—Dijo que no podía creer en mis palabras —explicó el ebrio jefe de enfermeros que se lamentaba por todas las malas decisiones que había tomado en su vida.
Porque, es decir, si no era porque él decidió jugar con todas las enfermeras que se lo permitieron, sin comprometerse con nadie, definitivamente no habría terminado con la reputación que ahora tenía; y, sin esa reputación, definitivamente, Emilia no habría descartado por completo sus sentimientos cuando los declaró.
» Pero sí la amo —aseguró Alejo Díaz, comenzando a lagrimear—. La amo demasiado... La amo como jamás había amado a nadie...
La chica a su lado, una joven de cabello café claro, casi rubio, y ojos azules, respiró profundo, demasiado profundo mientras seguía jugando con su cabello liso y largo, cosa que hacía todo el tiempo, más por manía que por gusto; aunque, si debía señalarlo, era complaciente seguir pasando sus dedos entre esas hebras delgadas, suaves y brillantes que eran su cabello.
» Yo habría hecho lo que fuera por ella —declaró el hombre, con la voz entrecortada y que ya sonaba demasiado nasal—... Si ella me hubiera elegido... Si ella me hubiera amado... Yo...
Alejo no pudo decir más, pues el nudo en su garganta no le permitió más que ahogar sus gemidos.
Él se había declarado de nuevo a la mujer que amaba, porque muchas veces antes le había insinuado y dicho que la quería, y que, si ella quería, la haría muy feliz, a ella y a su hijo; pero Emilia jamás le creyó, ella siempre le agradeció el cariño con una sonrisa y se tomó sus declaraciones como un simple halago que no podía ir más allá.
—De todas formas —habló la castaña, mirando al techo de ese posible bar, porque afuera no decía exactamente qué era ese establecimiento que se veía muy elegante y cómodo para ser una simple cantina—, ella no era para ti.
—Lo sé —aseguró Alejo tras un nuevo trago a esa horrible bebida que no cumplía con su propósito de aminorar el dolor que lo estaba matando—... Ella siempre fue de él... Aunque él no la merecía.
—Es que no hay manera de que la razón le gane al corazón —aseguró esa castaña de nombre Meredith Carson, que era, ni más ni menos, que la mejor amiga de Alejo Díaz desde que ambos estuvieron en la primaria—, al menos no cuando se trata de amor. Ya ves yo, que te amo desde siempre y tú nada más no me pelas.
Alejo hizo una mala cara al fijar sus ojos en la castaña que le sonreía burlonamente, pues esa broma estaba de más justo en ese momento.
Sí, él sabía que ella lo había amado en algún momento de la vida, tanto era así que Meredith siempre se refería a él como su primer amor, el más doloroso por no haber sido correspondido jamás.
Pero ya no era así, ahora Meredith, o Mer, como Alejo la llamó siempre, estaba enamorada de alguien más; aunque, lamentablemente, esta vez ella tampoco era correspondida; o al menos eso sugerían todas las críticas que esa joven pediatra hacía del ahora amor de su vida, un joven cardiólogo que trabajaba con ellos en el mismo hospital, y lo seguiría haciendo por poco tiempo.
Sabino Méndez era el nombre del nuevo amor de la vida de Meredith Carson, un joven rubio cenizo de ojos verdes y de perfecta sonrisa.
Sabino era el médico más amable que ese hospital tuvo el honor de conocer, pero era demasiado tímido, o demasiado “alzado” según las observaciones de todos aquellos que se enteraron que era hijo de médico de más prestigio y dinero de la ciudad y decidieron decidir que su aparente timidez no era más que una fachada para no tener que relacionarse con el pueblo.
Por alguna razón, que alguna vez algunas cuantas pensaron que había sido el destino, ese joven cardiólogo terminó haciendo sus prácticas médicas en el hospital donde Meredith tenía una plaza en pediatría, y fue ahí donde la castaña se enamoró de él.
Pero, tal vez, una médico de familia común, y más bien pobre, no era suficiente para alguien como él, y por eso Meredith decidió dejarlo todo por la paz, amando en silencio y sufriendo sola por la manera en que ese joven fingía no ver que ella lo amaba y la forma nada sutil en que se desvivía por él.
—¿Quieres que te ame? —preguntó Alejo y, aunque por medio segundo el corazón de la joven se paralizó, la pediatra terminó por sonreír burlonamente.
—¿Crees que quiero las sobras de algo que ni siquiera será real? —preguntó la joven, mirando a la nada y sintiendo cómo el poco alcohol que ingirió le hacía liviano el cuerpo y pesados los párpados—... Además, no, no quiero que me ames a mentiras y me rompas el corazón de verdad. Yo solo tengo un corazón, y ya está hecho muchos pedazos.
—Deberías decirle que lo amas —sugirió Alejo, haciéndole un gesto a su bebida—. En realidad, nunca se lo dijiste, ¿o sí?
Meredith negó con la cabeza antes de suspirar.
—Pero se lo insinué tanto que me gané el apodo de mantequilla —soltó la joven antes de reír un poco, igual que su mejor amigo quien, a unísono con ella, terminó por decir—: por resbalosa.
Ambos profesionales de la salud rieron a carcajadas, luego de eso respiraron profundo y volvieron a suspirar. Sus males de amores eran algo malo, pero no definían sus vidas por completo, así que también tenían sus buenos ratos.
—¿Sabes que ya se va la próxima semana? —preguntó Alejo y Meredith asintió mientras se mordía los labios—. Le harán una fiesta de despedida. ¿Quieres ir conmigo?
—También fui invitada, ¿sabes? —cuestionó la joven con el ceño fruncido—. Pero, sí, te acompañaré porque, aunque definitivamente no le molestará, quiero que vea que, al final, yo soy quien elige dejar de soñar con él y que puedo salir con alguien más, aunque sea una mentira.
—¿Pretendes usarme? —preguntó Alejo y la otra asintió lentamente mientras alzaba una ceja y fruncía los labios de una divertida manera—... Que mala eres.
—No soy mala —alegó la castaña—, soy tan buena persona que iré a la fiesta con mi mejor amigo que no tiene una pareja para ir porque la mujer que ama no lo ama
—Sí eres mala —reiteró Alejo y su compañera, amiga y colega en el cuidado de la salud sonrió socarronamente, batallando en abrir los ojos luego de cerrarlos un poco.
Y, a pesar de que en un inicio Alejo miró mal a su mejor amiga, terminó riendo otra vez; probablemente por el alcohol.
—Mejor vámonos —sugirió el rubio, poniéndose en pie y sintiendo cómo el mundo giraba a su alrededor—... Uhg, creo que estoy muy ebrio.
Dicho eso, con ambas manos de palma en la barra, donde las apoyó para no terminar en el piso, escuchó un golpe seco a su lado y giró la cabeza lento, sintiendo cómo eso también alteraba su equilibrio, para terminar viendo a su mejor amiga sentada en el piso, mirando a la nada con una expresión casi divertida de ver.
Meredith, que también se había sentido mareada cuando se puso en pie, pero que, a diferencia de Alejo, no había alcanzado a sostenerse de ningún lado porque en lugar de inclinarse al frente lo hizo hacía atrás, se fue de sentaderas al piso y terminó contrariada hasta que su cerebro le llamó idiota y le informó que se había caído.
La joven se rio a carcajadas mientras todo el mundo la observaba, entonces, Alejo negó con la cabeza y la ayudó a levantarse, decidido a ser su apoyo para sacarla de ese lugar, a pesar de que tampoco se sentía lo suficientemente bien.
Apoyados el uno con el otro, parados en la orilla de la acera de una solitaria, silencia y fría calle, Meredith Carson y Alejo Díaz no sabían ni qué demonios estaban haciendo o qué debían hacer, y todo era mucho más confuso cuando Meredith se reía de la nada, terminando por contagiar a su mejor amigo.
Ellos eran un par de borrachos con el cerebro apagado, o al menos era así con las funciones racionales.
» ¿Crees soportar un viaje en taxi? —preguntó el jefe de enfermeros y la joven negó con la cabeza.
—No sin vomitar —declaró la castaña y Alejo suspiró.
—Entonces quedémonos en ese hotel —señaló el joven de cabello rubio platinado y de ojos miel y, al ver asentir a su mejor amiga, muy ebria y casi dormida, la arrastró hacia el final de la calle donde un luminoso letrero mostraba el nombre el hotel.
El hotel era pequeño y el recepcionista en turno ni siquiera les prestó atención. En esa área de la ciudad había muchos bares y discotecas, así que sus clientes siempre eran personas ebrias que no se encontraban en las condiciones de hacer más que arrastrarse al refugio más cercano para dormir; y eso era lo que proporcionaban ellos.
Alejo pagó la habitación, arrastró a su amiga hacia el elevador y le cubrió la boca con su suéter para que el suelo no terminara cubierto con el vómito de la joven que, inevitablemente, dejó el cuerpo de la chica cuando su estómago resintió el movimiento del elevador.
—Necesito darme un baño —declaró Meredith, sintiéndose asqueada porque, además de haber vomitado el suéter de Alejo, se había vomitado un poco encima.
—Ni siquiera puedes sostenerte en pie —declaró el rubio y la castaña le miró fijo—. Te podrías ahogar con el agua, o resbalar y caer. Duerme así, mañana temprano te das ese baño.
Meredith entendió lo que su amigo decía porque, conforme pasaba el tiempo, ella se sentía cada vez peor: más mareada, más soñolienta y con más asco; pero aún así no quería dormir en las condiciones en que se encontraba justo en ese momento.
—¿Me ayudas? —preguntó la joven y el hombre le miró con los ojos muy abiertos hasta que la vio cómo casi se caía cuando cabeceó involuntariamente y luego casi lloró—... No quiero dormir sucia... por favor.
Alejo suspiró de nuevo, como lo llevaba haciendo toda la noche, y decidió meterse un poco en su papel de enfermero profesional, ese que no veía el cuerpo de las mujeres como el cuerpo de una mujer, sino como un cuerpo de un paciente que necesitaba de su apoyo.
**
—Supongo que no funcionó —declaró Alejo cuando, a la mañana siguiente de una tremenda borrachera para curar su corazón, abrió los ojos y se encontró con su mejor amiga mirándole casi aterrada.
Ambos estaban en la misma cama, ambos desnudos y con obvias señales de haber intimado demasiado; y eso le horrorizaba un poco también.
Hola, hermosuras, vuelvo con una segunda parte de esta novela. Ahora toca el turno de ser feliz a Alejo... ¿o será su turno de sufrir?
—¿De qué mierda hablas? —preguntó Meredith, que había salido de su estupor luego de que hablara el hombre en su cama—. Si mi memoria no me falla, y mira que me siento tan mal que sé que estaba muy borracha, pero estoy segura de que todo te funcionó perfectamente anoche. Si recuerdas todo, ¿o no? Me ofendería muchísimo que no.—Recuerdo todo, Mer —aseguró Alejo, sentándose también, porque, desde que él abrió los ojos, la joven a su lado estaba ya sentada en la cama—. Recuerdo perfectamente bien todo, incluso que fuiste tú quien lo comenzó, que te insistí mucho en que no lo hiciéramos, pero que eres terca como mula y buenísima en la cama.—Ay, no —musitó la castaña de ojos azules, bajito y sofocada, como si le faltara el aire—... Sí te acuerdas de todo. Debiste olvidar algunas partes o, por lo menos, por pura caballerosidad, fingir que no las recordabas.Alejo sonrió un poco, luego se dejó caer atrás y agradeció que las cosas no fueran a ponerse incómodas entre ellos luego de haber pasa
—Disculpa, ¿se te perdió algo? —preguntó Alejo, mirando con algo de desconfianza a un cardiólogo que le veía como si le recriminara algo.Sabino, al ver cómo la joven, que estaba formada delante de él, le miraba por sobre el hombro, evidentemente intrigada, solo negó con la cabeza y miró a otro lado, procurando poner más atención a lo que ese hombre hablaba con la joven mujer a su lado.—Deja de ser tan sarnoso —pidió Meredith, dándole un pellizco al costado de Alejo, quien se quejó un poco antes de reírse por esa manía de la joven por llamarlo con insultos extraños—. No desquites tus frustraciones sexuales con el pobre hombre.—Yo no tengo ninguna frustración sexual —aseguró el enfermero, en un tono grave y con una expresión tan sugerente que el corazón de la castaña se detuvo y su estómago burbujeó mientras su cara se llenaba de carmín—. Gracias a...Las manos de la pediatra se estamparon con fuerza en los labios de Alejo, a quien intentaba acallar con toda prisa y que terminó, para
Meredith, que estaba ya muy mareada por haber bebido sin parar por un buen rato, no lograba asimilar por completo lo que estaba pasando, pero su cerebro le estaba gritando que el amor de su vida le estaba besando y eso la tenía con el corazón latiendo a mil por hora, casi saliéndosele del pecho por la fuerza con la que golpeaba.Un beso intenso comenzó a perder fuerza hasta el punto en que se tornó dulce y delicado; ella ni siquiera supo cuando, pero las manos que la tomaron con fuerza de los hombros ahora sostenían con delicadeza su cintura, empujándola a chocar su cuerpo con el de ese hombre alto y formido que había decidido besarla de la nada.Al final, cuando su necesidad de aire le ganó a sus ganas de comerse el uno al otro, ambos se miraron, como perdidos en quién sabe cuál mundo, y Sabino se volvió a enfurecer cuando vio esa marca medio amoratada en el pecho de la joven y dirigió sus labios justo ahí para superponer su propia marca.—Ouch —exclamó Meredith a modo de quejido, dá
Meredith sintió un beso en uno de sus hombros y su cuerpo de volvió a estremecer, aun así, no soltó ningún sonido, pues su boca estaba ocupada con los labios de Alejo que, como si quisiera acapararla toda para él, no dejaba de besarla una y otra vez, sin permitir que Sabino se acercara al rostro y labios de esa bella mujer. —Respira profundo —pidió Sabino en un gruñido al oído de una joven que, exaltada entre la expectación y las sensaciones provocadas por las incontables caricias y besos recibidos en absolutamente todas las partes de su cuerpo, supo que respirar profundo, para ella, sería de verdad complicado. Es decir, cómo podría respirar profundo si cada caricia, cada beso y cada gruñido de esos dos hombres la dejaban sin respirar; de todas formas, entendía bien la necesidad de relajar un poco su cuerpo, porque, si el hormigueo en su trasero no le mentía, ella estaba lista para recibir algo más que los dedos de ese hombre. Alejo presionó un poco sus dedos en la cadera de la chic
—Ay, me voy a morir —declaró la joven castaña de ojos azules tras, con mucho esfuerzo, sentarse en la cama y casi llorar por ello—. No puedo creer lo brutos que son.—¿Disculpa? —dijo Alejo, en un tono casi de indignación, mientras terminaba de arreglarse para salir al trabajo, y mientras la joven en la cama le veía como si él tuviera la culpa de todos sus males—. Yo te advertí que te arrepentirías, y aseguraste que no lo harías, que estarías bien, así que, no nos culpes por lo que tú querías y nosotros complacimos.Meredith no dijo más, solo cerró los ojos y se recostó de nuevo en la cama, cubriéndose con la sábana y fingiendo dormir para no tener que aceptar su derrota.Alejo sonrió. Esa actitud mimada de la joven sí que la conocía, y la había extrañado demasiado; porque, luego de que ella entró a la universidad, dejó de verse tan linda. Sí, ahora lo recordaba bien, había sido justo en esa etapa cuando ella comenzó a verse como una imponente joven madura e independiente que no neces
Meredith no sabía qué responder, pero el celular de ese hombre sonando le dio el escape que estaba necesitando, porque, ni bien ese aparato comenzó a sonar, el hombre liberó su mano, se disculpó con ella, y se puso en pie para atender a la llamada.—Disculpa —dijo Sabino, devolviendo sus pasos hasta donde la joven estaba, porque cuando tomó la llamada caminó un poco lejos de ella, que se quedó sentada en un sofá de la sala—, es del hospital, necesito volver ahora.Meredith estiró los labios, como simulando una sonrisa que a Sabino le supo casi amarga. Era como si le estuviera echando en cara que él siempre pondría su trabajo sobre de ella, como antes le hubiera dicho.» Es mi paciente —señaló el hombre, tal vez intentando excusarse, pero la pediatra negó con la cabeza mientras cerraba los ojos.—Lo entiendo —aseguró una que también era médico y que, si era llamada de emergencia, aún con el trasero partido en dos, se presentaría a donde fuera llamada—. No te preocupes, vete. Yo comeré
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó en un susurro la joven, hablando entre dientes y caminando tan rápido que el hombre que la seguía sonreía—. ¿Quieres que todas las enfermeras me maten cuando vean que me estás trayendo flores?—Y chocolates —añadió el hombre, interrumpiendo la joven que, ante sus palabras, simplemente se quedó perpleja.—¿Qué? —preguntó Meredith, intentando que lo que ese hombre decía le cupiera en la cabeza.—Son flores y chocolates —explicó Sabino y a la pobre pediatra, que estaba perdiendo tiempo de su valiosísima hora de comida, le tembló un párpado, en señal de estrés.—No me importa lo que sea —declaró la joven, que hasta se había detenido cuando el otro le interrumpió—, no me traigas nada al hospital. Tus enamoradas pensarán que tenemos algo y luego no me van a dejar en paz.—No tengo ninguna enamorada en este lugar —aseguró Sabino, viendo cómo su amada comenzaba a caminar de nuevo—, excepto tú, por supuesto, porque quiero pensar que todavía me amas.—Ay
—¿Y esa maroma? —preguntó Alejo, viendo a su amiga, hincada en la alfombra de su sala, mirando a la puerta por la que había salido el cardiólogo que, a decir verdad, ahora le molestaba un poco a Alejo—. ¿Puedo saber a quién pretendes entretener con este circo?—¿Cuál circo? —preguntó Meredith, poniéndose en pie y sacudiendo sus rodillas—. No entiendo de qué estás hablando.—Soy yo el que no entiende nada —aseguró el enfermero—. Si no es un circo, ¿para qué tanta payasada?Meredith suspiró, haciendo sonar el aire que soplaba luego de inspirar realmente profundo, luego caminó hacia su cocina que, si podía recordar bien, no había sido usada jamás.Ella solía salir de casa temprano, comer algo en la calle, trabajar en el hospital, comer en la cafetería del hospital, volver a trabajar y, a la salida, comprar algo para cenar en casa; así que realmente no cocinaba nunca, porque sus fines de semana, aunque no trabajaba, solía salir con sus amigos y comprar comida en la calle.—Quería deshacer