CAPÍTULO 40
El llanto de su hija la obligó a despertar. Ella estaba tan cansada que, antes de que gritara, no la lograba escuchar. Dejó la cama y caminó hasta esa cuna donde horas atrás había dejado a la pequeña Alexa, porque dormía tan profundamente que temía lastimarla mientras dormía o, peor, asfixiarla al caerle encima.

—Ya, ya, ya —hizo la castaña como si siseara, meciendo a la pequeña entre sus brazos antes de bostezar—, ya está aquí mamá, no pasa nada, no estás solita.

Y, dicho eso, caminó de regreso a su cama, para encender la luz de la habitación que antes estuviera solo alumbrada por el par de lámparas en los burós de estas, y dejó a la pequeña en la cama para ir por todo lo necesario para cambiar un pañal, porque la chiquilla requería el cambio urgente, Emilia lo supo en el momento en que la levantó en brazos.

—Guácala —dijo Adrián, que entraba en la habitación de su madre y la veía limpiar a su hermana mientras caminaba hasta la cama—... Huele muy feo.

—¿Y para qué vienes? —preguntó Em
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