Hola, hermosuras que leyeron esta preciosa novela, muchas gracias por el amor que le dieron. Deseo hayan disfrutado leyéndola tanto como yo disfruté escribiéndola. Vayan a mi perfil a conocer mis demás historias y a darles amor también. ¡Besos!
—Dijo que no podía creer en mis palabras —explicó el ebrio jefe de enfermeros que se lamentaba por todas las malas decisiones que había tomado en su vida. Porque, es decir, si no era porque él decidió jugar con todas las enfermeras que se lo permitieron, sin comprometerse con nadie, definitivamente no habría terminado con la reputación que ahora tenía; y, sin esa reputación, definitivamente, Emilia no habría descartado por completo sus sentimientos cuando los declaró. » Pero sí la amo —aseguró Alejo Díaz, comenzando a lagrimear—. La amo demasiado... La amo como jamás había amado a nadie... La chica a su lado, una joven de cabello café claro, casi rubio, y ojos azules, respiró profundo, demasiado profundo mientras seguía jugando con su cabello liso y largo, cosa que hacía todo el tiempo, más por manía que por gusto; aunque, si debía señalarlo, era complaciente seguir pasando sus dedos entre esas hebras delgadas, suaves y brillantes que eran su cabello. » Yo habría hecho lo que fuera
—¿De qué mierda hablas? —preguntó Meredith, que había salido de su estupor luego de que hablara el hombre en su cama—. Si mi memoria no me falla, y mira que me siento tan mal que sé que estaba muy borracha, pero estoy segura de que todo te funcionó perfectamente anoche. Si recuerdas todo, ¿o no? Me ofendería muchísimo que no.—Recuerdo todo, Mer —aseguró Alejo, sentándose también, porque, desde que él abrió los ojos, la joven a su lado estaba ya sentada en la cama—. Recuerdo perfectamente bien todo, incluso que fuiste tú quien lo comenzó, que te insistí mucho en que no lo hiciéramos, pero que eres terca como mula y buenísima en la cama.—Ay, no —musitó la castaña de ojos azules, bajito y sofocada, como si le faltara el aire—... Sí te acuerdas de todo. Debiste olvidar algunas partes o, por lo menos, por pura caballerosidad, fingir que no las recordabas.Alejo sonrió un poco, luego se dejó caer atrás y agradeció que las cosas no fueran a ponerse incómodas entre ellos luego de haber pasa
—Disculpa, ¿se te perdió algo? —preguntó Alejo, mirando con algo de desconfianza a un cardiólogo que le veía como si le recriminara algo.Sabino, al ver cómo la joven, que estaba formada delante de él, le miraba por sobre el hombro, evidentemente intrigada, solo negó con la cabeza y miró a otro lado, procurando poner más atención a lo que ese hombre hablaba con la joven mujer a su lado.—Deja de ser tan sarnoso —pidió Meredith, dándole un pellizco al costado de Alejo, quien se quejó un poco antes de reírse por esa manía de la joven por llamarlo con insultos extraños—. No desquites tus frustraciones sexuales con el pobre hombre.—Yo no tengo ninguna frustración sexual —aseguró el enfermero, en un tono grave y con una expresión tan sugerente que el corazón de la castaña se detuvo y su estómago burbujeó mientras su cara se llenaba de carmín—. Gracias a...Las manos de la pediatra se estamparon con fuerza en los labios de Alejo, a quien intentaba acallar con toda prisa y que terminó, para
Meredith, que estaba ya muy mareada por haber bebido sin parar por un buen rato, no lograba asimilar por completo lo que estaba pasando, pero su cerebro le estaba gritando que el amor de su vida le estaba besando y eso la tenía con el corazón latiendo a mil por hora, casi saliéndosele del pecho por la fuerza con la que golpeaba.Un beso intenso comenzó a perder fuerza hasta el punto en que se tornó dulce y delicado; ella ni siquiera supo cuando, pero las manos que la tomaron con fuerza de los hombros ahora sostenían con delicadeza su cintura, empujándola a chocar su cuerpo con el de ese hombre alto y formido que había decidido besarla de la nada.Al final, cuando su necesidad de aire le ganó a sus ganas de comerse el uno al otro, ambos se miraron, como perdidos en quién sabe cuál mundo, y Sabino se volvió a enfurecer cuando vio esa marca medio amoratada en el pecho de la joven y dirigió sus labios justo ahí para superponer su propia marca.—Ouch —exclamó Meredith a modo de quejido, dá
Meredith sintió un beso en uno de sus hombros y su cuerpo de volvió a estremecer, aun así, no soltó ningún sonido, pues su boca estaba ocupada con los labios de Alejo que, como si quisiera acapararla toda para él, no dejaba de besarla una y otra vez, sin permitir que Sabino se acercara al rostro y labios de esa bella mujer. —Respira profundo —pidió Sabino en un gruñido al oído de una joven que, exaltada entre la expectación y las sensaciones provocadas por las incontables caricias y besos recibidos en absolutamente todas las partes de su cuerpo, supo que respirar profundo, para ella, sería de verdad complicado. Es decir, cómo podría respirar profundo si cada caricia, cada beso y cada gruñido de esos dos hombres la dejaban sin respirar; de todas formas, entendía bien la necesidad de relajar un poco su cuerpo, porque, si el hormigueo en su trasero no le mentía, ella estaba lista para recibir algo más que los dedos de ese hombre. Alejo presionó un poco sus dedos en la cadera de la chic
—Ay, me voy a morir —declaró la joven castaña de ojos azules tras, con mucho esfuerzo, sentarse en la cama y casi llorar por ello—. No puedo creer lo brutos que son.—¿Disculpa? —dijo Alejo, en un tono casi de indignación, mientras terminaba de arreglarse para salir al trabajo, y mientras la joven en la cama le veía como si él tuviera la culpa de todos sus males—. Yo te advertí que te arrepentirías, y aseguraste que no lo harías, que estarías bien, así que, no nos culpes por lo que tú querías y nosotros complacimos.Meredith no dijo más, solo cerró los ojos y se recostó de nuevo en la cama, cubriéndose con la sábana y fingiendo dormir para no tener que aceptar su derrota.Alejo sonrió. Esa actitud mimada de la joven sí que la conocía, y la había extrañado demasiado; porque, luego de que ella entró a la universidad, dejó de verse tan linda. Sí, ahora lo recordaba bien, había sido justo en esa etapa cuando ella comenzó a verse como una imponente joven madura e independiente que no neces
Meredith no sabía qué responder, pero el celular de ese hombre sonando le dio el escape que estaba necesitando, porque, ni bien ese aparato comenzó a sonar, el hombre liberó su mano, se disculpó con ella, y se puso en pie para atender a la llamada.—Disculpa —dijo Sabino, devolviendo sus pasos hasta donde la joven estaba, porque cuando tomó la llamada caminó un poco lejos de ella, que se quedó sentada en un sofá de la sala—, es del hospital, necesito volver ahora.Meredith estiró los labios, como simulando una sonrisa que a Sabino le supo casi amarga. Era como si le estuviera echando en cara que él siempre pondría su trabajo sobre de ella, como antes le hubiera dicho.» Es mi paciente —señaló el hombre, tal vez intentando excusarse, pero la pediatra negó con la cabeza mientras cerraba los ojos.—Lo entiendo —aseguró una que también era médico y que, si era llamada de emergencia, aún con el trasero partido en dos, se presentaría a donde fuera llamada—. No te preocupes, vete. Yo comeré
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó en un susurro la joven, hablando entre dientes y caminando tan rápido que el hombre que la seguía sonreía—. ¿Quieres que todas las enfermeras me maten cuando vean que me estás trayendo flores?—Y chocolates —añadió el hombre, interrumpiendo la joven que, ante sus palabras, simplemente se quedó perpleja.—¿Qué? —preguntó Meredith, intentando que lo que ese hombre decía le cupiera en la cabeza.—Son flores y chocolates —explicó Sabino y a la pobre pediatra, que estaba perdiendo tiempo de su valiosísima hora de comida, le tembló un párpado, en señal de estrés.—No me importa lo que sea —declaró la joven, que hasta se había detenido cuando el otro le interrumpió—, no me traigas nada al hospital. Tus enamoradas pensarán que tenemos algo y luego no me van a dejar en paz.—No tengo ninguna enamorada en este lugar —aseguró Sabino, viendo cómo su amada comenzaba a caminar de nuevo—, excepto tú, por supuesto, porque quiero pensar que todavía me amas.—Ay