Brandon Hial era custodiado en su propia casa. En parte se sentía tranquilo, porque comprendía que más allá de ser testigo de un robo y de mucho más, era normal que el nuevo dueño de la empresa para la que trabajaba y su gente no confiaran en su versión, lo mínimo era ser llevado a una comisaría y así no había sido, hasta ahora.Con los nervios de punta por también haberlo estropeado frente a Carla, su ex, aunado a lo que podría sucederle con todo lo ocurrido, estaba seguro que si le ponían una máquina detectora de mentiras y decía la verdad, saldría culpable.Él vivía en un modesto barrio londinense, en un sencillo apartamento ubicado en el centro de la ciudad, cercano al periódico donde trabajó hace algunos años. Maximiliano llegó, junto con uno de los escoltas, a la puerta del piso. Saludó a los dos agentes que ya cuidaban el lugar. Uno de ellos abrió las puertas del apartamento y dejó pasar a un Max vestido casual, con sobretodo encima del abrigo grueso, jean grueso, botas de mon
Ambos hombres se apuñalaron con sus miradas. Brandon sonrió, acertando en su cabeza.—Me alegra que Carla haya encontrado el amor en alguien exitoso y con dinero —mencionó el periodista—, pero lamento mucho que haya sido con alguien que la mantiene dominada.Maximiliano suspiró y casi revira sus ojos con ese absurdo comentario, si Brandon supiera lo mucho que le fascinaría dominar del mundo de Carla...—El roHabla. —Para el CEO, ya era hora de que conversaran sobre ese asunto.—Fiztgerald siempre quiso la presidencia de la corporación D&A, imagino que se molestó porque Fred no le dejara nada y que además le otorgara porcentajes de las acciones a una hija que ni siquiera el abogado conocía.—Sí la conocía y lo sabes —atajó Max.—Claro que sí, pero hablo en el sentido real de conocer e interactuar. Para nadie es un secreto que padre e hija nunca se vieron las caras, de eso estoy hablando. Fiztgerald se hubiese conformado con ese porcentaje, el de ella, con la fundación, al menos, pero
Daniel le dio a Claudia unas coordenadas y los datos de unas personas con quien debía comunicarse. La rubia ya tenía pagada la reserva de un bonito hotel de la gran y fría ciudad de Londres, con dinero en el bolsillo para poder gastar en lo que quisiera.Su hermosura no pasaba desapercibida, llamaba mucho la atención, por eso, Daniel le dijo que intentara mantenerse fuera de las miradas, aunque posiblemente al momento de entrar en contacto con Maximiliano, serían muchos los ojos que las que la verían.El hotel quedaba muy cerca de la nueva residencia del empresario, por lo que se bajó del taxi antes de llegar a su destino para contemplar el edifico desde la distancia, además de la zona y todos sus atractivos.Caminó feliz por las calles de Londres, a pesar del frío. A Claudia no le importaba la nieve, se sentía maravillada con todo lo que veía y no era por la nieve, ya conocía el invierno, sino por la magnificencia del lugar. En definitiva, adelantaría sus vacaciones porque si el mund
Ella no pensaba responderle, quería hacerle entender que su molestia gracias el trato que le confería seguía en pie. Por lógica, el escolta se podía preguntar por qué ella se comportaba tan terca, cuando después de estar tantos años saliendo con Max debía saber que la gente que rodeaba al CEO era impenetrable, por lo que tanto fingir y tanto comportarse mal tampoco era bueno, él seguiría sospechando de ella. Tenía que ser muy convincente con el agente de seguridad, jugar sus cartas de seducción o de amistad, la que fuese, para que él la dejara tranquila. Daniel tenía razón en algo: él parecía ser el peor de todos y ahora ella lo entendía, la palabra «peor» hablaba del más profesional en lo que hacía.—Vine por un evento de Pole Dance —contó Claudia—. Es una academia de acá que recibe alumnos internacionales. —Él no mostró señal alguna de creerle—. Es en serio, tengo pruebas. Me inscribí apenas ayer, porque me costó conseguir cupo, pero mis vacaciones empezaban luego del Día de Reyes,
CAPÍTULO 53.—¿Ya terminaste de tomar tu café?Él asintió y se levantó, haciéndole seña a ella para que saliera primero de las mesas.Claudia no dijo nada, pero le parecía extraño que la dejara ir. Se levantó a tientas, salió cambiando luego totalmente su versión cuando él empezó a seguirla. La rubia se giró hacia él con maleta en mano.—¿Qué estás haciendo?—Te seguiré hacia el hotel.—Ahora sí que te volviste loco, no te lo voy a permitir.—Claudia, así lo pongas difícil, de igual manera sabré en qué hotel te hospedas, así que camina. —Gesticuló con las manos hacia adelante.Ella le miró, lo hizo justo al rostro. Ese tal Benjamín era alto, bastante alto, su rostro era el de un bebé sensual y madurado. Llevaba una barba de varios días que se veía un poco clara, pero no lo era. Su cabello estaba cortado al ras de su cabeza y tenía una pequeña cicatriz muy cerca de la oreja izquierda donde no le había nacido cabello, pero la misma marca era tan pequeña, que ella no se explicó cómo logr
Una de las cosas que más odiaba Carla de todo lo que le estaba pasando, de estar casada con un hombre por obligación, era no tener un lugar suyo, autonomía, decisión propia y aún no podía creer que esa fuese su actual vida.Tenía trabajo, pero no trabajaba. Ni siquiera se había empezado a encargar de la fantasmagórica fundación culpable de casi toda su situación. Además, estaba sola, íngrima y sola en la ciudad que la vio nacer y era irónico.Pero existía algo peor que estar aburrida: Maximiliano Bastidas, su marido, casi no compartía con ella. El empresario, ahora su esposo, se encerraba en el despacho casi todo el tiempo, recibiendo a sus escoltas, hablando por teléfono, utilizando su laptop, bebiendo whisky con hielo… Casi ni comían juntos, él “tenía” que hacerlo fuera, o al menos eso le decía, ¿pero con quién? ¿Con quién se reunía todo el tiempo?, se preguntaba ella. Max alegaba “tener” que salir todas las veces. En el desayuno ya él había comido y mandaba a pedir platos para ella
Daniel Glint se levantó ese 15 de enero con un mal presentimiento en su pecho. Su reloj interno le decía que las cosas en su vida debían empezar a cambiar. Tal vez, hacer un viaje sería bueno. Lo supo, sobre todo, cuando días antes se comunicó con Claudia y ella le contó lo que estaba sucediendo con el guardaespaldas de Maximiliano, Benjamín Jarr. El sujeto la seguía a todas partes y el fiestero presintió que aquel hombre sentía tal desconfianza en ella, que existía la posibilidad de que alguien del equipo del empresario estuviese apuntando en su dirección, atravesando todo un océano con probabilidades que le perjudicarían.Manejó hacia la casa de Carla Davison, transitando lentamente frente a la vivienda. Lo hizo una noche, las mañanas ya le hacían sentir inseguro.Miró los postes cercanos, las propias edificaciones alrededor en busca de cámaras. Luego contactó al taxista, preguntándole nuevamente si alguien le había visto ese día que dejó la maleta. El hombre le aseguró que no, porq
Maximiliano rompió la conexión visual con su esposa para coger el vaso y darle un nuevo trago.—No —atajó Carla, colocando una mano sobre la de Max. En su pecho sentía una fuerte presión por no querer hacer las respectivas preguntas—. ¿Qué es lo que me acabas de decir?Max suspiró tras esa interrogante. Carla tuvo que quitar la mano del cristal porque Max no pretendió soltar su vaso. Se tomó todo el trago y devolvió el vaso a la mesa. Luego se giró para encararla.—Peter fue quien lo dedujo, pero aún no estamos seguros. Creemos que conocemos al hombre que malograba a la recepcionista de ese gimnasio.Carla se quedó de nuevo sin palabras.—Espera un momento. Si lo conoces, con una foto podría reconocerlo, ¿no es así? —Max no dijo nada—. Max, con una foto puedo reconocerlo, muéstramela.—Sí, sé que con una imagen podrías reconocerlo —casi no lo dice.—Entonces, muéstrame la foto.Max movió la silla para inclinarse hacia delante y apoyar sus codos sobre sus piernas.—¿Max?—Antes de ver