Emilia no podía creer lo que había pasado recién. Y es que, de la nada, el hombre con quien había pasado una de las peores noches de su vida, pero al que le agradecía el gesto de soltarle un puño de billetes, había declarado s su novio y había aprovechado la confusión de la chica para besarla y subirla a su coche.
Y ahora estaba ahí, sentadita en el asiento trasero de un auto lujosísimo, al lado de Alejandro Darrell, su falso novio, esperando una explicación a lo que había ocurrido un par de minutos atrás.
—Parece que te gusta el dinero —dijo de la nada el hombre que, luego de cerrar la puerta del coche con ambos arriba, había cambiado su expresión por una tan firme como la que ella recordaba en él en la noche que estuvieron juntos—. Yo tengo mucho, y también necesito que hagas algo por mí, así que hagamos un trato.
Emilia le miró intrigada. No entendía de qué iban las palabras del joven, pero no lo interrumpiría, no cuando, más que gustarle el dinero, lo necesitaba con urgencia.
—¿Qué tanto dinero puedo obtener? —preguntó la castaña, demasiado insegura, a decir verdad.
Ella no creía en las soluciones mágicas. Emilia estaba segura de que nada que valiera la pena se resolvería con facilidad, pero estaba tan cansada por todos esos años en que se había esforzado tanto, y también ya había probado obtener dinero fácil con ese hombre, que de pronto se dejó llevar por la ilusión.
Alejandro sonrió amargamente. Una parte de él, una ebria, seguramente, había visto en la chica un poco de pureza e ingenuidad dentro de todo el miedo que había mostrado la noche que estuvo con él, pero ahora que, sin siquiera explicar alguna posible necesidad, ella se interesaba en lo que él ofrecía, se daba cuenta de que ella no era más que otra arpía.
Pero estaba bien, él lo había ofrecido primero, así que no se molestaría porque esa mujer estuviera detrás de su dinero, sobre todo si eso le daba la oportunidad de obtener lo que él necesitaba de ella.
Su abuelo, dueño de todo lo que los Darrell disfrutaban, había puesto como condición para ser el siguiente sucesor de la familia, y heredar todo lo que él poseía, que se casaran por amor e hicieran una familia que les hiciera felices.
Era por eso que Alejandro, que no disfrutaba en los brazos de cualquiera, que era serio y responsable, era el favorito para quedarse con todo lo que su abuelo tenía; pero ahora, que había cometido un desliz, su puesto comenzaba a peligrar, y por ello, convencido de que el amor verdadero no existía, decidió usar a su favor la carta que había encontrado sin querer.
—Demasiado dinero —aseguró el hombre respondiendo a la pregunta de Emilia, que le veía asombrada—, pero no será gratis, como puedes imaginar. Mi propuesta es la siguiente: cásate conmigo, seamos marido y mujer por un tiempo y, cuando yo lo considere prudente, nos divorciaremos, entonces desaparecerás de mi vista. Obviamente no te irías con las manos vacías, pero sí te irás tan lejos como se pueda, a cambio, mientras seas mi esposa, puedes disponer de todo lo que quieras, económicamente hablando, por supuesto.
Emilia le miró confundida. Había esperado que le ofreciera ser su amante, y en su locura había pensado que esa no sería una mala oferta si no tenía en cuenta lo malo que era el hombre en la cama, pero, de ahí a casarse con un extraño, eso parecía más locura que sus propios pensamientos.
—Casarse es mucho —murmuró la joven, segura de que no quería hacer lo que el otro pedía.
—¿Preferirías que fuéramos solo amantes? —cuestionó Alejandro con sarcasmo—. Lamentablemente, eso no me sirve y, debido a que algunos saben de nuestro desliz de la noche pasada, tienes que ser tú, así que eso te da la ventaja. De verdad puedes pedir lo que quieras, te lo daré todo porque necesito que aceptes lo que te ofrezco.
La joven de cabello castaño apartó la mirada, viendo por la ventana como se acercaban a su hogar. Entonces se preguntó si ese hombre la había investigado y era por ello por lo que sabía dónde vivía y las circunstancias por las que atravesaba, eso explicaría por qué le había ofrecido lo que le ofrecía.
—¿Puedo pensarlo? —cuestionó la chica, casi segura de que no cambiaría de opinión.
Casarse con alguien, y pasar sabe cuántos años de su vida con él, tan solo por dinero, era algo que no había soñado nunca hacer.
—No puedes —respondió el hombre—. Vine por un sí, así que quiero la respuesta ahora.
—Entonces no —respondió Emilia—. No sé qué piensa que soy, y lamento no poderlo ayudar, pero no está en mis planes casarme y...
—¿Por qué? —cuestionó el hombre, molesto. Él había estado seguro de que la chica diría que sí sin rechistar, y le había dicho que no tan contundentemente que le confundía—. No creo que consigas el dinero que te ofrezco ni saliendo con decenas de hombres en toda tu vida, o, ¿acaso es porque te gustan más los hombres que el dinero? Ese sí sería un inconveniente, pues espero seamos un matrimonio respetable.
Emilia miró mal al hombre, pues ahora no solo la veía como una interesada, sino como una prostituta, y eso la ofendió muchísimo.
Ella no se había acostado con él por el dinero, aunque esa pareció ser su motivación; lo había hecho por estúpida, y comenzaba a arrepentirse demasiado de haberlo hecho.
Emilia no dijo más, miró mal a ese hombre y caminó hacia su casa, segura de que no se arrepentiría, pero al llegar a su casa y recibir una llamada informando que su tía tenía de nuevo una crisis corrió al hospital pensando que, si no hacía mucho más de lo que podía por su tía, se arrepentiría demasiado y para siempre.
La noche fue mala para Emilia, aunque no más mala que para su tía Cenaida, quien seguía en terapia intensiva por lo mal que estaba funcionando su corazón.
Ella requería urgente un cateterismo, pero no la operarían si Emilia no pagaba, así que solo le quedaba esperar a que su tía mejorara y aguantara un poco más o muriera por la falta de atención.
Afortunadamente para Emilia, en plena madrugada, su tía volvió a estar estable, así que pudo asistir al trabajo sin demasiada preocupación, pues siempre se encontraba muy preocupada por su condición ya que, debido a que necesitaba trabajar, ella no podía pasar el tiempo con la mujer que amaba con toda su vida.
Eran las siete de la mañana cuando dejó el hospital y corrió a su casa para darse un baño, luego de eso corrió a su empleo donde, pasadas las nueve de la mañana, vio en el restaurante del hotel al hombre que la noche anterior le había ofrecido algo que estaba necesitando con urgencia.
Emilia ni siquiera pensó en que lo había rechazado antes, solo rezaba con todas sus fuerzas para que el hombre no hubiera cambiado de opinión y, por lo imperante de su situación, ni siquiera se dio cuenta de que ese hombre estaba acompañado por algunas personas, mucho menos que él estaba ahí para un desayuno de negocios.
—¿Podemos hablar? —cuestionó la chica llegando hasta un hombre que, antes de verla, se sintió molesto por ser interrumpido, pero al ver su estado agitado y demacrado se preocupó un poco, pues incluso su cabello suelto parecía algo revuelto—. Es urgente.
Alejandro no supo reaccionar, una parte de sí quería seguirla a donde fuera que ella lo quisiera llevar, pero era una parte tan nimia, y que ignoraba seguido, que tan solo le generaba una pequeña molestia en su interior.
» Por favor —pidió la joven, ansiosa, estirando su mano hasta sostener el brazo del hombre para jalarlo con ella.
Pero Alejandro Darrell no era alguien a quien pudiera tocar cualquier mujer, al menos no frente a Malena Zamora, quien presumía por todo lo alto que ese hombre era suyo.
—¿Quién demonios eres? —cuestionó la mujer de cabello negro azabache, luminoso y largo que le cubría toda la espalda, y con esos ojos verdes esmeralda que miraban a la insignificante chica con asco, tomándola del brazo para alejarla de Alejandro.
—Soy su prometida —respondió Emilia, deshaciéndose en un brusco movimiento del agarre de la mujer que, a sus palabras, abrió los ojos enormes.
Alejandro sonrió internamente, la expresión de Malena Zamora le daba una satisfacción increíble, aunque no le curaba el corazón.
—No digas locu... —comenzó a hablar la azabache, que acompañada de sus padres desayunaría con Alejandro y su abuelo.
La excusa eran los negocios, pero, en realidad, todos, excepto Alejandro, esperaban concretar un compromiso entre los dos más jóvenes de esos cinco asistentes.
—Pensé que no te querías casar conmigo —ironizó Alejandro, disfrutando de la expresión de todos, sobre todo de la de la mujer que le había roto el corazón.
—Alejandro, por favor —dijo suplicante Emilia, sin saber qué decir, pues ahora que era consciente de que no estaban solos se sentía bastante apenada—. Habla conmigo, por favor.
La ansiosa y desesperada expresión de la chica frente a él, aunada a su apariencia pulcra e inocente, logró que el joven Alejandro Darrell sonriera enternecido, entonces Emilia pudo respirar de nuevo y agachó la cabeza intentando ocultar su dolor y su alivio.
» Lo lamento, ayer me tomaste por sorpresa, no supe qué hacer —declaró Emilia, aguantando el llanto—... ¿podemos hablar a solas?
—Claro —aceptó Alejandro, extendiendo la mano para que la chica la tomara, y así lo hizo ella; entonces el hombre se excusó con todos los que habían llegado con él y caminó de la mano con su nombrada prometida.
—Lamento haberte interrumpido —se disculpó Emilia, que se ahogaba con todo lo que sentía justo en ese momento, iniciando con la vergüenza, pero sintiendo más claramente la urgencia de su necesidad—. Espero no haberte dado problemas, pero...La castaña sintió cómo su nariz se ensanchaba, dejando entrar mucho más aire del habitual a sus pulmones y adoleciendo el trayecto en el proceso; entonces guardó silencio para no llorar.—Ese pero es la razón de cambiar de opinión, ¿cierto? —preguntó Alejandro y Emilia asintió, presionando sus labios uno contra otro para acallar sus sollozos de desesperación—. ¿Sucede algo? ¿Por qué lloras? No te estoy obligando a esto, así que no tienes que verte tan sacrificada.El reclamo del hombre les supo amargo a los dos. Alejandro había elegido a propósito desayunar en ese lugar, por si Emilia se arrepentía y decidía que sí quería aprovechar la oportunidad que él le daba; pero ahora que la veía tan descompuesta creía que no había sido una buena idea, pues él
Habían pasado bastantes cosas, Emilia lo sabía, estaba segura de que incluso había sido participe de algunas de ellas, pero no lograba recordar nada con claridad. Lo que había pasado esa joven castaña en las últimas horas de su vida estaba entre una nebulosa formada por sus lágrimas y su dolor.Su dolor de cabeza era intenso, y los músculos de su cara estaban adolecidos por tanta presión a los que estaban sometidos. Emilia sentía la cara rígida, por eso, cualquier movimiento le causaba molestia; pero era imposible que no se movieran sus mejillas, nariz, su mentón o su frente cuando todo en ella temblaba dolorosamente.Dolor era lo único que sentía, por todas partes. Si alguien le preguntaba qué le dolía más en ese momento, ella fácilmente podría decir que le dolía más la vida que la muerte, porque a su tía ya no le dolía nada, Cenaida al fin estaba en paz, lo sabía por esa expresión tranquila con que había terminado; en cambio, a Emilia le dolía hasta respirar.—Quédate aquí un segundo
—Amiga —habló Adriana, llegando hasta una joven que, recargada en el brazo de uno de los tantos sofás de ese lugar, descansaba un poco la cabeza apoyada en su mano.Emilia había estado despierta casi toda la noche, y estaba agotada de tanto llorar, así que sentía que no solo su espíritu ya no podría más, tampoco lo haría su cuerpo.» ¿Por qué no me llamaste? Me acabo de enterar de la muerte de la tía ahorita que llegué al trabajo —señaló la compañera de trabajo de Emilia, y su supuesta mejor amiga—. Si me hubieras dicho te habría acompañado para que no estuvieras sola, me imagino que la noche fue difícil sin nadie a tu lado.Emilia no dijo nada, solo respiró profundo y volvió a clavar los ojos en el ataúd de su tía Cenaida.» Lamento lo que pasó —insistió Adriana ante el silencio de la joven que la hacía feliz al estar sufriendo tanto—, debes sentirte sola y desesperada. Me hubieras buscado para que...—Por favor, cállate —pidió Emilia, interrumpiendo a su supuesta amiga—, no estoy de
Emilia que, recargada en la recién cerrada puerta de la entrada de su casa, había sentido una ola de soledad golpearle junto a ese aroma a manzana y canela que siempre tenía su hogar, sintió también su frente contraerse y su cabeza doler.Ignoró su dolor de cabeza, y también sus ganas de llorar. Estaba cansada, necesitaba dormir, pero supo que no lograría hacerlo cuando, al recorrer el pasillo hacia su habitación, recorrió también montón de recuerdos en su cabeza.Emilia llegó a la cocina y, de la gaveta donde guardaban todos los medicamentos, tomó esas pastillas que le ayudaban a dormir a su tía.Cenaida había tenido problemas de sueño debido al estrés que le ocasionaba su situación de salud y la económica, que no se compaginaban adecuadamente, así que había estado recibiendo de todo tipo de medicamentos, cada uno más fuerte que el anterior, porque le dejaban de hacer efecto pronto.Luego de ingerir un par de pastillas se fue directo a su cama, donde se tiró y, tras un rato de lagrime
Emilia había despertado bien, tal como se lo había dicho a Alejandro, pero, al parecer, todo había sido a causa de que seguía medio dormida aún, pues, con el paso del tiempo, su ánimo decayó, junto a su poca energía.Cuando la joven castaña dejó su cama y se encaminó afuera de la habitación, sintió a la soledad susurrarle montón de cosas tristes y dolorosas, entonces, ignorando su vacío estómago, se aprontó a la habitación de su tía que le inundó los ojos en ardientes lágrimas al verla vacía.Esa vista de una cama vacía le recordaba su dura realidad, una que, al abrir los ojos por primera vez ese día, se planteó de nuevo que todo hubiera sido solo parte de un horrible sueño; pero no era así.Sin poder evitarlo, la chica se adentró a la habitación de la mujer, de la que se había tenido que despedir el día anterior, y la recorrió con calma, observando cada detalle hasta que, justo al lado de una cama donde no había dormido Cenaida, y en la que no dormiría de nuevo jamás, perdió las fuerz
—La señorita volvió a comer poco, no tocó el desayuno ni la cena, además de que otra vez no salió de su habitación para nada. Pasó casi todo el día en cama —reportó Teresa, ama de llaves en ese lugar.—Está bien —aseguró Alejandro, quien de nuevo recibía un reporte del comportamiento de Emilia—, solo déjenla estar. El tiempo es su mejor aliado para curar sus heridas, dejémosla tranquila y síganla vigilando.La mujer que recibía la instrucción del hombre que pagaba su salario asintió y se retiró, entonces transmitió el mensaje recibido al resto de los empleados del lugar.Alejandro vivía en un lugar grande, tanto que los empleados se extendían a su ama de llaves, tres mucamas, la cocinera, el jardinero y el chófer, que solo usaba su abuelo, pues vivían en la misma casa los dos.Cuando los padres de Alejandro murieron en ese accidente, el pequeño Alejandro se había mudado a casa de sus abuelos, quienes lo criaron como consideraban sus difuntos padres lo hubieran querido, entonces, ese lu
—Lo lamento —repitió Alejandro, recargado a una puerta que no se abría, por mucho que la tocara, insistiendo a pesar de que quien estaba adentro le había pedido, un par de veces ya, que se marchara—, no me di cuenta de que la estabas pasando mal, pensé que necesitabas tiempo para estar a solas.Emilia, que también estaba recargada a la puerta, solo que por adentro, suspiró. Se había hecho tantas esperanzas de ella viviendo al lado de ese hombre e iniciando su nueva familia, que su corazón había sufrido severos daños al darse cuenta de que la “compañía” prometida por ese hombre no era una realidad.» Emilia, ábreme, por favor. Quiero saber que estás bien y...—Estoy bien —respondió la joven, que no quería escuchar nada más de ese hombre, por eso lo interrumpió—. Estoy bien, así que vete.—Emilia, por favor —suplicó Alejandro, que no podía creerle que estaba bien, no sin verla, al menos...—Alejandro, estoy cansada y no quiero discutir contigo —declaró la castaña, recargando su cabeza en
—No —respondió Emilia, volviéndose a dejar caer en la cama, alejándose así del hombre que, ante su reacción y respuesta, solo sonrió y se recostó también—. Estoy en serio agotada, y no quiero que me duela el cuerpo cuando no puedo con el dolor de mi alma.—Cuando mis padres murieron —comenzó a hablar Alejandro Darrell, aparentemente de la nada—, no recuerdo haber sentido dolor, como tal, pero recuerdo que fue difícil. Cada que volvía a casa me daban ataques de ansiedad: mis manos y frente comenzaban a sudar por nada y mi garganta se cerraba de tal forma que dejaba gradualmente de permitirme respirar, así que no he vuelto nunca ahí... Creo que es por eso que temía que estuvieras en este lugar, pero tú pareces estar bien.—No estoy bien —informó Emilia—, es solo que, justo ahora, mi cansancio es más grande que mi tristeza, por eso solo quiero dormir, para descansar.—Creo que eres una mujer muy fuerte —resolvió el hombre, provocando en la chica una leve sonrisa—, admiro eso de ti.—Graci