CAPÍTULO 40

El vehículo entró al garaje privado. Ellos se bajaron, saludaron al botones de turno, se montaron en el ascensor y subieron a uno de los últimos pisos de esa torre.

Carla lideró la marcha, saliendo ella primero y llegando en el mismo orden ante la puerta.

—No sé para qué te apuras si yo tengo la llave. —Max sacó la tarjeta y la pasó por el lector, abriendo la bonita madera blanca de la entrada principal.

—Deberías darme una de esas —decía ella, mientras entraba en el pasillo de las habitaciones—. ¡Me tienes como una prisionera!

Él exhaló una buena ráfaga de aire, intentando liberar la tensión en sus hombros. El olor a nuevo, flores y madera les cubrió. Carla caminó directo a su habitación.

Max suspiró y cerró la puerta, dejando su sobre todo, el gorro, la bufanda y sus guantes en el perchero a su derecha y sobre una pequeña mesita contra la pared. Allí mismo, en ese muro, una serie de interruptores servían de control para la luz, la calefacción y las cortinas. Accionó el último, hacie
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