Capítulo 5.

                    Alpha Ikender

                     •Despertar• 

Sentía un calor, pero no un calor molesto si no, un calor agradable como cuando hace demasiado frío y frotas tus manos sobre el fuego. Empecé ha recobrar un poco la consciencia, mi garganta la tenía seca y rasposa. Los recuerdos de lo que pasó llegaron a mi mente, lo último que recordaba era, eran esos ojos azules y profundos. Traté de moverme pero solté un jadeo de dolor, mis pies dolían demasiado al igual que los huesos. 

—Trata de no moverte—. Esa voz me hizo abrir los ojos con temor. Había un hombre en la esquina de la habitación. Estaba cubierta por mantas realmente calientes. 

—¿Quie... Quién es usted?— Solté con voz ronca y seca. 

No sabía en dónde me encontraba, la habitación tan solo estaba iluminada por pequeños rayos de sol que se colaban por una gran cortina.

—Soy tu hombre

...

Habían pasado un par de horas desde que desperté. Una vez ese sujeto dijo aquello, salió de la habitación. Tenía frío, lo cual no lo entendía puesto que hace unas horas, no lo sentía. Miré mis manos cubiertas con algunos parches en ellas, mis pies estaban envueltos en vendas. Me mantuve callada, tratando de no pensar en nada. La puerta se abrió y una mujer entró. Su cabello era muy bello, de un tono canela. He incluso le encontraba un cierto parecido  al hombre que salió. 

—¿Cómo te sientes cariño?— Preguntó sentándose al final de la cama.

—Cansada—murmuré por lo bajo.

—Llevas tres días inconsciente, es normal, más en las condiciones en las que estabas.   Mantuve la mirada baja, quería saber en dónde estaba y quiénes eran pero, tenía miedo, por alguna razón un extraño temor me envolvió de pies a cabeza. 

—¿Él ya habló contigo?— Supuse que hablaba con el hombre de ojos claros, negué con la cabeza. 

—Debes alimentarte le diré ha alguien que suba el desayuno—. Mi estómago rugió. Cerré mis ojos y respiré profundo. Él no me había permitido comer nada, y nada me aseguraba que no sería como Rixton. Solo conocía una vida, obedecer. 

La mujer salió sin decirme siquiera su nombre, un escalofrío recorrió mi cuerpo, quería dormir, me sentía tan cansada, pero aún así, me mantuve atenta.  La puerta volvió ha abrirse, ella había regresado con una bandeja en manos, olía esquisito y mi estómago se revolvió con fuerza. 

—Bueno, come pequeña, yo buscaré a Ikender. 

No me pasó desapercibido el nombre que salió de su boca, Ikender. Recordaba que significaba ese nombre era; protector. Lo había leído en una vieja revista hacía algunos meses. En ella encontré muchos significados de nombres. Incluso venía el mío. 

Eiderin. 

Suspiré mirando los alimentos. Si él no me lo ordenaba yo no podía comer.  Observé una pintura al fondo de la habitación, en ella estaban tres personas, una mujer muy hermosa de cabellos dorados y largos, a su lado un joven, sus ojos se me hacían conocidos, como si ya los hubiese visto antes, y por último el hombre de mirada fría. 

—¿Por qué no has comido?

Me asusté al escuchar esa voz tan grave, giré mi cabeza, el mismo hombre que estaba aquí cuando desperté ingresó a la habitación. Me daba miedo, temor, su tamaño, sus músculos, era aún más alto que Rixton, fácilmente podría doblegarme. 

—¿A caso no puedes responderme?— levantó una ceja. Tragué saliva nerviosa, mis manos habían empezado a temblar. 

—Usted no me ha dado permiso —musité bajando la cabeza. 

—Yo no necesito darte permiso para eso. ¿Cuál es tú nombre?— Levanté la cabeza algo dudosa, mantuve mi vista debajo de su cuello mirando como su pecho bajaba y subía. 

—Eider, mi nombre es Eider.

—Mírame a los ojos Eider.

Respiré profundo levantando la cabeza, su ceño estaba fruncido, sus ojos eran los mismos que...

Yo estaba en las vías del tren, él me salvó sus ojos fueron lo último que miré antes de perder la consciencia.

—¿Por qué me salvó?

—Porque eres mía, y ahora me dirás quién o quiénes te hicieron esto. 

Mi corazón empezó a latir con fuerza. 

No podía decir nada, no quiero volver con Rixton, no quiero. 

—Está bien, yo lo averiguaré— sentí como se levantaba de la cama dispuesto ha marcharse de nuevo. Una fuerza interior me hizo levantarme y tomarlo de la mano, me incliné un poco hacía la derecha, mis pies dolieron en cuanto intentaron sostenerme. El hombre pasó uno de sus brazos por mi espalda ayudándome.

—No, por favor no, no quiero volver se lo suplico, por favor— sonaba desesperada sin embargo no me importaba, si volvía, mi castigo sería horrible al igual que la vida que llevaba allí. 

—No volverás a ningún lado, tu deber es quedarte conmigo, a mi lado, para siempre.

—¿Que?

—Habrá tiempo para explicarte todo pequeña Eider, ahora solo...

Lo ví dudar un poco, respiró profundo  antes de dejarme sentada sobre la cama. Cogió la bandeja de comida y se sentó a un lado. 

—Abre la boca— ordenó tomando algo de sopa en una cuchara.

—Pero— susurré nerviosa. Nadie nunca había hecho esto. 

—Eider, no soy una persona paciente, abre la boca.

Dudosa hice lo que me pidió, empezó a alimentarme, lo hizo hasta que terminé el contenido del tazón. Tomó uno de los varios panecillos y colocó frutas picadas sobre este. 

—¿Son fresas?

—Si.

Tomé una de las enteras puestas a un lado, mi madre solía traerme fresas silvestres, ella misma las cultivaba, tenía años sin comer alguna. 

La llevé a mi boca, su esquisito sabor explotó en mi paladar al morderla. El recuerdo de mi madre llegó a mi mente, su hermosa sonrisa, esa sonrisa que era capaz de hacerme feliz, tan feliz. 

—¿Nunca habías comido una fresa?— preguntó el hombre con el ceño fruncido. 

—Había olvidado su sabor 

Terminé de comer, había pasado mucho desde la última vez que me llené realmente.

—¿Quieres ver la televisión?— levanté mi cabeza observándolo. Lucía relamente pensativo. Se quitó su chaqueta y rodeó la cama, se recostó a un lado de mí.

Apretó un botón y un gran televisor salió de la pared, abrí mi boca con asombro, nunca había visto algo así. 

Sentía mis ojos pesados, no puse mucha atención en qué había sido lo que colocó en la pantalla, solo escuchaba voces, cerré mis ojos sintiéndome acogida, segura, caliente. 

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