Franco miró de nuevo aquella maleta. No lo hacía particularmente feliz los planes de Victoria para ella, pero si era honesto, tampoco era algo que les perteneciera.Volvió a meterla en la caja de seguridad y salió al corredor, avanzando despacio hasta que escuchó las voces de Amira y de Victoria.Habían pasado una semana en Ucrania, pero no podían extenderse más, porque finalmente eran el Conte y la Mamma de una familia que necesitaba estabilidad de nuevo. Así que habían regresado y apenas dos días después la Ejecutora había ido a visitarlos.—¿Y cómo está? —preguntaba la Mamma.—Silencioso —respondió Amira—. Desde que salió del hospital apenas despega los labios. Primero creí que estaba enojado, pero según han pasado los días creo que solo… creo que solo está triste.Victoria suspiró mientras tomaba una de las manos de su amiga.—Sabes que puedes venir a vivir con nosotros. ¿Verdad? —aseguró la muchacha, pero aquel asentimiento de Amira solo era una negativa llena de amabilidad.—Lo
Dos meses después.Victoria abrió los ojos despacio, mientras miraba por la ventana del avión y se daba cuenta de que habían aterrizado. Sin embargo el paisaje no le resultaba familiar, o mejor dicho, sí le resultaba vagamente familiar pero muy lejano, como si perteneciera a otra vida.Habían pasado una semana entera en Inglaterra, mientras Franco se reunía con Ruben Easton, el mayor capo de la mafia de Reino Unido y decidía el futuro económico de la ´Ndrangheta.—Dinero por dinero es dinero, amigo mío —le había dicho Ruben—. Lo importante es que lo obtengas y si es de una manera relativamente legal pues mucho mejor. Italia es una panacea el negocio legal mal explotado, solo hace falta que lleguen hombres inteligentes que sepan aprovecharlo.—¿A qué te refieres? —había preguntado franco con curiosidad.—Pon por ejemplo, la droga más usada en el mundo…—El alcohol —dijo Franco.—La tecnología —lo corrigió Ruben—. Italia exporta un equivalente a noventa y dos mil millones de dólares anu
Tres años después.Victoria sonrió mientras le daba un beso a su madre y otro a su hijo. Al final habían ido todos a vivir con ellos a Italia, a Regio de Calabria. Los abuelos, para entretenerse, se habían apropiado de la cocina de la mansión, y tenían su propio restaurancito interno porque ¡vamos! ¡los Silenciosos serían silencioso pero bien que comían!Contarles un poco más a fondo sobre la familia Garibaldi y el resto de las familias que tenían alrededor fue un poco difícil para Victoria y para franco, pero finalmente sus padres habían aceptado que se estaba haciendo un esfuerzo ímprobo por cambiar la esencia misma de la mafia calabresa, así que se quedaron con la mayor disposición.Y por supuesto, porque así son las cosas cuando son del alma, Franco y Victoria siempre acababan peleándose por ver a quién consentían más. Sobra decir que el más consentido era Massimo y cuando las noonas los miraban feo ellos se comportaban mejor.Amira había regresado a sus vidas como una amiga entra
15 años después—¿De verdad no te da curiosidad? ¿Nada de nada? ¿Salir a ver el mundo, ir por Europa? Viajar, conocer… —preguntó Diana Hellmand mientras balanceaba los pies desde la popa del yate de los Garibaldi. Estaban todos anclados cerca de las Islas Griegas, los Garibaldi, los Hellmand y los Easton. Los tres señores de la mafia Europea con sus respectivas familias.Massimo se puso las manos detrás de la cabeza y se recostó con una mueca de satisfacción.—Ya no —respondió—. No somos iguales, mocosita. Yo ya he viajado mucho con mi padre y con Karim, ya hice mis estupideces, ahora es mi tiempo de ser juiciocito.—¡Pues vaya un aburrido que te has vuelto! —rezongó Diana—. Felicidades por tu vejez prematura, creo que le voy a preguntar a Karim si me quiere acompañar.Pero solo era una amenaza vacía, porque Diana sabía que Karim solo tenía ojos para todo lo que fuera tecnología, y que era incluso más centrado que Massimo.—¡Oye, oye, mocosa! —Massimo la retuvo de un brazo—. Para empe
Victoria sintió que la cabeza iba a estallarle del dolor, probablemente por todas las drogas que le habían metido para sedarla. Una bofetada medianamente dolorosa acabó de despertarla y miró alrededor horrorizada.No tenía ni idea de dónde estaba, y menos con quién, pero a su lado había al menos una docena de chicas tan aturdidas y asustadas como ella. Varios hombres paseaban por la habitación, revisando a las muchachas y llevándoselas.Uno de esos hombres se paró frente a ella; parecía un gigante y tenía un aspecto profundamente desagradable. Atrapó su barbilla, la miró bien por un segundo y luego le habló en perfecto italiano.—¿Eres virgen? —le preguntó, pero ella solo respondió con un sollozo, así que el hombre le dio otra bofetada que la hizo callarse al instante—. Te explicaré bien cómo es esto. Virgen: vendida a un amo. Desvirgada: vendida a un burdel. Mentirosa: muerta. ¿Entendiste?Victoria apretó los dientes mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.—¡Pregunté si en
Apenas fue consciente de que le habían liberado las manos, Franco se acercó a la muchacha, que forcejeaba con sus cuerdas sin mucho éxito. La desató y la vio alejarse de él tan rápido como podía. Victoria se lanzó contra la primera ventana que vio, y Franco no hizo ni un solo gesto para impedírselo porque sabía que no podía irse. Había vivido en aquella suficiente tiempo como para saber que era una fortaleza. Y tan difícil como era entrar, igual de difícil era salir. Victoria sintió que se ahogaba cuando vio los barrotes por fuera de la ventana, y se colgó de ellos como si de verdad creyera que podía arrancarlos. Pero después de unos minutos había perdido la fuerza y la esperanza, y se acurrucó en un rincón, sollozando. —Niña… escucha… —Franco se arrastró hasta ella mientras los puños le temblaban—. Niña… por favor... Victoria lloraba a lágrima viva, pero él no tenía mucho tiempo para consolarla, y la única forma de calmarla fue abofeteándola. —¡Mírame, niña! —ordenó Franco sosten
Jamás en toda su vida Victoria había sentido un dolor como aquel. Era como si una barra de acero templado al rojo vivo se hubiera abierto paso a través de su carne, rompiendo, desgarrando, lastimando todo.Gritó, con desesperación, con dolor, con rabia, con miedo, mientras escuchaba los susurros de Franco sobre su boca.—Lo siento, amor, lo siento…Le soltó las manos y apoyó los antebrazos junto a su cara mientras las uñas de Victoria se clavaban si compasión en sus bíceps.—Lo siento… —dijo él antes de retirarse un poco y hundirse de nuevo en su pequeña vagina, que se contraía sin poder evitarlo. Y la triste realidad era que cuánto más le dolía a ella, más lo hacía disfrutar a él.Franco la besó, ganándose mordida tras mordida mientras la penetraba. La suavidad era un lujo que tuvieron por pocos minutos, hasta que la sangre del italiano se volvió un volcán en plena erupción.Trataba de consolarla y ella lo sabía. Estaba sufriendo y ella lo sabía. Intentaba ser delicado y aun en medio
3 años despuésRegio de Calabria, ItaliaFranco se apartó de la ventana. Estaba despierto desde hacía varias horas, pero como siempre que no podía dormir, se había sentado a mirar la única cosa que lo mantenía en pie: ella.Se vistió impecablemente para salir: saco, camisa y corbata negras; y en el momento en que abrió la puerta de su habitación, ya Amira estaba esperándolo con el mismo gesto pétreo que él tenía.La mujer lo siguió como cada mañana hasta uno de los jardines posteriores de la casa, y se quedó a unos cinco metros mientras Franco se acercaba a una lápida blanca que estaba en medio de las flores. Lo vio rozarla con los dedos, besar el único anillo que llevaba en su mano derecha y regresar sin decir una palabra.Amira no sabía de quién era aquella lápida, pero quien sea que hubiera sido Victoria, pesaba más en el corazón de Franco Garibaldi que su propia madre.—¿Tenemos noticias del cargamento de Bocca Nera? —preguntó él y Amira asintió, sentándose a su derecha en la mesa