—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó en un susurro la joven, hablando entre dientes y caminando tan rápido que el hombre que la seguía sonreía—. ¿Quieres que todas las enfermeras me maten cuando vean que me estás trayendo flores?—Y chocolates —añadió el hombre, interrumpiendo la joven que, ante sus palabras, simplemente se quedó perpleja.—¿Qué? —preguntó Meredith, intentando que lo que ese hombre decía le cupiera en la cabeza.—Son flores y chocolates —explicó Sabino y a la pobre pediatra, que estaba perdiendo tiempo de su valiosísima hora de comida, le tembló un párpado, en señal de estrés.—No me importa lo que sea —declaró la joven, que hasta se había detenido cuando el otro le interrumpió—, no me traigas nada al hospital. Tus enamoradas pensarán que tenemos algo y luego no me van a dejar en paz.—No tengo ninguna enamorada en este lugar —aseguró Sabino, viendo cómo su amada comenzaba a caminar de nuevo—, excepto tú, por supuesto, porque quiero pensar que todavía me amas.—Ay
—¿Y esa maroma? —preguntó Alejo, viendo a su amiga, hincada en la alfombra de su sala, mirando a la puerta por la que había salido el cardiólogo que, a decir verdad, ahora le molestaba un poco a Alejo—. ¿Puedo saber a quién pretendes entretener con este circo?—¿Cuál circo? —preguntó Meredith, poniéndose en pie y sacudiendo sus rodillas—. No entiendo de qué estás hablando.—Soy yo el que no entiende nada —aseguró el enfermero—. Si no es un circo, ¿para qué tanta payasada?Meredith suspiró, haciendo sonar el aire que soplaba luego de inspirar realmente profundo, luego caminó hacia su cocina que, si podía recordar bien, no había sido usada jamás.Ella solía salir de casa temprano, comer algo en la calle, trabajar en el hospital, comer en la cafetería del hospital, volver a trabajar y, a la salida, comprar algo para cenar en casa; así que realmente no cocinaba nunca, porque sus fines de semana, aunque no trabajaba, solía salir con sus amigos y comprar comida en la calle.—Quería deshacer
—¿Tener dos amantes me hace una mujer de la vida galante? —preguntó la joven de cabello castaño y ojos hermosamente azules—. No quiero ser una mujer de la vida galante.—Pues elige solo a uno —sugirió Marisa, hermana mayor de Meredith, que la escuchaba decir incoherencias.La familia de Melody era de una ciudad cercana, tan pequeña que más bien parecía pueblo aún, y ella y la mayoría de los estudiantes que aspiraban a estudiar una licenciatura, debían irse a esa ciudad para lograrlo, porque, no solo era la más cercana, sino que tenía varias universidades y bastantes carreras.Al igual que ella, Marisa Carson había dejado su ciudad para estudiar una licenciatura; pero, a diferencia de su hermana que se había quedado a ejercer en ese lugar, ella decidió volver a su ciudad y desempeñar lo aprendido ahí.Sin embargo, gracias a un simposio educativo, la joven se había ido a quedar un par de semanas al departamento de su hermana menor, pues justo la universidad de la que ella se había gradu
Meredith estaba llorando, desconsolada, y eso era demasiado para una simple despedida con su hermana. Habían pasado al fin los tres meses que duraron todas las actividades que había ido a hacer Marisa a su universidad, que iniciaron con el simposio y terminaron con un diplomado tras pasar por varios eventos diferentes.—¿No estás exagerando? —preguntó Marisa y, su hermana menor, que seguía moqueando, negó con la cabeza mientras volvía a estallar en llanto—. Ay, Mere, me estás asustando. ¿Te duele algo?—¡No tengo ocho años! —exclamó la pediatra—. No lloraría porque algo me duele. Es solo que, no sé, todo me estás rebasando.—Pues te dije que eligieras uno —soltó de manera medio irónica la mayor de las Carson—, pero, no, elegiste ser la puta de ambos.—¿Podrías dejar de regañarme? —preguntó la pediatra antes de volver a llorar—. No pensé que se saldría de mis manos, me estaba divirtiendo, pensé que ellos también.—Meredith, tú lo dijiste, no tienes ocho años, ya no puedes jugar con dos
—¿Se encuentra bien, doctora? —preguntó una enfermera que, luego de haber hecho la recepción de un nuevo paciente, tomar sus signos vitales, peso y talla, fue al consultorio a entregarle en expediente médico a la médica—. No se ve bien.Meredith, que, en efecto, no se sentía bien, solo negó con la cabeza, pero cuando una nueva arcada casi le hizo vomitar, se puso en pie y corrió al baño sin decir ni media palabra porque, si llegaba a abrir la boca, lo que saldría de ella no serían precisamente palabras.En el baño la pediatra dejó medio estómago, y luego salió sintiéndose peor de lo que se había estado sintiendo toda la mañana; quizá fue por eso que, tras enjuagar su boca con un poco de agua, salió sosteniéndose del marco de la puerta y provocando que esa enfermera corriera hacia ella, a atraparla, para evitar que terminara con la cara en el piso luego de desmayarse.Una señal de emergencia activó el mensáfono de la recepcionista de área de consulta familiar, quien abrió los ojos enor
Alejo no podía apartar la mirada de esa joven que temblaba mientras no podía apartar la mirada de los resultados de sus pruebas, él necesitaba entender lo que ella sentía al respecto del embarazo para tomar una postura.Es decir, si Meredith decidía no continuar el embarazo, debía respetar la decisión aun cuando cupiera la posibilidad de que ese bebé fuera suyo; sin embargo, Meredith no tenía una postura, ella continuaba en tal shock que ni siquiera sabía si estaba respirando con normalidad.—Mer —habló Alejo, tras un par de minutos en completo silencio y sin que la chica mostrara reacción alguna—. ¿Estás bien?—No sé —respondió la joven con la vista aun clavada en ese positivo que, gracias a unas lágrimas oportunas, se comenzó a ver borroso hasta que se hizo nada—. Ay, Dios. ¿Y ahora qué?—Ahora serás mamá —dijo Alejo, caminando hasta la joven, para sentarse a su lado y poder tomar su mano—; a menos que no quieras serlo, de ser así también quedaría claro lo que hay que hacer.Escucha
—¿Puedes dejar de vomitar, Alejo? —preguntó una joven castaña con evidente cara de asco—. Voy a vomitar también si no paras.—¿Crees que vomito porque quiero? —preguntó Alejo, saliendo del baño y mirando con mala cara a su, de nuevo, mejor amiga—. Te aseguro que no estoy haciendo esto para molestarte.—Ni siquiera estás enfermo, ¿o sí? —cuestionó Meredith y Alejo negó con la cabeza,No había comido nada en mal estado ni de dudosa procedencia, así que no era algo infeccioso, lo que lo dejaba con una teoría que, a decir verdad, le gustaba demasiado.—Creo que es porque estoy embarazado —declaró el joven y el aire en los pulmones de la pediatra se hizo tan denso que sintió cómo, en lugar de intentar salir de su cuerpo, quiso traspasar sus pulmones para llegar al fondo de su estómago.—¿Síndrome de Couvade? —preguntó la castaña y el otro asintió, sintiendo cómo todo daba vuelta a su alrededor, y por eso debió abrir grandes sus ojos, como si de esa forma pudiera ver mejor, porque su vista
Había prometido pensarlo solo para obtener tiempo y que Alejo se olvidara de esa sugerencia, pero quien no podía sacarse eso de la cabeza era ella, incluso sus malestares habían empeorado y todo era meramente emocional.Y es que, desde que empezó a pasar ratos con ambos, había decidido no ser parcial, y ahora estaba completamente inclinada hacia Alejo, ocultándole la verdad a Sabino, quien, de verdad, no se merecía nada malo y ella seguía haciéndole cosas malas.De nuevo sintió ese sabor medio dulzón y medio salado en la boca, naciendo, desde luego, en la boca de su estómago y, para menguar sus náuseas, decidió abrir la ventana y tomar aire fresco, ganando más que estabilidad para su estómago, también el valor de hacer algo que tenía más de una semana retrasando.Tomó su teléfono, abrió una conversación de WhatsApp que, en realidad, nunca había utilizado, porque ella no había contactado antes a Sabino y porque, él, siempre que quería hablar con ella, le hacía una llamada. Los mensajes