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ALÉJATE
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Por: CATA PAEZ
1. EL BAUTIZO.

MARTÍN.

Hoy es el bautizo de mi linda sobrina Isabella, la hija de mi hermanastro Cristobal, él y sus padres me recibieron cuando perdí a mi familia. Estamos en una pequeña habitación terminando de alistar nuestras ropas como la norma lo dicta, pues nuestra madre, Mariana, no permitiría por nada del mundo que la celebración fuese sencilla. 

Miro a mi hermano, tan elegante como siempre y me lanzo sobre él para jugar un rato, porque gracias a ese hombre y su esposa Katerina es que hoy estoy vivo.

—Ella va a venir Martín. —Lo miro con un poco de sorpresa, pues hace casi un año que no se nada de Ana. 

—¿Cómo lo sabes?. —Mi garganta se siente seca y mis manos sudan.

—Katerina logró convencerla y no viene sola, no lo vayas a arruinar por favor. —Veo cómo se ajusta la corbata con firmeza y me mira de manera fría a través del espejo.

—No, no lo voy a arruinar, lo prometo. 

—Si te sientes mal, prometeme que vas a acudir a nosotros antes de salir corriendo. —Sus ojos están llenos de angustia y temor. 

—No me voy a sentir mal. 

—¿Por qué?. 

—Porque debo cargar con las consecuencias de mis actos. Y esto son solo consecuencias. 

Ajusto mi saco y salgo caminando con dirección al auto, con la mente nublada y asustado, no se que voy a ver ni cómo la voy a ver, pero se que desde ya mi corazón está demasiado ansioso. 

Llevo 5 meses sobrio y once meses separado de Ana, del amor de mi vida y de la única mujer que he sabido amar, era la prueba de que el amor existe, por lo menos para mí y de que yo podía amar, pero la perdí, por mentiroso, por cobarde, por dejarla sola y por romper todas las promesas que le había hecho. 

Aunque la verdad sea diferente a la que ella y todos tienen en la cabeza, ella seguirá pensando que yo la abandoné en el hospital, luego de que lo perdimos todo por mi culpa, por no ser honesto con ella y sobre todo por no protegerla como era debido. 

Mis nervios aumentan mucho y mis manos no paran de sudar, siento como una mano se posa sobre mi hombro y me volteo.

—¿Cristobal te contó?. —La mirada de mi dulce cuñada me invade. 

—Si, espero que esté bien. 

—¿Cómo te sientes con eso?

—¿Con que?

—La vas a ver de nuevo, no es algo fácil de asimilar. —Me quedo en silencio, mirando al lujoso auto que nos va a transportar.

—¿Vamos?. —Pregunta mi hermano. 

—Vamos. —Contestó firme y acarició la mejilla de mi cuñada. 

En la iglesia no la veo, pero supongo que también es debido a que estoy muy concentrado en la ceremonia y en distraer a la traviesa Isabella, aunque confieso que prefiero mantener mi cabeza gacha y levantarla solo para lo necesario, esta timidez no se de donde sale, pero es realmente incómoda. 

Ya que llegamos al grandioso salón de recepción en el que se realiza la fiesta, organizada por supuesto por mi madre adoptiva Mariana, mi estado de ánimo y mis nervios se vieron realmente afectados, siento un poco de ansiedad.

La veo de pie, junto a un elegante hombre, que le habla suavemente al oído, mientras ella sonríe y lo mira de manera coqueta, no puedo evitar sentirme un maldito psicópata al seguir cada uno de sus movimientos, uno a uno, desde que entro, la veo mientras está siendo halagada por todos, menos por mi, mi cuerpo se enciende de rabia. 

Sigo el sencillo movimiento cuando lleva la copa de vino a su boca y la veo beber, añoro ese primer beso que le di, los recuerdos llegan a mi mente como dagas y la sed por besarla nuevamente me invade. 

Se levanta y la veo caminar directo a los baños, algo en mi se activa, supongo que mis ganas de tenerla, o mis celos que me están comiendo vivo, o las ganas de arrancarme el corazón cobarde que me gobierna. Pero la quiero a ella y no voy a dejar que nada me detenga hoy.  

Me acerco tan sigilosamente como los nervios me lo permiten, al verla frente a la puerta del baño, mi mente deja de trabajar y es mi instinto el que da pie a cada una de las acciones y decisiones que estoy por tomar. Pero tampoco me arrepiento de ninguna.

La empujó dentro del baño, tomándola por la cintura, en un rápido movimiento cierro la puerta y colocó la trabilla, su rostro está ahora casi pegado a una pared. Me acerco a su oído, pero primero huelo su aroma tan dulce y fuerte. 

—¿Así que traes compañía?.

—¿Qué te importa?. —Escupe molesta, su cuerpo se tensiona y hace fuerza en un intento por huir de mí.

—De ti todo. —Siento cómo se ríe y se va relajando.

—El siempre mentiroso y conveniente Martín...

—Dime que no me extrañaste y me voy.

—Vete y déjame en paz. —Se retuerce una vez más, pero no la suelto.

Ahora mis labios, están recorriendo su cuello, no lo beso, solamente lo rozo con mis labios y ella que al principio se estaba resistiendo, ahora mismo se queda quieta y la escucho suspirar. 

—Eres hermosa, te sigo amando como el primer día Ana.

—No lo hagas. —Parece más una súplica.

Pero no puedo evitar colocar mis manos alrededor de su cintura y girarla, para colocar mi frente sobre la suya y sentir esa paz que solo ella me sabe dar. Y ahí es cuando mi mundo gira, y dejó de controlarme. 

—Perdoname Ana, pero no puedo evitarlo. Sin secretos, lo prometo.

Me lanzo sobre sus labios, sin piedad, los tomo y siento que nuevamente soy feliz, en medio del beso siento que sonrío, pero son más las ganas de tenerla para mi, que cualquier otra cosa.

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