—¿Por qué te fuiste sin decir media palabra? —preguntó Adriana cuando, dos días después, se reencontraba con Emilia, quien el día anterior había tenido su día de descanso.
—No me sentía bien —respondió la castaña, sin muchas ganas de entablar una conversación con la rubia, mucho menos de darle ninguna explicación.
Emilia se sentía furiosa por lo ocurrido. Ahora que podía respirar de nuevo, se daba cuenta de lo estúpida que había sido, todo por dejarse llevar por la desesperación.
Es decir, cuando necesitó dinero podría haber corrido a algún prestamista y se habría evitado acostarse con un extraño, porque era mejor pagar intereses que convertirse en la mujerzuela que ahora se sentía.
—¿Te sentías mal? —cuestionó Adriana de una manera insidiosa que molestó a la castaña, ella ya se sentía terrible por lo que había hecho, y parte de la culpa la sentía en esa chica rubia que no parecía querer dejar pasar el tiempo sin obtener información de su parte—. No será que te sentías demasiado bien.
La sugerente manera en que la otra preguntaba le hacía doler el estómago a la castaña, pues, en toda su vida, ella jamás se había sentido tan mal como aquella noche, y había sido de varias maneras. Emilia se había sentido mal física, emocional y moralmente, también.
—No voy a hablar de eso contigo —murmuró en medio de un gruñido la castaña de ojos café claro, casi miel, entre furiosa y apenada.
—Ay, no seas así —pidió la rubia de ojos verdes—, solo dime si es tan bueno en la cama como los rumores dicen... Además, por conseguirte la oportunidad, me tienes que decir cuánto te dio. Seguro que fue esplendido contigo, ¿o no?
Emilia le miró molesta, negó con la cabeza mientras entornaba los ojos y caminó a su puesto de trabajo luego de terminar de acomodarse el delantal para poder cubrir ese celular que no podía tener consigo en horas laborales.
Adriana se rindió. Conocía bien a su amiga, así que sabía perfectamente que ella no le diría nada, o al menos eso pensó antes de verla volver hacia ella, tomarla de la mano y arrastrarla hasta un pasillo por donde nadie pasaba.
—Le dije a mi tía que organizamos una tanda aquí —declaró de la nada la joven castaña, bajito—, que me dieron el primer número, así que, si te llega a preguntar al respecto, ya sabes qué decir.
—Necesito detalles —dijo la rubia, sonriendo—, al menos debo saber de cuánto para cuánto era la tanda.
Emilia le miró con los ojos muy abiertos mientras apretaba con fuerza sus dientes. Tenía que dar esa información, era cierto que la otra requería esos detalles, pero le mataba tener que hacerla participe de algo tan íntimo que incluso ella misma deseaba no saber nada de ello.
—De quinientos para cinco mil —farfulló la castaña luego de inspirar profundo y soplar el aire en sus pulmones con lentitud.
—¡Amiga! —exclamó la rubia, en serio asombrada—. Parece que eres más buena que él en aquellito.
—¡Adriana! —gruñó con potencia la castaña, pues no podía armar un escándalo en el trabajo—. De esto no vamos a hablar nunca más, así que no vuelvas a comentarlo.
—¿Nunca más? —cuestionó la rubia, jugueteando y molestando a la castaña—. Creo que, en lugar de esconderlo, deberías ir a buscarlo. Si fue tan esplendido seguro le encantaste, así que puedes convertirlo en tu...
—Nada, Adriana —advirtió Emilia interrumpiendo a su indiscreta amiga—, en serio no vuelvas a decir nada al respecto, porque no necesito amigas que me estén jodiendo, con la vida tengo más que suficiente.
Dicho eso, la castaña volvió a su sitio de trabajo y Adriana vio con disgusto a la que se iba.
No le había sugerido que pasara la noche con el tal Darrell para ayudarla. En realidad, lo único que ella había querido era avergonzarla, porque ella sabía bien que el señor Darrell, que se hospedó esa noche en el hotel, no era el Darrell habitual, así que lo que había esperado que sucediera no era que ella obtuviera dinero, sino que provocara un escándalo y terminara sin trabajo.
Adriana odiaba que las cosas no hubieran salido como las había previsto, sobre todo porque, aunque Emilia se mostraba molesta, no parecía estar arrepentida por lo ocurrido. ¿Y cómo lo estaría? Si con lo que había obtenido podría salir de uno de sus tantos apuros, esos que tanto le alegraban a la rubia que no soportaba a la otra disfrutando de coas buenas.
—¿Qué clase de idiota paga cinco mil por una noche? —se preguntó en voz alta la rubia y se mordió la lengua para no hacer una rabieta, como tenía ganas.
Ella odiaba a Emilia, siempre lo había hecho, pero había fingido que no, incluso se convirtió en su “mejor amiga” para poder estar tan cerca de ella que no se perdería ninguna de las mil desgracias que le ocurrían a la castaña y a ella le satisfacían sobre manera.
La rubia nunca había buscado saber la razón de tanto odio, solo se había enfrascado en hacerla cada vez más miserable, porque de verdad le complacía verla en apuros, y más le complacía ser su abanico en una ola de calor, porque en realidad no le ayudaba en nada, al contrario, siempre le complicaba las cosas sin que la buena e ingenua Emilia Chardón se diera cuenta.
A Emilia la odiaba desde que la conoció, y es que la castaña se destacaba a pesar de ser tan simplona y, con sus condiciones familiares tan lamentables, siempre era bien vista por los otros que siempre la intentaban ayudar.
Así que, aunque la odiaba sobre manera, Adriana no podía declararse su enemiga, no cuando ella ya estaba tan desvalida, eso sería tan cruel e inhumano que seguro la convertiría en una villana, y eso no iba con la imagen que quería proyectar a todos de sí misma, así que decidió convertirse en la mejor amiga, la que parecía que la iba sosteniendo de la mano cuando en realidad no hacía nada bueno por ella.
Adriana se mordió el interior de la mejilla con fuerza, con tanta fuerza que su boca se llenó de un sabor ferroso que no opacó para nada el mal sabor de boca que tenía porque su amiga se había salvado de una fuerte deuda por uno de sus consejos. Luego de eso, escuchando pasos detrás de ella, relajó el rostro, le sonrió al joven que pasaba a su lado y lo siguió para ocupar también su puesto de trabajo.
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—Sabes —comenzó a decir Álvaro, cuando se quedó a solas con Alejandro, una vez que se terminó la reunión con sus ejecutivos y socios—, había dos cosas en la vida que no esperaba que pasaran, y ambas pasaron.
Alejandro no dijo nada, solo le miró con el ceño fruncido pues, que el otro dijera tonterías luego de solicitar una cita con él, le decepcionaba bastante.
» La primera era que dieras con mi lugar favorito para jugar —continuó hablando Álvaro, sonriendo al que le miraba extrañado—. Mi amigo me hizo una mala broma hace mucho tiempo y su hotel se convirtió en un gran lugar para pasarla bien, sobre todo si consideramos el que tiene buenas empleadas.
El hombre de cabello y ojos oscuros miró con atención al que hablaba, pues, aunque no había pasado ni siquiera una semana de que él hubiera pasado la más extraña de sus noches, una no del todo desagradable si no tenía en cuenta la razón por la que había ido a dar a ese lugar, era seguro que era sobre eso de lo que su no tan querido primo hablaba.
» La segunda es que te divirtieras con una de esas chicas aun cuando se rumora tan alto tu próximo compromiso con Malena Zamora —continuó diciendo el joven—. Parece que al final no somos tan diferentes, primo.
Alejandro bufó en medio de una sonrisa, atrayendo la total atención del que pretendía burlarse de él, y molestándolo también.
» ¿Qué es tan divertido? —cuestionó el hombre de cabello castaño claro, casi rubio, y de ojos café claro también.
—Que nos iguales es divertido —respondió Alejandro, decidido a no dejar que el otro se burlara de él—. Definitivamente somos diferentes, aunque, por lo que mencionas, supongo que sí nos parecemos en algo: ambos somos hombres con deseos carnales. La diferencia entre tú y yo, primo, una de tantas, es que no me acuesto con quien sea, y que no necesito pagar para divertirme.
—No era Malena Zamora con quien pasaste la noche —aseguró Álvaro—, y, hasta donde yo y todo el mundo sabemos, ella es con quien estás saliendo.
—Pues sabes mal —respondió Alejandro, pretendiendo que no le sabía mal negar una relación que le había hecho tanto bien y tanto mal—, ella y yo nos vimos en algunas ocasiones, sí, pero eso no significaba que me fuera a casar con ella.
—Ella era la única mujer con quien salías —señaló Álvaro, casi entre dientes.
—No, ella era la única que quisieron ver —declaró Alejandro, poniéndose en pie para dejar la sala y volver a su oficina, dejando atrás al molesto de su primo—, pero, además de ella, con quien no tengo ninguna intención amorosa, aclaro; salía con alguien más, la mujer con quien me comprometeré próximamente.
Álvaro le miró contrariado. Lo que su primo decía no era lo que los rumores sugerían, además, estaba seguro de que era imposible que su querido primo estuviera saliendo con alguien sin que nadie se diera cuenta, porque Alejandro Darrell era de los que atraían la atención a donde quiera que fuera, pues su apariencia apuesta y su mal carácter eran bastante notorios, y contrastaban bien.
» Ahora —habló de nuevo el de cabello oscuro ante el silencio de su acompañante, llegando hasta la puerta—, si no tienes nada más que decir, voy a retirarme, porque, en otra cosa que no somos iguales, es en que yo soy un hombre muy ocupado.
El hombre de cabello claro se fue, sin decir nada más, porque no tenía nada más que decir.
Álvaro no iba a pelear con Alejandro insistiendo en que no le creía, pero lo desenmascararía, después de todo, la rectitud de Alejandro era la única ventaja que su no tan querido primo tenía sobre él para recibir todos los bienes de su abuelo, y le había caído de maravilla que se hubiese hospedado en ese lugar por algunas horas y hubiese estado acompañado por una mujer.
—No puede ser una simple coincidencia —dijo para sí mismo Álvaro, entrando a su propia oficina—, necesito saber quién era ella y aclarar esto de una vez por todas.
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—Hola —dijo un hombre de traje oscuro y lentes en el mismo color que, al parecer, la había estado esperando afuera de su lugar de trabajo—, acompáñeme por favor.
Emilia le miró aterrada. No conocía a ese hombre, y la seriedad que mostraba le parecía, más que sospechosa, peligrosa, así que pensó el golpearlo y salir corriendo mientras gritaba para que alguien la salvara.
Pero su cuerpo no se movió, y su voz tampoco salió, solo tembló frente a un hombre que, debido a los lentes oscuros, ella no sabía si le miraba o no.
—Creo que se equivoca de persona —dijo la chica castaña en un hilo de voz, temblando hasta la médula por lo aterrada que se sentía, suplicando internamente porque alguien, quien sea, pasara por el oscuro lugar donde había encontrado a ese hombre—. No le conozco, así que no tengo asuntos con usted.
—Tus asuntos son conmigo —respondió un hombre que bajaba del auto que esperaba frente a la banqueta donde la chica era intimidada por el guardaespaldas de Alejandro Darrell—, así que deja de temblar y sube al auto.
Emilia miró a un hombre que reconocía, y del cual también quería salir corriendo.
—Amiga, ¿estás bien? —preguntó Adriana, que salía de la nada, aparentemente, pues había estado oculta detrás del muro esperando ver que algo malo le ocurriera a esa que joven que tanto detestaba.
—Está todo bien —aseguró Alejandro para una joven que no conocía de nada, pero que esperaba no se entrometiera en donde nadie le llamaba—, al parecer Emilia se asustó porque no reconoció a mi guardaespaldas, pero ahora que sabe que soy yo quien la busca todo ha pasado.
—¿Y quién es usted? —preguntó Adriana, intrigada por ese hombre que parecía mirarle con desdén.
—Soy Alejandro Darrell —respondió el hombre, con su cara de pocos amigos de siempre—, el novio de Emilia.
Emilia no podía creer lo que había pasado recién. Y es que, de la nada, el hombre con quien había pasado una de las peores noches de su vida, pero al que le agradecía el gesto de soltarle un puño de billetes, había declarado s su novio y había aprovechado la confusión de la chica para besarla y subirla a su coche.Y ahora estaba ahí, sentadita en el asiento trasero de un auto lujosísimo, al lado de Alejandro Darrell, su falso novio, esperando una explicación a lo que había ocurrido un par de minutos atrás.—Parece que te gusta el dinero —dijo de la nada el hombre que, luego de cerrar la puerta del coche con ambos arriba, había cambiado su expresión por una tan firme como la que ella recordaba en él en la noche que estuvieron juntos—. Yo tengo mucho, y también necesito que hagas algo por mí, así que hagamos un trato.Emilia le miró intrigada. No entendía de qué iban las palabras del joven, pero no lo interrumpiría, no cuando, más que gustarle el dinero, lo necesitaba con urgencia.—¿Qué
—Lamento haberte interrumpido —se disculpó Emilia, que se ahogaba con todo lo que sentía justo en ese momento, iniciando con la vergüenza, pero sintiendo más claramente la urgencia de su necesidad—. Espero no haberte dado problemas, pero...La castaña sintió cómo su nariz se ensanchaba, dejando entrar mucho más aire del habitual a sus pulmones y adoleciendo el trayecto en el proceso; entonces guardó silencio para no llorar.—Ese pero es la razón de cambiar de opinión, ¿cierto? —preguntó Alejandro y Emilia asintió, presionando sus labios uno contra otro para acallar sus sollozos de desesperación—. ¿Sucede algo? ¿Por qué lloras? No te estoy obligando a esto, así que no tienes que verte tan sacrificada.El reclamo del hombre les supo amargo a los dos. Alejandro había elegido a propósito desayunar en ese lugar, por si Emilia se arrepentía y decidía que sí quería aprovechar la oportunidad que él le daba; pero ahora que la veía tan descompuesta creía que no había sido una buena idea, pues él
Habían pasado bastantes cosas, Emilia lo sabía, estaba segura de que incluso había sido participe de algunas de ellas, pero no lograba recordar nada con claridad. Lo que había pasado esa joven castaña en las últimas horas de su vida estaba entre una nebulosa formada por sus lágrimas y su dolor.Su dolor de cabeza era intenso, y los músculos de su cara estaban adolecidos por tanta presión a los que estaban sometidos. Emilia sentía la cara rígida, por eso, cualquier movimiento le causaba molestia; pero era imposible que no se movieran sus mejillas, nariz, su mentón o su frente cuando todo en ella temblaba dolorosamente.Dolor era lo único que sentía, por todas partes. Si alguien le preguntaba qué le dolía más en ese momento, ella fácilmente podría decir que le dolía más la vida que la muerte, porque a su tía ya no le dolía nada, Cenaida al fin estaba en paz, lo sabía por esa expresión tranquila con que había terminado; en cambio, a Emilia le dolía hasta respirar.—Quédate aquí un segundo
—Amiga —habló Adriana, llegando hasta una joven que, recargada en el brazo de uno de los tantos sofás de ese lugar, descansaba un poco la cabeza apoyada en su mano.Emilia había estado despierta casi toda la noche, y estaba agotada de tanto llorar, así que sentía que no solo su espíritu ya no podría más, tampoco lo haría su cuerpo.» ¿Por qué no me llamaste? Me acabo de enterar de la muerte de la tía ahorita que llegué al trabajo —señaló la compañera de trabajo de Emilia, y su supuesta mejor amiga—. Si me hubieras dicho te habría acompañado para que no estuvieras sola, me imagino que la noche fue difícil sin nadie a tu lado.Emilia no dijo nada, solo respiró profundo y volvió a clavar los ojos en el ataúd de su tía Cenaida.» Lamento lo que pasó —insistió Adriana ante el silencio de la joven que la hacía feliz al estar sufriendo tanto—, debes sentirte sola y desesperada. Me hubieras buscado para que...—Por favor, cállate —pidió Emilia, interrumpiendo a su supuesta amiga—, no estoy de
Emilia que, recargada en la recién cerrada puerta de la entrada de su casa, había sentido una ola de soledad golpearle junto a ese aroma a manzana y canela que siempre tenía su hogar, sintió también su frente contraerse y su cabeza doler.Ignoró su dolor de cabeza, y también sus ganas de llorar. Estaba cansada, necesitaba dormir, pero supo que no lograría hacerlo cuando, al recorrer el pasillo hacia su habitación, recorrió también montón de recuerdos en su cabeza.Emilia llegó a la cocina y, de la gaveta donde guardaban todos los medicamentos, tomó esas pastillas que le ayudaban a dormir a su tía.Cenaida había tenido problemas de sueño debido al estrés que le ocasionaba su situación de salud y la económica, que no se compaginaban adecuadamente, así que había estado recibiendo de todo tipo de medicamentos, cada uno más fuerte que el anterior, porque le dejaban de hacer efecto pronto.Luego de ingerir un par de pastillas se fue directo a su cama, donde se tiró y, tras un rato de lagrime
Emilia había despertado bien, tal como se lo había dicho a Alejandro, pero, al parecer, todo había sido a causa de que seguía medio dormida aún, pues, con el paso del tiempo, su ánimo decayó, junto a su poca energía.Cuando la joven castaña dejó su cama y se encaminó afuera de la habitación, sintió a la soledad susurrarle montón de cosas tristes y dolorosas, entonces, ignorando su vacío estómago, se aprontó a la habitación de su tía que le inundó los ojos en ardientes lágrimas al verla vacía.Esa vista de una cama vacía le recordaba su dura realidad, una que, al abrir los ojos por primera vez ese día, se planteó de nuevo que todo hubiera sido solo parte de un horrible sueño; pero no era así.Sin poder evitarlo, la chica se adentró a la habitación de la mujer, de la que se había tenido que despedir el día anterior, y la recorrió con calma, observando cada detalle hasta que, justo al lado de una cama donde no había dormido Cenaida, y en la que no dormiría de nuevo jamás, perdió las fuerz
—La señorita volvió a comer poco, no tocó el desayuno ni la cena, además de que otra vez no salió de su habitación para nada. Pasó casi todo el día en cama —reportó Teresa, ama de llaves en ese lugar.—Está bien —aseguró Alejandro, quien de nuevo recibía un reporte del comportamiento de Emilia—, solo déjenla estar. El tiempo es su mejor aliado para curar sus heridas, dejémosla tranquila y síganla vigilando.La mujer que recibía la instrucción del hombre que pagaba su salario asintió y se retiró, entonces transmitió el mensaje recibido al resto de los empleados del lugar.Alejandro vivía en un lugar grande, tanto que los empleados se extendían a su ama de llaves, tres mucamas, la cocinera, el jardinero y el chófer, que solo usaba su abuelo, pues vivían en la misma casa los dos.Cuando los padres de Alejandro murieron en ese accidente, el pequeño Alejandro se había mudado a casa de sus abuelos, quienes lo criaron como consideraban sus difuntos padres lo hubieran querido, entonces, ese lu
—Lo lamento —repitió Alejandro, recargado a una puerta que no se abría, por mucho que la tocara, insistiendo a pesar de que quien estaba adentro le había pedido, un par de veces ya, que se marchara—, no me di cuenta de que la estabas pasando mal, pensé que necesitabas tiempo para estar a solas.Emilia, que también estaba recargada a la puerta, solo que por adentro, suspiró. Se había hecho tantas esperanzas de ella viviendo al lado de ese hombre e iniciando su nueva familia, que su corazón había sufrido severos daños al darse cuenta de que la “compañía” prometida por ese hombre no era una realidad.» Emilia, ábreme, por favor. Quiero saber que estás bien y...—Estoy bien —respondió la joven, que no quería escuchar nada más de ese hombre, por eso lo interrumpió—. Estoy bien, así que vete.—Emilia, por favor —suplicó Alejandro, que no podía creerle que estaba bien, no sin verla, al menos...—Alejandro, estoy cansada y no quiero discutir contigo —declaró la castaña, recargando su cabeza en