CAPÍTULO 4
—Lamento haberte interrumpido —se disculpó Emilia, que se ahogaba con todo lo que sentía justo en ese momento, iniciando con la vergüenza, pero sintiendo más claramente la urgencia de su necesidad—. Espero no haberte dado problemas, pero...

La castaña sintió cómo su nariz se ensanchaba, dejando entrar mucho más aire del habitual a sus pulmones y adoleciendo el trayecto en el proceso; entonces guardó silencio para no llorar.

—Ese pero es la razón de cambiar de opinión, ¿cierto? —preguntó Alejandro y Emilia asintió, presionando sus labios uno contra otro para acallar sus sollozos de desesperación—. ¿Sucede algo? ¿Por qué lloras? No te estoy obligando a esto, así que no tienes que verte tan sacrificada.

El reclamo del hombre les supo amargo a los dos. Alejandro había elegido a propósito desayunar en ese lugar, por si Emilia se arrepentía y decidía que sí quería aprovechar la oportunidad que él le daba; pero ahora que la veía tan descompuesta creía que no había sido una buena idea, pues él
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