CAPÍTULO 18

Los pies de Albert ardían, mientras su cabeza sufría un fuerte dolor por el cansancio y la falta de sueño. En la parte baja del batallón, donde antes se encontraban las celdas para los antiguos prisioneros y miembros de la milicia arrestados, ahora solo eran jaulas para almacenar a varios infectados.

Con su cuerpo firmemente protegido por trajes de riesgos biológicos, el científico militar descendió hasta la última celda. Allí, con su garganta llena de amargura y sus ojos al borde del llanto, vio algo que de inmediato lo dejó mal: una mujer embarazada, cruelmente convertida.

—¿Doctor Kenway?—la voz de su asistente resonó.

A Albert le costó reaccionar a su apellido, ya que su mente estaba absorta con aquella mujer que recientemente había sido traída por algunos soldados. Apenas se enteró de ella, acudió presuroso, pensando que era Alice.

Si bien estaba feliz de que no se tratara de la que aún era su esposa, no podía negar que sentía tristeza por la pobre mujer. De acuerdo a lo que
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