Habían pasado bastantes cosas, Emilia lo sabía, estaba segura de que incluso había sido participe de algunas de ellas, pero no lograba recordar nada con claridad. Lo que había pasado esa joven castaña en las últimas horas de su vida estaba entre una nebulosa formada por sus lágrimas y su dolor.Su dolor de cabeza era intenso, y los músculos de su cara estaban adolecidos por tanta presión a los que estaban sometidos. Emilia sentía la cara rígida, por eso, cualquier movimiento le causaba molestia; pero era imposible que no se movieran sus mejillas, nariz, su mentón o su frente cuando todo en ella temblaba dolorosamente.Dolor era lo único que sentía, por todas partes. Si alguien le preguntaba qué le dolía más en ese momento, ella fácilmente podría decir que le dolía más la vida que la muerte, porque a su tía ya no le dolía nada, Cenaida al fin estaba en paz, lo sabía por esa expresión tranquila con que había terminado; en cambio, a Emilia le dolía hasta respirar.—Quédate aquí un segundo
—Amiga —habló Adriana, llegando hasta una joven que, recargada en el brazo de uno de los tantos sofás de ese lugar, descansaba un poco la cabeza apoyada en su mano.Emilia había estado despierta casi toda la noche, y estaba agotada de tanto llorar, así que sentía que no solo su espíritu ya no podría más, tampoco lo haría su cuerpo.» ¿Por qué no me llamaste? Me acabo de enterar de la muerte de la tía ahorita que llegué al trabajo —señaló la compañera de trabajo de Emilia, y su supuesta mejor amiga—. Si me hubieras dicho te habría acompañado para que no estuvieras sola, me imagino que la noche fue difícil sin nadie a tu lado.Emilia no dijo nada, solo respiró profundo y volvió a clavar los ojos en el ataúd de su tía Cenaida.» Lamento lo que pasó —insistió Adriana ante el silencio de la joven que la hacía feliz al estar sufriendo tanto—, debes sentirte sola y desesperada. Me hubieras buscado para que...—Por favor, cállate —pidió Emilia, interrumpiendo a su supuesta amiga—, no estoy de
Emilia que, recargada en la recién cerrada puerta de la entrada de su casa, había sentido una ola de soledad golpearle junto a ese aroma a manzana y canela que siempre tenía su hogar, sintió también su frente contraerse y su cabeza doler.Ignoró su dolor de cabeza, y también sus ganas de llorar. Estaba cansada, necesitaba dormir, pero supo que no lograría hacerlo cuando, al recorrer el pasillo hacia su habitación, recorrió también montón de recuerdos en su cabeza.Emilia llegó a la cocina y, de la gaveta donde guardaban todos los medicamentos, tomó esas pastillas que le ayudaban a dormir a su tía.Cenaida había tenido problemas de sueño debido al estrés que le ocasionaba su situación de salud y la económica, que no se compaginaban adecuadamente, así que había estado recibiendo de todo tipo de medicamentos, cada uno más fuerte que el anterior, porque le dejaban de hacer efecto pronto.Luego de ingerir un par de pastillas se fue directo a su cama, donde se tiró y, tras un rato de lagrime
Emilia había despertado bien, tal como se lo había dicho a Alejandro, pero, al parecer, todo había sido a causa de que seguía medio dormida aún, pues, con el paso del tiempo, su ánimo decayó, junto a su poca energía.Cuando la joven castaña dejó su cama y se encaminó afuera de la habitación, sintió a la soledad susurrarle montón de cosas tristes y dolorosas, entonces, ignorando su vacío estómago, se aprontó a la habitación de su tía que le inundó los ojos en ardientes lágrimas al verla vacía.Esa vista de una cama vacía le recordaba su dura realidad, una que, al abrir los ojos por primera vez ese día, se planteó de nuevo que todo hubiera sido solo parte de un horrible sueño; pero no era así.Sin poder evitarlo, la chica se adentró a la habitación de la mujer, de la que se había tenido que despedir el día anterior, y la recorrió con calma, observando cada detalle hasta que, justo al lado de una cama donde no había dormido Cenaida, y en la que no dormiría de nuevo jamás, perdió las fuerz
—La señorita volvió a comer poco, no tocó el desayuno ni la cena, además de que otra vez no salió de su habitación para nada. Pasó casi todo el día en cama —reportó Teresa, ama de llaves en ese lugar.—Está bien —aseguró Alejandro, quien de nuevo recibía un reporte del comportamiento de Emilia—, solo déjenla estar. El tiempo es su mejor aliado para curar sus heridas, dejémosla tranquila y síganla vigilando.La mujer que recibía la instrucción del hombre que pagaba su salario asintió y se retiró, entonces transmitió el mensaje recibido al resto de los empleados del lugar.Alejandro vivía en un lugar grande, tanto que los empleados se extendían a su ama de llaves, tres mucamas, la cocinera, el jardinero y el chófer, que solo usaba su abuelo, pues vivían en la misma casa los dos.Cuando los padres de Alejandro murieron en ese accidente, el pequeño Alejandro se había mudado a casa de sus abuelos, quienes lo criaron como consideraban sus difuntos padres lo hubieran querido, entonces, ese lu
—Lo lamento —repitió Alejandro, recargado a una puerta que no se abría, por mucho que la tocara, insistiendo a pesar de que quien estaba adentro le había pedido, un par de veces ya, que se marchara—, no me di cuenta de que la estabas pasando mal, pensé que necesitabas tiempo para estar a solas.Emilia, que también estaba recargada a la puerta, solo que por adentro, suspiró. Se había hecho tantas esperanzas de ella viviendo al lado de ese hombre e iniciando su nueva familia, que su corazón había sufrido severos daños al darse cuenta de que la “compañía” prometida por ese hombre no era una realidad.» Emilia, ábreme, por favor. Quiero saber que estás bien y...—Estoy bien —respondió la joven, que no quería escuchar nada más de ese hombre, por eso lo interrumpió—. Estoy bien, así que vete.—Emilia, por favor —suplicó Alejandro, que no podía creerle que estaba bien, no sin verla, al menos...—Alejandro, estoy cansada y no quiero discutir contigo —declaró la castaña, recargando su cabeza en
—No —respondió Emilia, volviéndose a dejar caer en la cama, alejándose así del hombre que, ante su reacción y respuesta, solo sonrió y se recostó también—. Estoy en serio agotada, y no quiero que me duela el cuerpo cuando no puedo con el dolor de mi alma.—Cuando mis padres murieron —comenzó a hablar Alejandro Darrell, aparentemente de la nada—, no recuerdo haber sentido dolor, como tal, pero recuerdo que fue difícil. Cada que volvía a casa me daban ataques de ansiedad: mis manos y frente comenzaban a sudar por nada y mi garganta se cerraba de tal forma que dejaba gradualmente de permitirme respirar, así que no he vuelto nunca ahí... Creo que es por eso que temía que estuvieras en este lugar, pero tú pareces estar bien.—No estoy bien —informó Emilia—, es solo que, justo ahora, mi cansancio es más grande que mi tristeza, por eso solo quiero dormir, para descansar.—Creo que eres una mujer muy fuerte —resolvió el hombre, provocando en la chica una leve sonrisa—, admiro eso de ti.—Graci
La rutina hizo muy buenos amigos a un par de prometidos que vivían juntos, porque las cosas que comenzaron a pasar entre ellos eran bastante buenas: Emilia ya no estaba sola, y Alejandro tampoco.Alejandro Darrell nunca pensó que la compañía de alguien le haría bien, porque incluso con Malena, a quien estaba seguro de que la amaba con todo su corazón, había pensado que sería difícil la convivencia, pero también creía que el amor y los beneficios que conseguirían al casarse les darían fuerza a ambos para superarlo; sin embargo, con Emilia era muy diferente a lo que había imaginado, era incluso mucho mejor.Alejandro dormía muy bien al lado de esa joven, y Emilia era una gran ama de casa, cocinaba bastante bien y, tal vez por que la casa era pequeña y Emilia no recibía visitas, pero era cómodo para Alejandro estar en la casa de su ahora prometida.Aun así, él sabía bien que tras la boda no deberían seguir viviendo en un lugar tan impropio de él y lo que él representaba.—¿A qué estás jug