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Capítulo 4. Inestabilidad.

Escuché murmullos en la oficina, podían ser gritos, pero no pude entender ni una palabra de lo que decían. Después miré a Rafael salir de la oficina, aventando todo a su paso, no me limité a decir nada. 

–Mariana –dijo Erick, antes que la puerta de su oficina se cerrara–. 

–¿Sí? –.

–Por favor pide en el área de recursos humanos la liquidación de Rafael, a partir de este momento ya no trabaja más aquí, por favor encárgate de informarles a todos–. 

–Entendido –dije, sin preguntar nada al respecto–. 

El gesto que veía en el rostro de Erick me quitó el interés y la curiosidad de conocer los detalles de aquella decisión, tan solo me limité a hacer mi trabajo. El anuncio sorprendió a todos, incluyéndome a mí. Rafael era uno de los trabajadores con más tiempo de estar al lado de Erick, que Erick haya tomado la decisión, fue por algo que no le gustó de Rafael. 

Salí de la oficina y me dirigí hacia la casa de Jones, Elisa aún no había llegado a casa y era muy probable que llegara pasada la medianoche, había aceptado el trabajo en el night club, ese que Erick me impidió a aceptar, yo ni siquiera podía decirle que no lo hiciera, no tenía otra opción y mudarnos de la casa de Jones, era lo que más deseábamos en ese momento. Jones llegó al rato, la cena estaba lista y yo me acomodaba para ver el capítulo de una de las series que siempre repetía a pesar de saberme de memoria; Diarios de Vampiros, me encantaba la trama y uno de los actores, soñaba con tener un romance como el de Elena, pero sabía que estaba lejos de mi realidad. 

–¿Tienes hambre? –pregunté–. 

–Sí, un poco–.

Me levanté y le serví comida, era lo menos que podía hacer después de su generosa ayuda. Nos quedamos viendo la serie, terminamos de comer y Jones se marchó hacia su habitación. Después de un rato, me dirigí a la habitación que compartía con Elisa, dejé la puerta sin seguro para cuando ella llegara. Me encontraba en un sueño profundo con Erick Black, en el que sus manos, comenzaban a rozar mi cuerpo y me besaba dulcemente como nunca nadie lo había hecho, cuando desperté de repente. Las manos de Jones me acariciaban, mientras sus labios besaban mis hombros. 

–¿Qué te pasa? –dije, empujándolo–. 

–¿Acaso no lo estabas disfrutando? –preguntó lleno de morbosidad–. 

–Claro que no, sal inmediatamente de la habitación o no sé de lo que soy capaz–. 

–Es lo que menos que me deben por estar viviendo en mi casa–. 

–No te preocupes que mañana mismo nos marchamos –dije–. 

–En ese caso, deberé desquitar antes, todo el apoyo que les he brindado –dijo, lanzándoseme encima. Comenzamos a forcejar, el hombre era pesado y yo sentía que no tenía fuerza para quitármelo de encima, comencé a gritar al sentirme vulnerable e indefensa. ¡Auxilio! ¡Auxilio! 

Escuché como un jarrón de una de las mesas se quebró al chocar contra la cabeza de Jones, Elisa había llegado y fue lo único que se le ocurrió. Me levanté de inmediato después de que el hombre había quedado inmóvil y abracé a Elisa, en mi impulso de agradecimiento. 

–Debemos irnos de aquí –dije–. 

–Eso no tienes ni que decirlo, alista todo, llamaré a la policía para que arresten a este imbécil–. 

–Será mejor que no lo hagamos, al fin de cuentas esta es su casa y llevamos todas las de perder–. 

–En eso tienes razón, solo asegurémonos que esté vivo y nos largamos –comentó Elisa–. 

Comencé a arreglar mis 3 trajes formales para la oficina y un par de ropa casual que había comprado anteriormente, sentía que todo mi cuerpo estaba temblando y las lágrimas se habían apoderado de mí. 

–Tranquilízate –comentó Elisa, al ver el estado en el que me encontraba–. 

Tomé aire varias veces, intentando calmar mi llanto desconsolado de solo recordar las manos de ese idiota sobre mi cuerpo. Terminamos de arreglar nuestras cosas y revisamos el cuerpo de Jones, estaba respirando, al menos sabíamos que estaba bien, me sentía mal de dejarlo ahí, así que llamé a emergencias para que llegaran al apartamento. Esperaba que los paramédicos siguieran con su costumbre de llegar al lugar, hasta que el paciente estuviera mejorando, eso nos daría tiempo de salir del lugar y evitarnos dar explicaciones sobre lo sucedido.  

–¿Estás bien? –preguntó Elisa–. 

–Ya mejor. No sabes lo alegre que me siento de que hubieras llegado en ese momento. No quiero ni imaginar que hubiera pasado si ese imbécil hubiera conseguido lo que quería. 

–Tranquila, no pasó. Jones es un desgraciado, igual que los demás. Realmente pensé que él era diferente. Lo único que me preocupa es lo que haremos de ahora en adelante–. 

–Hablaré con Erick para que me adelante el pago de este mes y así rentar un pequeño apartamento. No tenemos más opción que pasar la noche en un motel –comenté–. 

–Lo sé, bueno, busquemos un lugar para descansar y veremos cómo nos recibe la mañana. –dijo ella con una leve sonrisa, intentando animarme–. Quise sonreír, pero simplemente no pude. 

Esa era otra de las peores noches que había tenido, el escenario era deprimente, Elisa y yo caminábamos en medio de la noche, con maletas cada una, rogando al cielo que ningún ladrón se apareciera en nuestro camino. Ya habíamos preguntado por el costo de la noche en dos moteles, pero nuestro presupuesto no ajustaba. Así que buscaríamos algo que fuera más económico. Sentí un escalofrío horrible, cuando miré a dos hombres caminando hacia nosotras, pero intenté no demostrar el miedo que me rodeaba. 

Los hombres pasaron tranquilos, pero bastó con que nosotras avanzáramos un par de pasos para que ellos se volvieran y nos tomaran las maletas. 

–Entréguenlas –dijo uno de ellos–. 

–No llevamos nada de valor, son harapos viejos, pueden revisar si así lo quieren –dijo Elisa–. 

–No me importa, entréguenlas. 

–Por favor, no lo hagan. –dije–. 

Los hombres se miraban decididos a quitarnos todo, cuando miré que su semblante cambió repentinamente y salieron corriendo. 

–¿Qué hacen mis pequeñas flores aquí? –preguntó una voz a nuestras espaldas–. Reconocí la voz de Eliot, el dueño del night club Royal, cuando volteé para comprobar si era él, fue cuando más me asusté de no fallar con mi intuición. 

–Hola Sr. Eliot, dábamos un pequeño paseo por la ciudad –comentó Elisa–. 

–Eso si es terrible, no sabía que las personas tenían la manía de salir de noche, con sus maletas en mano. 

–De vez en cuando lo hacemos y como en el día no tenemos tiempo, la noche nos acompaña mejor –comentó ella nuevamente–. 

–Suban al coche, las llevaré a un lugar seguro. 

–Se lo agradezco, pero preferimos caminar –dije–. 

–Con gusto le agradecemos el apoyo –protestó Elisa–. 

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