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7. PIZZA Y CERVEZA.

Estaba listo para esperarla a la salida, para invitarla a terminar su día conmigo.

Pasar el día se me hizo eterno, tenía muchas ganas de verla y cuando por fin llegó la hora, yo era un ser de nervios, más que de carne y hueso. La veo salir y mi corazón se acelera, muevo mi mano en dirección a ella y me siento estúpido, no volví a ingresar a las oficinas, porque debía obedecer a mi hermano, que no estaba de buen genio y me había llamado a maldecirme por haber hecho caso omiso a su orden.

—Hola. ¿Por qué trajiste flores?…otra vez. —Su voz es extraña. 

—¿No te gustan?. —Le pregunto tímido.

—Las gardenias si, las otras no. —Responde firme y con carácter. 

—Las puedo botar, espera. —Empiezo a caminar en dirección a una caneca pública y siento como toma mi mano y tira de mí con fuerza. 

Toma las flores entre sus manos y se ríe. Es una visión hermosa.

—Vamos, quiero comer pizza. No dije que no quiero flores. 

La veo comer esa pizza con tantas ganas, que parece más una niña, que la imponente mujer que maneja los recursos humanos de la multinacional de mi hermano. Es una chica con una figura muy esbelta para la cantidad de pizzas que llevamos ordenadas, me había dejado claro que no era una mujer de comer ensaladas y eso era raro, estaba acostumbrado a salir con chicas para las cuales la pizza no era una opción.

La conversación durante la cena fue demasiado agradable, en realidad no hablamos sobre ninguno de los dos, no me contó sobre ella ni yo hable sobre mi.

Todo se sentía tan natural, tan tranquilo, tan fresco, que no quise entrar en conversaciones predecibles, del tipo  "que te gusta", "a mi me gusta así", "cómo lo haces"; y esas mierdas que siempre se supone que se deben hablar.

—Ahora entiendo porque no querías que esto fuese “una cita”. —Le digo dándole el último bocado a mi pizza.

—¿Cuáles son tus conclusiones?. —dice después de darle un sorbo a su cerveza. 

—Todo de está manera se da mejor de lo que yo esperaba, mejor de lo que yo quería. —Sonríe por lo bajo.

—¿Acaso que querías?. —es obvia su curiosidad.

—A ti, es decir conocerte. No lo sé. —Bajo mi vista, porque no sé en realidad como decirle lo que siento en este momento.  

Nos reímos de la gente que entraba a la sencilla pizzería que me llevo, lo que también fue una sorpresa, pues pensé que en realidad iríamos a un lugar más sofisticado, lo que me hizo caer en cuenta de inmediato que con Ana tendría que dejar los prejuicios de lado, pues si bien es una mujer adinerada, no se comporta para nada como las niñas berrinchudas de sociedad a las que he estado acostumbrado desde que soy un niño.

—Tienes que parar con las burlas.

—¿Por qué?. No tengo la culpa que seas tan…

—¿Qué?. No tengo la culpa de que seas tú quién come pizza de esa forma. 

—Bueno pues no tengo la culpa tampoco. —Pero ella se sigue riendo de manera infantil.

La realidad es que ella no paró de reírse de mí, ya que le pareció demasiado gracioso verme comer la pizza con servilleta, me explico de mil y una manera que debía tomarla con la mano, pero nunca pude.

Le dejé claro que se trataba de una cosa de crianza, pues Cristóbal odiaba comer hamburguesa con la mano, porque nuestros padres o sus padres mejor dicho, que se habían vuelto los míos por cosas del destino, nos habían enseñado así. Estoy seguro de que para Katerina enseñarle debió ser toda una tortura, pero lo logro, bueno en realidad logró que el coma hamburguesa con la mano, cuando está frente a ella, porque cuando el esta solo, recurre a sus amados cubiertos. 

Cuando bebimos unas tres cervezas me confesó, que prefería beber en casa. Así que sin ninguna reserva, me pregunto si yo quería continuar con la noche en su apartamento, acepte y nos fuimos caminando hasta su casa, fue un camino no muy largo, pero sí muy agradable, seguimos hablando y riendo por cosas muy banales. Me mostró su ruta favorita para llegar hasta el edificio donde está ubicado su apartamento y es que aparentemente Ana, se la pasa comiendo pizza o pidiendo domicilio de cualquier cosa que venden en ese pequeño pero agradable restaurante. 

—No se porque presiento que no cocinas.

—Pues supongo que no puedo ser talentosa en todo, tengo que dejarle algo a las demás. —Mi risa se le contagia, mientras destapamos otra botella de cerveza que vamos tomando en el camino.

—Ya, en serio, ¿Por qué no cocinas?. —Le pregunté después de dar un sorbo a mi cerveza. 

—Nunca tuve la necesidad de hacerlo Martín.

—Bueno eso lo entiendo, pero ¿No te cansas de comer siempre en un restaurante?.

—No, siempre tengo variedad. —Está vez me regala una sonrisa y cara de medio lado.

—¿Por qué te afana tanto que yo no cocine?. —Su pregunta me toma desprevenido.

—No, no es que me “afane”. Solo me parece un poco diferente que siendo tan independiente, no hagas tu propia comida.

—Se ríe mucho y da un largo sorbo a su cerveza. —Bueno pues eso es bastante prejuicioso de tu parte Martín y la verdad es que no me interesa cocinar.

—Bueno, pues supongo que una noche puedes ir a mi apartamento y yo te enseño.

—Oh!!! no creo que eso sea posible.

—¿Qué? ¿Por qué?. —pregunto un poco sorprendido.

—Pues porque no quiero aprender. —Se vuelve a reír, su mirada va al frente y se congela enseguida, bajando la botella de sus labios.

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