CAPÍTULO 53.—¿Ya terminaste de tomar tu café?Él asintió y se levantó, haciéndole seña a ella para que saliera primero de las mesas.Claudia no dijo nada, pero le parecía extraño que la dejara ir. Se levantó a tientas, salió cambiando luego totalmente su versión cuando él empezó a seguirla. La rubia se giró hacia él con maleta en mano.—¿Qué estás haciendo?—Te seguiré hacia el hotel.—Ahora sí que te volviste loco, no te lo voy a permitir.—Claudia, así lo pongas difícil, de igual manera sabré en qué hotel te hospedas, así que camina. —Gesticuló con las manos hacia adelante.Ella le miró, lo hizo justo al rostro. Ese tal Benjamín era alto, bastante alto, su rostro era el de un bebé sensual y madurado. Llevaba una barba de varios días que se veía un poco clara, pero no lo era. Su cabello estaba cortado al ras de su cabeza y tenía una pequeña cicatriz muy cerca de la oreja izquierda donde no le había nacido cabello, pero la misma marca era tan pequeña, que ella no se explicó cómo logr
Una de las cosas que más odiaba Carla de todo lo que le estaba pasando, de estar casada con un hombre por obligación, era no tener un lugar suyo, autonomía, decisión propia y aún no podía creer que esa fuese su actual vida.Tenía trabajo, pero no trabajaba. Ni siquiera se había empezado a encargar de la fantasmagórica fundación culpable de casi toda su situación. Además, estaba sola, íngrima y sola en la ciudad que la vio nacer y era irónico.Pero existía algo peor que estar aburrida: Maximiliano Bastidas, su marido, casi no compartía con ella. El empresario, ahora su esposo, se encerraba en el despacho casi todo el tiempo, recibiendo a sus escoltas, hablando por teléfono, utilizando su laptop, bebiendo whisky con hielo… Casi ni comían juntos, él “tenía” que hacerlo fuera, o al menos eso le decía, ¿pero con quién? ¿Con quién se reunía todo el tiempo?, se preguntaba ella. Max alegaba “tener” que salir todas las veces. En el desayuno ya él había comido y mandaba a pedir platos para ella
Daniel Glint se levantó ese 15 de enero con un mal presentimiento en su pecho. Su reloj interno le decía que las cosas en su vida debían empezar a cambiar. Tal vez, hacer un viaje sería bueno. Lo supo, sobre todo, cuando días antes se comunicó con Claudia y ella le contó lo que estaba sucediendo con el guardaespaldas de Maximiliano, Benjamín Jarr. El sujeto la seguía a todas partes y el fiestero presintió que aquel hombre sentía tal desconfianza en ella, que existía la posibilidad de que alguien del equipo del empresario estuviese apuntando en su dirección, atravesando todo un océano con probabilidades que le perjudicarían.Manejó hacia la casa de Carla Davison, transitando lentamente frente a la vivienda. Lo hizo una noche, las mañanas ya le hacían sentir inseguro.Miró los postes cercanos, las propias edificaciones alrededor en busca de cámaras. Luego contactó al taxista, preguntándole nuevamente si alguien le había visto ese día que dejó la maleta. El hombre le aseguró que no, porq
Maximiliano rompió la conexión visual con su esposa para coger el vaso y darle un nuevo trago.—No —atajó Carla, colocando una mano sobre la de Max. En su pecho sentía una fuerte presión por no querer hacer las respectivas preguntas—. ¿Qué es lo que me acabas de decir?Max suspiró tras esa interrogante. Carla tuvo que quitar la mano del cristal porque Max no pretendió soltar su vaso. Se tomó todo el trago y devolvió el vaso a la mesa. Luego se giró para encararla.—Peter fue quien lo dedujo, pero aún no estamos seguros. Creemos que conocemos al hombre que malograba a la recepcionista de ese gimnasio.Carla se quedó de nuevo sin palabras.—Espera un momento. Si lo conoces, con una foto podría reconocerlo, ¿no es así? —Max no dijo nada—. Max, con una foto puedo reconocerlo, muéstramela.—Sí, sé que con una imagen podrías reconocerlo —casi no lo dice.—Entonces, muéstrame la foto.Max movió la silla para inclinarse hacia delante y apoyar sus codos sobre sus piernas.—¿Max?—Antes de ver
Maximiliano estuvo pendiente toda la noche de Carla. Sobre todo en la madrugada, luego de que Peter Embert llamara desde la ciudad para anunciar una emergencia: la muerte de Hilary Summer, la novia de Daniel Glint, o la que éste último definió ante la gente como su ex.Carla no hizo solo un reconocimiento facial al ver a Daniel en la Internet ese día. El rubio agente de seguridad, desde su oficina llamada «La Nave», envió al correo privado de Maximiliano (la misma bandeja de correos que compartía con George J. Miller) una imagen de la chica que fue pareja del fiestero, la misma mujer por la cual él mintió todo el tiempo.Carla vio la foto, Max se la mostró luego de la cena, ya estando ella más calmada de la impresión sentida al ver a Glint. En la imagen aparecía una mujer joven muy sonriente y hermosa. Carla no sabía de su fallecimiento cuando dijo “es ella”.»—Es extraño verla así de bella —comentó su esposa, agregando que tenía en su memoria a la mujer con cara de susto, de terror.
Benjamín Jarr seguía teniendo la misión de antes, pero sabía que ese diecisiete de enero estaba por terminar. Quería saber por qué Claudia Leslie Chawic seguía en la ciudad y por qué ahora se apuntaba a más cursos cuando ella misma aseguró que viajaría pronto a Europa para comenzar de lleno sus vacaciones, no tenía sentido.Él llegó a conocer a Hilary Summer, pero pocas palabras cruzó alguna vez con ella, en una de esas ocasiones que hizo migas con Daniel. A pesar de sentirse abrumado por la noticia, muy en el fondo no le sorprendía, compartiendo esa opinión con su feje directo, Peter Embert. Daniel era impulsivo y trataba a su novia con una veneración más allá de lo común. Demostraba, sin que le importase que los demás le vieran, lo celoso que era. Ahora, no solo era sospechoso de esa muerte, que los agentes casi aseguraban que en la autopsia que esperaban que se hiciese la chica arrojaría maltrato físico, y que en la investigación en curso saldrían a la luz más datos, como daños psi
—¿Estás viendo el podcast Proyecto Salvaje? —Carla llegó a la cocina con esa pregunta saliendo de sus labios, encontrando a Maximiliano tomándose un café, con una tablet encima del mármol de la encimera con su pequeño trípode para poder ver bien la pantalla.Compartieron un almuerzo después de días sin hacerlo. Ya era diecisiete, alrededor de las 13:00 horas. Maximiliano se fue a cambiar de ropa después de comer, colocándose algo ligero: un jean, botas, camisa negra con las mangas recogidas, y decidió preparar un buen café que pudiesen tomarse los dos para así conversar.—Siéntate, por favor —pidió Max.Carla se había ido a acicalar un poco, reposar la pasta que se engulló hace rato, colocándose ropa cómoda, con un leggins negro, una blusa blanca manga sisa un tanto holgada y unas bailarinas del mismo tono del pantalón de tela fina.Max la miró y detalló que esa no fue la única prenda que ella se había colocado, viendo cómo sobresalía una tira fina de licra de un color claro que no pu
A Carla le fascinaba muchísimo nadar y la última vez que lo hizo fue esa noche desafortunada en la que su vida cambió y dio un giro importante.A pesar de todo lo ocurrido y lo que estaba por enfrentar, ella entendía que los traumas se liberan enfrentándolos y regresar a la pileta y al nado era una forma de conseguirlo.No solamente llevó su bañador, el cual era una pieza doble de bikini y sostén de color dorado. También llevó su teléfono celular para no estar incomunicada y así, de igual manera no sentirse completamente sola, aunque cuando nadaba, solía preferir hacerlo de esa forma, en soledad, y lo amaba.Eran pocas las veces que ella recorría el edificio y ahora que era de día, le agradó mucho ver todo lo que le rodeaba. El lugar estaba embadurnado de lujo. Los colores predominantes eran el gris, beige, un poco de dorado también, acero inoxidable en máquinas u otros objetos, belleza y pulcritud por doquier, puertas de vidrio que combinaban muy bien con las cosas hechas de madera.