69. EL MOTIVO DE ROBERTO

Ante el nombre de Sebastián, el hombre canta mucho y de forma muy afinada.

—Entiéndame, jefe, yo tengo familia, ¿qué más podía hacer?

Estamos encerrados a puerta cerrada en la oficina elevada, y el infeliz llora como si le hubiera hecho algo. Fuera de un par de golpes en el rostro, ni mis hombres ni yo le hemos hecho nada.

—Buscarme, eso es lo que deberías haber hecho. Lo único que no perdono es la deslealtad. Nosotros te recogimos, te dimos una oportunidad de trabajo que no te dieron en ninguna parte por ser un expresidiario y, ¿así es como nos pagas?

—Perdone, jefe, pero... —el hombre me mira con una mezcla de duda y miedo.

—Habla —digo en tono cortante.

—Pero todos los expresidiarios que ingresamos a laborar aquí tenemos en mente que fuimos elegidos por Roberto, que es a él a quien decidió a quien contratar, y eso de alguna forma nos crea también una deuda moral con esa persona. Fuera de eso, él nos hizo creer que así como nos hizo entrar, también nos podía hacer salir.

¡Idiota! Es
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