AMOR PARA DOS
AMOR PARA DOS
Por: Mary Ere
INTRODUCCIÓN

—Te vas a arrepentir —me dijo y me obligué a respirar profundo.

—Puede ser que lo haga —respondí—. Pero no va a ser la primera vez que me arrepienta de algo, así que creo que lo podré afrontar.  

—No vas a poder sin mí —aseguró él y yo negué con la cabeza.

—Yo voy a estar bien —aseguré algo que él se negaba a creer.

—Te vas a arrepentir —repitió y sonreí desganada.

Su insistencia y sus palabras no me hacían daño, ya no me lo hacían, como tampoco me lastimaría nada de lo que él decidiera hacer justo en ese momento.

Yo estaba cansada de todo, sobre todo de sentirme mal por su causa, sobre todo de achicarme ante sus ojos solo porque él nunca me miró con benevolencia.

Y es que Alejandro Darrell no se daba cuenta de que yo era mucho más de lo que él se merecía, porque nunca lo había querido ver; pero debo confesar que, al principio, yo tampoco lo noté.

Pero ya no era así. Yo ya no era la tonta que le amaba incondicionalmente y por sobre todas las cosas, incluyéndome; yo no era más esa mujer idiota que le aguantaba lo que fuera con tal de estar a su lado.

Yo estaba tan cansada de ser el aire que él casi nunca notaba, pero que cuando lo hacía le molestaba, que solo quería desaparecer, justo como el aire cuando está libre, y no atrapado en un remolino que gira contra un poste de concreto que no siente, que no admira y que ni siquiera acompaña, que solo está ahí, firme, sin propósito ni beneficio.

Alejandro se había dedicado a portarse indiferente conmigo a pesar de haber sido él quien me había ofrecido casarse conmigo para sacarme de apuros, por eso no había forma de que yo no lo quisiera lejos de mí luego de años de lo mismo.

—Solo fírmalo —insistí empujando hacia él los papeles de divorcio en el escritorio, pues cuando se negó la primera vez lo había empujado hacia mí—. Ni siquiera somos felices juntos, y tú ya no me necesitas.

—¿Por qué haces esto, Emilia? —cuestionó Alejandro, levantándose repentinamente, dejando su asiento para dar unos cuantos pasos lejos de ese papel que parecía generarle algún tipo de aversión—. ¿Crees que lo lograrás sin mí? No tienes nada, Emilia, no eres nada sin mí y lo mío.

—Puedo parecer así ante tus ojos —dije y él me miró asombrado, como si se hubiese dado cuenta de algo que no había notado—, pero soy una mujer fuerte, valiente, con ganas de hacer más que estar todo el día en casa esperando a que llegues. Alejandro, soy una mujer harta de esperarte, harta de escucharte hablando mal de mí y harta de tolerar tus constantes humillaciones.

Alejandro continuó en silencio, viéndome casi asustado, incluso a ratos parecía dejar de respirar.

» Tienes razón en que no tengo nada, pero ha sido siempre así, incluso estos años a tu lado, porque yo nunca consideré nada de lo que me rodeaba como mío —declaré sintiendo un nudo ahogando mi garganta.

Todo lo que estaba por salir de mi boca tenía demasiado tiempo guardado en mi interior, y era mucho lo que se había acumulado, así que se empujaba con tanta fuerza que me costaba contenerlo y, como sería la última vez que hablaríamos, lo dejaría salir todo.

» Siempre lo supe —declaré—, que para ti yo era un mueble más en esa casa. Todos lo sabíamos, Alejandro, así que fue cruel que lo recalcaras cada que querías, no hacía falta que lo hicieras. Te aseguro que tus empleados tenían bien en claro que yo no era su señora, y que no tenían que servirme, yo también lo sabía, por eso jamás se los pedí.

—¿De qué rayos estás hablando? —preguntó él, como si de verdad no supiera nada del constante maltrato psicológico que recibía de parte de los empleados de su casa y empresa, provocándome sonreír con ironía por su desfachatez.

Negué con la cabeza, bufando una risa molesta, pero respiré profundo para no perder la calma, al fin y al cabo, yo no había ido ahí a pelear con él.

—Eso ya no importa —aseguré—, ya nada importa ahora. Solo firma los papeles del divorcio para que me pueda ir.

—Emilia, ¿qué vas a hacer sin mí? —preguntó, desesperado, y molestándome más.

Mi mundo no giraba alrededor de él, ya no lo hacía, y él no lo quería entender.

—Ser feliz al fin, Alejandro —respondí segura de que eso era lo único que me quedaba por ser, y que no lograría serlo a su lado—, porque a tu lado, todo este tiempo, solo he sido profundamente infeliz, tanto que ni siquiera puedo recordar la cantidad de veces que me pasó por la cabeza tirarme por el balcón.

Alejandro me miró horrorizado, sin saber qué decir, pero estaba bien que no dijera nada, porque yo no quería escucharle nada más.

» Firma los papeles, por favor —pedí sintiendo el terrible dolor de cabeza partiendo mi cráneo—. Yo no te sirvo para nada ahora, y no quiero seguir a tu lado... ¿Qué es lo que te hace negarte? Si al fin dejarás de verme como odias hacerlo, como un maldito mueble obsoleto en esa casa.

Las últimas palabras fueron un parafraseo de algo que él me había dicho alguna vez, y lo recordó, por eso caminó furioso hacia el escritorio y tomó el bolígrafo con el que firmaba nuestro final.

—Si es lo que quieres, lo tendrás, pero es lo único que tendrás de mí, y te juro que te vas a arrepentir —dijo firmando y empujando el puño de papeles que se deslizaron hacia mí de nuevo.

—No lo haré —aseguré recibiéndolos encantada, sonriendo por primera vez en muchos años.

Porque sí, yo estaba feliz al fin. Tal como había dicho Alejandro, yo no tenía nada, pero ahora era alguien libre y con tantas ganas de salir adelante que seguro encontraría la fuerza para obtenerlo todo.

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