que los Rossi tiene a tu hijo».«Significa que los Rossi tiene a tu hijo».Aquellas palabras seguían martilleando en la cabeza de Franco mientras Amira lo arrastraba hasta el baño más cercano para que se lavara las manos y se quitara aquella sangre, porque tal parecía que era capaz de darle superpoderes y ninguno bueno.Lo dejó sentado en una silla y fue a su habitación a buscarle una pulcra camisa negra. Franco ni siquiera se inmutó cuando ella lo desvistió y lo vistió de nuevo. No había nada sexual en eso de parte de ninguno de los dos. Y solo reaccionó cuando sintió aquel paño de agua helada sobre una de sus mejillas.—¿Cómo está? —murmuró intentando no desmoronarse.—La están operando —respondió Amira—. El disparo lastimó varios órganos, pero está pensado para no matar instantáneamente. Tienes que tener fe.—¿Fe? —escupió Franco con rabia—. ¿Cómo puedes hablarme de fe? ¿En quién? ¿En D
Si había algo a lo que incluso los miembros élite de la ´Ndrangheta le temían, era a los Silenciosos de Franco Garibaldi.¿Qué eran? ¿Quiénes eran?Cincuenta hombres que valían por un pequeño ejército. Cincuenta hombres altamente entrenados, especializados en operaciones tácticas en zona de guerra. Tan eficientes que rara vez se veían envueltos en una balacera, por eso se habían ganado el nombre de los Silenciosos.Caza, búsqueda y destrucción. La ira de Dios en trajes tácticos negros y un pensamiento frío e impasible.Los lideraba un hombre de la entera confianza de Franco, y a quien el resto del equipo respetaban como si fuera un dios. Y si alguien se pregunta cómo Franco Garibaldi se había ganado la lealtad irrevocable de aquel hombre, la respuesta era simple: Había salvado a su mujer y a su hija hacía algunos años, cuando todavía era médico.—Archer —dijo Franco media hora después, entrando por la puerta de su despacho, donde aquel hombre de casi cincuenta años lo esperaba ya.—Se