Capítulo 2.

                   Alpha Ikender

                      Rendirse

Llegué a pensar que teníamos un ángel guardián. Mamá antes de morir, solía decirme que los ángeles y hadas existían, inclusive que había una especie de hada llamada Limberems, estás pequeñas cuidaban de ti y por las noches te daban de su energía para al despertar, continuar con un nuevo día. En muchas ocasiones me quedaba en vela  en busca de esas creaturas, y en el fondo, deseaba que fuesen reales. Tenía tantas ganas de salir, de volver ha sentirme libre, de que las gotas de lluvia me mojasen, de que el sol me quemase por no usar bloqueador, deseaba sentir algo más que encierro, algo más que dolor.

A veces me preguntaba si algún día me dejarían ir, ellos algún día envececerian y morirían, ¿entonces?, ¿llegaría a ser libre? Tantas ocasiones fallidas de escape, tantos horribles castigos que mi cuerpo terminaba no soportando, estaba tan acostumbrada al dolor, pero tan ajena a él.  Sabía que tenía que abrir los ojos, sabía que debía despertar de mi mundo interior en donde nadie podía dañarme.

La luz del día entraba por las ventanas cubiertas por barrotes. Estaba en el suelo, una sábana fría cubría mi cuerpo desnudo y magullado, me incorporé con cuidado haciendo puños mis manos. Respiré profundo aguantando un sollozo atorado en lo profundo de mi ser.

Lo habían vuelto a hacer, las veces que quisieron cada uno, estaba realmente  cansada, no sabía cuánto más podría resistir. Me arrastré hasta la esquina de la cama, me apoyé en ella usando todas mis fuerzas para llegar al baño. Abrí la regadera haciendo que el agua fría recorriera mi cuerpo, pocas veces él me dejaba bañarme con agua caliente, pocas veces sentía calor.  Limpié mi cuerpo tratando de no tocar las heridas y hematomas. Cerré mis ojos cuando vi pequeños rastros de sangre salir de mi interior.

Me coloqué un vestido gris, la mayoría eran cortos, lo único diferente en este es que tenía mangas hasta los codos. Andaba descalza, tenía solo un par de zapatos, pero a veces prefiría no usarlos para evitar maltratarlos. Ya que en invierno el piso era muy frío, y ellos eran mi único soporte.

—¡Eider!— El grito de Rixton me estremece hasta lo más profundo de mi sistema. Bajo con cuidado las escaleras, sintiéndome demasiado adolorida.

No hay rastro de sus amigos, ellos se han ido lo cual me permite respirar con tranquilidad, aunque cada que lo hago mi costado duele.

—Haz tus tareas, saldré ha la cuidad, estaré de vuelta al anochecer, así que más vale no intentes algo, o ya sabes cuál será el castigo— acaricia mi mejilla y por instinto suelto una mueca de dolor.

—Le diré a Duglas que ya no puede marcarte de esta forma, ¿cuántas bofetadas te dió anoche? Bueno gatita, me marcho— sale por la puerta principal cerrando por fuera. Aunque deseara escapar no puedo hacerlo, todo está completamente bien asegurado.

—Papá, ¿por qué me vendiste?— susurro entre lágrimas. 

Poco a poco dejo la casa limpia, recogiendo el desastre que dejaron ayer, botellas de cerveza, colillas de cigarrillos y algunos narcóticos.

Intento abrir el refrigerador pero, resisto de probar bocado, no puedo hacerlo si él no me lo permite. Me acuruco en el sillón tratando de descansar solo un poco. Sin embargo los recuerdos, eran como navajas dañando mi piel una y otra vez.

—No puedo, no puedo—. No sé cuánto tiempo más pueda resistir.

Rixton siempre carga con las llaves, una pequeña última oportunidad, un último aliento, un último intento.

Pasan las horas y con ello el sol se oculta. Él a vuelto, lo sé por el sonido que hacen las llaves al abrirse. Me oculto detrás de la puerta lo más rápido que puedo, tomo un jarrón y lo aprieto contra mi pecho. Cierro mis ojos y respiro en un intento de controlar los nervios que me carmomen en este instante. La puerta emite un chirrido cuando es abierta y el olor a alcohol y perfume llega a mis fosas nasales. 

—Eider he vuelto —no es hasta que dice esas palabras que me armo de valor y salgo de mi escondite estrellando el jarrón en su cabeza. Rixton cae quejándose al suelo, un jadeo nervioso abandona mi garganta al precipitarme tomando las llaves del suelo. Giro sobre mis talones tomando impulso y empezó a correr lo más rápido que puedo. Él me grita, lo pateo con mis pies descalzo y corro, corro como si mi vida dependiera de ello, porque relamente depende de ello.

—¡Eider!

—No volveré—mi grito se pierde entre la oscuridad. Paso árboles, ramas, no me detendré, no ahora que estoy tan cerca de la libertad, no ahora que puedo respirar tranquila, no ahora, no ahora.

Algunas ramas y piedras cortan mis pies pero no me detengo, acelero lo más que puedo. Nunca había salido de la casa, no se exactamente cuánto llevo corriendo lo único que sé es que jamás volveré.  Mis pulmones arden y mi cuerpo me grita que me detenga.

Tomo aire solo un instante para seguir mi carrera hacía la libertad, paso horas corriendo, el bosque no termina, no encuentro una calle, no encuentro nada más que lodo, árboles, rocas y ramas. La oscuridad no me deja ver bien y sin quererlo tropiezo, mi cuerpo rueda por una loma, chillo, me quejo, lloro cuando siento algo enterrarse a un costado de mi abdomen y por fin me detengo.

Respiro rápidamente tratando de que el aire llegué a mis pulmones, veo la luna cubriéndose con las nubes, y exactamente ahí, cierro mis ojos.

Escucho algo, es ligero, tenue, escucho un canto y un aleteo constante. Abro mis ojos pesadamente, los rayos del sol me pegan directo, giro mi cabello tratando de evitarlos. Un pequeño pajarito canta a lado de mí, es muy lindo, azul con tonos amarillos.

—Hola— medio sonrío, veo a mi alrededor el bosque es lindo cuando la oscuridad no lo cubre. Me duele el cuerpo, aún más que ayer. Trago saliva cuando veo mi costado. Hay un pedazo de rama incrustado ahí.

—Oh no— tengo que quitarlo. Raspa en mi interior con cada movimiento. Al estar de pie respiro profundo y con la poca fuerza de voluntad que me queda, retiró el trozo de rama. Un grito sale de mi garganta al igual que el llanto.

Con la Palma de mi mano cubro la herida la cuál a empezado a sangrar sin parar. Necesito ayuda.

El pajarito sigue conmigo pero se aleja un poco, parece ser que quiere que lo siga, frunso el ceño y me dejo guiar por él. Conforme pasan los minutos mis piernas se empiezan a entumeser, el viento frío parece quemar mi piel.

—¿Vías?

Frente a mí aparece un carril, el pajarito que antes me ayudó a salir del bosque vuela, se pierde de mi campo de visión. Levanto la palma de mi mano, está cubierta por mi sangre. Siento frío, siento tristeza, y a la vez, me siento libre.

Camino entre las vías tratando de encontrar su final, o almenos un pueblo, una casa, alguien. Mis pies sangran y ya no puedo más. Escucho el pitido característico de un tren, de un tren. Me giro lentamente encontrándolo, a toda velocidad, hacía mí.

Quizá mi destino era huir, para morir en paz, para morir siendo libre.

Toqué con las puntas de mis dedos la tierra, respiré el aire fresco con mi naríz. El viento me acarició suavemente, los rayos del sol calentaron un poco mi frío cuerpo. Me sentí viva por un momento. Me sentí en paz.

—Al menos terminó—susurré derrotada, todas mis esperanzas, todas mis fuerzas de luchar día con día, semana, mes, y año, terminaron. Se escaparon como agua entre mis manos. Mi corazón estaba desecho, el alma destruida pero al menos, todo terminaría.

El tren estaba a segundos de impactar conmigo. No volvería a sentir dolor. Esto se acabó...

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