—Pues, según los estudios realizados, no debería haber ningún problema para la implantación de un óvulo fecundado —aseguró la médico que los estaba atendiendo y a los que, por puros nervios, Marisa estuvo a punto de negarse a conocer—, aparte de los riesgos normales, me refiero.Marisa casi se emocionó; pero, al conocer la aclaración, se dio cuenta de que, en realidad, no iría a la segura, así que de nuevo comenzó a tener miedo y ganas de salir de ese lugar, así, sin intentarlo siquiera.Porque, como bien decía el dicho, el que no intenta, no gana; y ella y Marisa tenían un complemento para ese dicho popular, que era: el que no arriesga, no gana, pero tampoco pierde; y ella no quería perder, sabía que no sobreviviría si lo hacía.Sabino, que conocía lo suficientemente bien a su esposa como para saber en lo que estaba pensando, tomó su mano, fría por los nervios que la estaban invadiendo, y la llevó a su boca para depositar en ella un dulce beso y poder hacer la promesa que quería hace
—¡Kyaaaa! —gritó Meredith, dando pequeños saltitos de emoción, sin prestar atención a esa sonrisa nerviosa que su hermana mayor contenía.Y es que era tanta la felicidad de la mayor de las Carson, que sentía que explotaría algo si es que se dejaba llevar por esas emociones que la comenzaban a desbordar.—¿Por qué no me dijiste que podías embarazarte si era de manera asistida? —preguntó la pediatra, que no soltaba las manos de su hermana mayor.—Porque no lo sabía —respondió Marisa y Meredith ahora sí que la soltó, mientras su rostro ponía una expresión de confusión y llevaba sus manos a su cintura—, como pensé que no podía serlo, y temía que cualquier cosa pudiera romper mi corazón, decidí no investigar nada, para no tener esperanzas. Me quedé solo con la idea de que no podría ser madre jamás.—Ay, mensa, tonta, idiota, pendeja —le dijo Meredith cada cosa al tiempo que golpeaba uno de los brazos de su hermana mayor—. Eres tan idiota que quiero pegarte.—Ya me pegaste —señaló Marisa, m
—¿Siempre no intentarás volver a trabajar? —preguntó Meredith que, veía a sus hijas menores a punto de entrar al jardín de niños, de tres años, también.—Yo creo que no —respondió Marisa, viendo al menor de sus hijos: Saíd, corriendo detrás de su hermano mayor, que siempre jugaba a esconderse de él—. Me gusta ser madre y ama de casa; además, ser madre y ama de casa ya es tremenda chinga, no quiero ser algo más que eso, no creo que pudiera soportarlo sin volverme loca.—Pues yo si voy a regresar al trabajo —informó Meredith, que ya estudiaba un posgrado para ponerse al corriente de la medicina pediátrica, pues la había dejado un poco de lado, también por haberse convertido en mamá y decidido que sus hijos crecerían bajo su cuidado y protección hasta que debieran despegarse un poco de ella, y eso estaba a punto de ocurrir ahora que entrarían al jardín de infantes.» Me dieron trabajo en el centro médico de tu zona residencial —explicó la segunda hermana Carson—, y como queda cerca del c
«Casarse es para siempre». No dejaba Miranda de repetirlo para sí misma. Y es que, desde la tarde anterior, un miedo irracional le estaba embargando, y ahora que se veía vestida de blanco, todo se ponía mucho peor; y no lo entendía. Ella se había planteado esa situación muchas veces, y siempre creyó que estaba bien, que casarse no era malo, es decir, sus dos hermanas mayores estaban casadas y se veían de verdad felices. Pero ahora que la ansiedad la tenía a punto de vomitar, no estaba segura de querer unir su vida a alguien para siempre. La joven castaña, de ojos azules casi grises, se miró en el espejo de nuevo y el hueco en su estómago se agrandó. Los nervios la carcomían. A pesar de verse totalmente hermosa en ese vestido blanco de escote discreto, con ese maquillaje perfecto y ese peinado alucinante, no se sentía nada segura. Vio por la ventana de su habitación cómo iban llegando uno a uno sus invitados, todos elegantes y felices, incluyendo a sus hermanas y sus familias; y se
—Te vas a arrepentir —me dijo y me obligué a respirar profundo.—Puede ser que lo haga —respondí—. Pero no va a ser la primera vez que me arrepienta de algo, así que creo que lo podré afrontar. —No vas a poder sin mí —aseguró él y yo negué con la cabeza.—Yo voy a estar bien —aseguré algo que él se negaba a creer.—Te vas a arrepentir —repitió y sonreí desganada.Su insistencia y sus palabras no me hacían daño, ya no me lo hacían, como tampoco me lastimaría nada de lo que él decidiera hacer justo en ese momento.Yo estaba cansada de todo, sobre todo de sentirme mal por su causa, sobre todo de achicarme ante sus ojos solo porque él nunca me miró con benevolencia.Y es que Alejandro Darrell no se daba cuenta de que yo era mucho más de lo que él se merecía, porque nunca lo había querido ver; pero debo confesar que, al principio, yo tampoco lo noté.Pero ya no era así. Yo ya no era la tonta que le amaba incondicionalmente y por sobre todas las cosas, incluyéndome; yo no era más esa muje
—Como si yo quisiera casarme con el soso de Alejandro —dijo Malena a Nubia, su mejor amiga, mientras ambas hablaban del tan rumorado futuro matrimonio entre Malena Zamora, una bella y adinerada socialité, y Alejandro Darrell, magnate hombre de negocios y multimillonario; evento que seguramente sucedería pronto, pues ya se conocía el hecho de él comprando un anillo de compromiso.—Entonces no te cases con él —sugirió Nubia, que en realidad no entendía por qué su amiga salía con alguien de quien siempre se quejaba por lo aburrido y serio que era. —¿Y desperdiciar la oportunidad de disfrutar la fortuna de la familia Darrell que obtendrá cuando se case conmigo? —cuestionó la azabache en un tono de completa ironía—. No estoy idiota.—Amiga, tú tienes mucho dinero, ¿por qué necesitas casarte con él habiendo tantos otros ricos en nuestro circulo? —cuestionó la mejor amiga de Malena—. Mi hermano estaría encantado de casarse contigo, aunque no estoy segura de quererte en mi familia.Ambas muje
—¿Por qué te fuiste sin decir media palabra? —preguntó Adriana cuando, dos días después, se reencontraba con Emilia, quien el día anterior había tenido su día de descanso.—No me sentía bien —respondió la castaña, sin muchas ganas de entablar una conversación con la rubia, mucho menos de darle ninguna explicación.Emilia se sentía furiosa por lo ocurrido. Ahora que podía respirar de nuevo, se daba cuenta de lo estúpida que había sido, todo por dejarse llevar por la desesperación.Es decir, cuando necesitó dinero podría haber corrido a algún prestamista y se habría evitado acostarse con un extraño, porque era mejor pagar intereses que convertirse en la mujerzuela que ahora se sentía.—¿Te sentías mal? —cuestionó Adriana de una manera insidiosa que molestó a la castaña, ella ya se sentía terrible por lo que había hecho, y parte de la culpa la sentía en esa chica rubia que no parecía querer dejar pasar el tiempo sin obtener información de su parte—. No será que te sentías demasiado bien.
Emilia no podía creer lo que había pasado recién. Y es que, de la nada, el hombre con quien había pasado una de las peores noches de su vida, pero al que le agradecía el gesto de soltarle un puño de billetes, había declarado s su novio y había aprovechado la confusión de la chica para besarla y subirla a su coche.Y ahora estaba ahí, sentadita en el asiento trasero de un auto lujosísimo, al lado de Alejandro Darrell, su falso novio, esperando una explicación a lo que había ocurrido un par de minutos atrás.—Parece que te gusta el dinero —dijo de la nada el hombre que, luego de cerrar la puerta del coche con ambos arriba, había cambiado su expresión por una tan firme como la que ella recordaba en él en la noche que estuvieron juntos—. Yo tengo mucho, y también necesito que hagas algo por mí, así que hagamos un trato.Emilia le miró intrigada. No entendía de qué iban las palabras del joven, pero no lo interrumpiría, no cuando, más que gustarle el dinero, lo necesitaba con urgencia.—¿Qué