—¿Estás viendo el podcast Proyecto Salvaje? —Carla llegó a la cocina con esa pregunta saliendo de sus labios, encontrando a Maximiliano tomándose un café, con una tablet encima del mármol de la encimera con su pequeño trípode para poder ver bien la pantalla.Compartieron un almuerzo después de días sin hacerlo. Ya era diecisiete, alrededor de las 13:00 horas. Maximiliano se fue a cambiar de ropa después de comer, colocándose algo ligero: un jean, botas, camisa negra con las mangas recogidas, y decidió preparar un buen café que pudiesen tomarse los dos para así conversar.—Siéntate, por favor —pidió Max.Carla se había ido a acicalar un poco, reposar la pasta que se engulló hace rato, colocándose ropa cómoda, con un leggins negro, una blusa blanca manga sisa un tanto holgada y unas bailarinas del mismo tono del pantalón de tela fina.Max la miró y detalló que esa no fue la única prenda que ella se había colocado, viendo cómo sobresalía una tira fina de licra de un color claro que no pu
A Carla le fascinaba muchísimo nadar y la última vez que lo hizo fue esa noche desafortunada en la que su vida cambió y dio un giro importante.A pesar de todo lo ocurrido y lo que estaba por enfrentar, ella entendía que los traumas se liberan enfrentándolos y regresar a la pileta y al nado era una forma de conseguirlo.No solamente llevó su bañador, el cual era una pieza doble de bikini y sostén de color dorado. También llevó su teléfono celular para no estar incomunicada y así, de igual manera no sentirse completamente sola, aunque cuando nadaba, solía preferir hacerlo de esa forma, en soledad, y lo amaba.Eran pocas las veces que ella recorría el edificio y ahora que era de día, le agradó mucho ver todo lo que le rodeaba. El lugar estaba embadurnado de lujo. Los colores predominantes eran el gris, beige, un poco de dorado también, acero inoxidable en máquinas u otros objetos, belleza y pulcritud por doquier, puertas de vidrio que combinaban muy bien con las cosas hechas de madera.
—Mira, Claudia, no te lo voy a volver a repetir, ya deja de hacer escándalo. Siéntate, por favor, para que conversemos como las personas civilizadas que somos. Nunca has sido una mujer gritona o desordenada, así que por favor demuéstralo en este momento, se civilizada, porque lo eres. Y siéntate de una buena vez.Maximiliano estaba al borde de su paciencia con Claudia, no sabía qué rayos le pasaba, pero obviamente su actitud la culpabilizaba de mucho, la culpabilizaba incluso de mucho más de lo que él podía pensar.Claudia miró a B.J y luego a Maximiliano. El escolta permanecía estoico, casi sin mirarlos a los dos. Seguía de pie, presente como testigo en la conversación, pero totalmente ajeno de lo que estaba pasando. Por supuesto, para Claudia ese comportamiento aislado se encerraba entre comillas, porque ella sabía que Benajmín escuchaba todo perfectamente y con mucha atención.Ella miró de nuevo a Maximiliano y entendió que ya él estaba bastante harto, de un modo que no vio antes.
—Daniel habló conmigo la misma noche del Día de Reyes, justo después de mi presentación en el bar Glint original.Todos los escoltas y agentes alertas con lo que Claudia estaba por decir. Tanto para Maximiliano como para ellos fue un buen comienzo e indicio que la rubia mencionara por fin al fiestero.Ella continuó:—Él me dijo que quería hacerte una broma. Una broma de esas que a veces los amigos hacen para despedir la soltería, ya que no hiciste fiesta de soltero, ni le invitaste al matrimonio. Además, estaba como loco porque no asististe a la celebración que él te invitó, a la de esa misma noche. —Ella suspiró, sintiendo cómo el peso sobre sus hombros parecía quitarse de allí, aunque para trasladarse hacia otros lugares de su anatomía, como sus manos, las cuales restregaba sin parar. Secó sus lágrimas y absorbió por la nariz para poder continuar—. Tú y yo sabemos cómo es Daniel, sabemos que a él le gusta hacer bromas pesadas a sus conocidos y a veces es muy eufórico, nadie lo para,
Carla estaba encendida. Sentía celos y era la primera vez que los experimentaba así de fuerte por su esposo.No se detuvo a analizarse a sí misma, su mente solo quería dedicarse a discutir con él, esclarecer dudas y que él pudiese confirmarle cada cosa dicha por esa mujer de allá en el apartamento de los escoltas.—¿Por qué le das tantos rodeos a mis preguntas? —Carla y Max se detuvieron en la sala, frente a la encimera de mármol—. ¿Por qué no me respondes?—¿Qué rayos te pasa, Carla? Primero, ¿qué te dio ahora por espiarme? Tal vez no te conozca por completo o desde hace años, pero me has demostrado, o me habías demostrado hasta hoy ser una mujer educada, respetuosa y consciente de lo que es la privacidad.—¿Años? ¿Años dices? ¿Los mismos que conoces a esa mujer? Si yo soy una maleducada y nada respetuosa, ¿qué será ella entonces? Porque por algo no debe importarte que hables tan abiertamente sobre sus amoríos delante de tus escoltas.—¿Qué estás queriendo decir? Sí, ella ha cometido
—Max...Eso fue más que suficiente para él, la mención de su nombre en ese delicioso jadeo le desquició. El beso se enervó, sus manos apretaron sus senos por encima de la ropa, buscando el borde de la blusa sin esperar que el mundo se acabara.Carla alzó sus brazos, se dejó hacer, arrobada por sus caricias, necesitándolas como lluvia en el desierto. Tuvo que jadear, alzar su rostro como si quisiera sacar la cara de un mar embravecido. Los labios maestros de Bastidas, ardiendo, prendiendo fuego sobre sus pechos, quemando el medio de ellos, entre sus costillas, sobre su abdomen, levantando la pieza superior del traje de baño y liberando esas tiernas aureolas inhiestas, evidencias de todo lo que ocurría.Carla apoyó un pie en el suelo, dejando que entre los dos bajaran ese leggins que ella se colocó para ir a nadar en la pileta techada hace un rato, arrastrando consigo el bikini del bañador dorado, dejándola sin nada debajo, dejándola en una desnudez parcial que bastó para los dos.Las f
Max no se cansaba de besarla y ella de dejarse besar por él y también de acariciarlo. Podían estar así, juntos, concentrados en cada uno, por horas.Encima de ella, él besaba su espalda, disfrutando de cómo su piel se erizaba con el toque de sus labios contra una tez que acababa de vivir episodios de erotismo puro.«Qué bella es Carla, qué dispuesta, qué experta y preparada para mí», eran alguno de los pensamientos de Max durante o después de hacer el amor con ella.Muchas fueron las agraciadas ocasiones que se amaron esa tarde. Ahora siendo de noche, la misma noche del diecisiete de ese primer mes del año. Sabían que aún existían cosas pendientes por conversar, discutir, confesar, pero ninguno deseaba que explotase esa idílica burbuja de cristal muy fino que traería consigo, al romperse, peligrosos pedazos de vidrio.Sin embargo, Carla también quiso poner un pie sobre la tierra.—Debemos hablar —dijo ella con la voz pastosa, un poco ronca, llena de sueño y felicidad. Y también de ris
Vestido de traje azul rey, un atuendo de tres piezas hecho a la medida, el abogado George G. Miller, con su peinado bien cortado y recién afeitado, llevando un folio hecho de cuero negro y fino consigo, guardando dentro de sí algunas carpetas también de color negro, caminaba con pasos enérgicos a través de los pasillos de un gran centro comercial ubicado no muy lejos del centro de la ciudad.El clima era perfecto, ya el frío amainaba y la luz del sol se mezclaba con las sombras de los edificios y árboles de las plazas. Por ese hecho, gracias al buen clima, optó por disfrutar de ese fresco sorpresivo y no se colocó ninguna chaqueta o sobretodo encima de su caro atuendo de oficina. Después de atravesar las puertas de vidrio del centro comercial, subir las escaleras centrales mecánicas y cruzar a la izquierda, se fue adentrando cada vez más entre tiendas variopintas, mirándolas apenas con su prepotente porte que le sentaba perfecto y le agradaba a las féminas que lo veían pasar, hasta ll