CAPÍTULO 1

ENTRADA FALLIDA

El vuelo con destino a Mykonos fue corto, y Nickolau sentía que se podía comer las uñas ante la expectativa de toparse de frente con su amor imposible de la adolescencia. Ese que se había obligado tantas veces a olvidar. Temía que ver a Mila Papadakis de frente despertara las llamas  de un fuego que él se había encargado de extinguir hacía ya mucho.

También le preocupaba demasiado la salud de su abuelo, era su único familiar vivo, de ahí la importancia de sacarlo de esa crisis de su salud.

En Londres sin duda le darían la mejor atención médica posible, no es que dudara de la capacidad de los médicos de Grecia, pero Londres  poseía hospitales con  última tecnología en el campo de la neurociencia.

El piloto del jet privado tuvo que sacar sus mejores cualidades para aterrizar en la pequeña pista privada de los Kronos en la que Nickolau se empeñó en aterrizar, ya que esta estaba mucho más cerca de la Villa de su abuelo, que la pista privada del centro de Mykonos.

—Con otro aterrizaje como ese, tendremos que cambiarle ese sistema de frenos al avión— protestó el piloto con cara de asustado. Definitivamente Nick no se había percatado, pero había sido un aterrizaje peligroso.

—Te enviaré un bono por ese aterrizaje— le aseguró Nick a Vincent Auriol su piloto, que ciertamente no necesitaba un put0 bono y si, seguir con vida. El padre de Vinvent, su piloto,  era un duque en Francia, y en su árbol genealógico habían más millones que en los bancos suizos.

Así que Vincent solo rodó los ojos con cansancio a su mejor amigo y solo se volteó a revisar que  la aeronave no se hubiera dañado,  le  pilotaba al egocéntrico de Nickolau por  pura  pasión, no por que necesitara trabajar.

Nickolau miró a los alrededores, y no se veía un alma además del personal encargado de resguardar el hangar.  Esperó otros cinco minutos y nada ocurrió terminando de colmar la paciencia, de lo que iba siendo un día de mierd@. Lo único medianamente bueno había sido la llamada de Mila Papadakis, escuchar su voz… solo que la llamada solo fue para darle una terrible mala noticia que ahora lo tenía enfrascado en la difícil misión de liquidar sus propiedades en Mykonos, y llevar al abuelo con él hacia Londres.

Enojado porque no había un auto para acercarlo a la Villa de los Kronos, sacó su teléfono celular para llamar a un taxi. Lógicamente su línea telefónica de Londres estaba inutilizada allí, solo podía llamar a su abuelo por el servicio de roaming internacional.

Demoraría más llegar a la Villa, que lo que había estado volando desde Londres. Odiaba que las cosas no le salieran como planeaba. Llamó al celular de su abuelo para que un chofer de la Villa viniera por él, y como era de esperarse nadie respondió.

Al parecer Mila, o su propio abuelo habían olvidado el teléfono celular en alguna parte de la  exageradamente grande propiedad,   donde nadie lo escuchaba. Porque ciertamente nadie respondía.

Maldiciendo por lo bajo comenzó a caminar dañando sus costosísimos zapatos. Aquellos zapatos eran casi tan costosos como el maldito tren de aterrizaje del avión que también casi había arruinado por las prisas.

—¿Te vas a ir caminando?— le grito Vincent al verlo alejarse por el terraplén que llevaba a la pequeña ciudadela de la isla. —¿Estas loco  o que?

—¿Qué sugieres que haga entonces?— vociferó Nick demasiado enojado —¿Qué me quede aquí esperando que ocurra un milagro?

—¡De seguro alguien vendrá!— insistió el piloto a grito pelado tratando de detenerlo.

—¡Tranquilo!¡Quédate en la nave, enviaré un taxi, o un chofer para ti! —respondió  Nick

Se despidió agitando una mano sobre su cabeza sin voltearse otra vez a mirar hacia atrás.

Continuó caminando bajo el sofocante sol de las islas griegas maldiciendo en inglés varias veces y cuando eso no fue suficiente para aplacar su mal genio, comenzó a hacerlo también  en su idioma natal. Las maldiciones griegas de alguna manera, le sonaban más contundentes.

Para cuando había caminado un kilómetro y medio, todo el cuerpo le sudaba. El saco del costosísimo traje de diseñador que usaba, lo llevaba emburujado como una pieza cualquiera en su mano libre y en la otra mano llevaba  su portafolio que había sido su único equipaje cuando abordó en Londres. Ahora aquel equipaje le pesaba demasiado, pero ni modo que pudiera desecharlo, pues en él llevaba su computador personal, que era la única forma de continuar trabajando aún estando en Mykonos.

La camisa se le pegaba totalmente mojada al cuerpo. ¡Dios! Y si que él estaba en forma, pero aquel maldito sol no era apto para humanos.

Eran cerca de las dos de la tarde y parecía que el campo a su alrededor se incineraría.

Los zapatos le habían lastimado los pies, y los odio por eso.

Estaba tan furioso que  sentía las venas de su frente latiendo de manera alocada.

Aquel viaje a Grecia iba empezando mal y algo le decía y lo estaba convenciendo  de que se pondría peor.

Unos minutos después, apareció un comerciante de gallinas en una camioneta destartalada de color marrón y con óxido hasta en la goma de respuesto…«claro esta, si es que ese artefacto tenía una goma de respuesto», y esa carcacha se detuvo  junto a Nick para ofrecerse  a llevarlo.

La gente de las islas griegas solía ser muy hospitalaria, y eso sumado a que casi todo el mundo lo conocía a pesar de haber pasado varios años en el extranjero.  Su abuelo era dueño de media isla, por eso los habitantes de más de cuarenta años, todos sabían quienes eran parte de la corta familia Kronos.

—¿Necesita que lo lleve a la Villa de su familia muchacho?—preguntó el hombre de la camioneta al detenerse junto a Nickolau.

El joven reparó el vehículo dudoso de que  fuera prudente treparse a aquella cosa. Si se cortaba con el metal corroído de la carrocería podía contraer hasta tétanos.

Para su sorpresa en la parte delantera del vehículo sólo estaba un asiento desvencijado para el conductor. El asiento destinado al copiloto estaba ocupado por jaulas para pollos.

La parte trasera de la camioneta estaba tan hedionda que se podía oler a kilómetros a la redonda. Nick se asomó y se quedó de piedra cuando se dio cuenta cuál era la causa de aquella insoportable fetidez.

Todo el piso trasero del desmadejado vehículo estaba cubierto de excrementos   de las plumíferas aves de corral.

Nick pensó sus opciones, aún le faltaban unos cuatro kilómetros por andar, y era poco probable que consiguiera otro aventón por  aquel camino olvidado camino.

El maldito sol parecía estar evaporando hasta las piedras aquella tarde, y  el vapor se veía sobre el camino de tierra como si estuviera en el puto desierto del Sahara.

Sin muchas opciones se subió en el maltrecho vehículo con mucho cuidado y algo más de escrúpulos, pisando sobre las viscosas heces de gallina. Sintió nauseas, pero se contuvo. Él era un hombre hecho y derecho,  y no se descompondría vomitando por un poco de caca de pollo. O al menos eso se repetía para no soltar el contenido de su estómago de un momento a otro.

Dos colinas más adelante la camioneta se tambaleó por un bache y Nick no pudo evitar caer sentado sobre su trasero, con las manos, la ropa y el portafolio bien atollados en la popó de gallinas.

No pudo contener más el fétido olor, y verse literalmente cubierto  de escremento, y el vomito que había estado amenazando con salir, hizo su entrada triunfal empeorando la situación de sus pantalones.

Ni se preocupo de ponerse de pie otra vez hasta que el coche se detuvo frente a la emblemática Villa de los Kronos.

Si antes había estado enojado para este momento se lo estaba llevando el mismísimo demonio. Ardía de ira, y no le interesaba en lo más mínimo contenerse. Si alguien le salía de frente ahora mismo, se lo llevaría por delante, así fuera la misma Mila Papadakis, o su abuelo.

Obviamente no le agradeció al dueño de la camioneta por el viaje, y el hombre tuvo el suficiente sentido común como para no hablar ni una palabra. Solo espero que Nickolau Kronos se bajara, y puso en marcha la camioneta perdiéndose de la vista de Nickolau, que iba cubierto de excremento y vomito hasta la cintura.

Él mismo no soportaba su olor, así que no se imaginaría lo que diría alguien más acercaba.

Hizo tocar el timbre de la verja y uno de los empleados se sorprendió en verlo llegar en aquellas fachas, y el ceño fruncido.

El empleado siendo bastante prudente se abstuvo de hacer alguna pregunta indiscreta, y solo saludó al tiempo que abría la puerta para el heredero del Imprerio Kronos, que definitivamente no hacía hoy su mejor entrada.

Nick por su parte, no saludó a nadie. Ni al empleado que le abrió la reja de la entrada ni al que le abrió la puerta principal.

Las venas del cuello eran visibles, y furioso como estaba no se creía  capaz de emitir algún sonido que no fueran gruñidos.

Entró en la Villa y para su sorpresa pocas cosas habían cambiado desde su última visita hacía ya algún tiempo. Eso si, la casa  aún conservaba su encanto, y su vistosa decoración que no pasaba de moda. Aquella Villa era una joya perdida en aquella isla, pero aún así Nick estaba seguro que esa propiedad estaría valorada en más de cinco millones de euros para cuando planeara venderla.

Avanzó por la estancia, rogando que Mila se hubiera marchado faltando a su palabra, pues le había dicho que esperaría que él llegara  para no dejar solo a su abuelo.

Ahora hubiera deseado no haberla comprometido con esa responsabilidad.

Cuando creyó que alcanzaría la escalera a su cuarto sin ser visto, se encontró de frente con el señor Ulises y Mila Papadakis que salían del comedor de tener un almuerzo tardío.

Su abuelo lo reparó de pies a cabezas, y Mila obviamente hizo lo mismo.

Nickolau en ese momento hubiera deseado que la tierra se lo tragase y lo escupiera en Saturno.

—¿Y a ti que mierd@s te paso? — preguntó el señor Kronos a su nieto. —Apestas a granja de pollos. ¿Donde está el conductor que envié por ti al areopuerto principal de Mykonos?

—¡Ahí está el problema!—siseó Nickolau, —aterrice en la pista privada y no en la pista principal.

—Nick, pero esa pista está en reparaciones— le informó su abuelo. —No tenía forma de saber que llegarías por ahí.

—Lo sabrías si tuvieras a mano tu teléfono celular— objeto el joven, sin atreverse a mirar a la doctora a los ojos.

—Ese chisme de teléfono celular y yo no nos llevamos bien—se excusó el abuelo, y casi se ríe en la cara de su nieto, solo que la terrible peste que exudaba no se lo permitió. —Mejor báñate Nick. Después podremos hablar más tranquilos.

Nick se encaminó a la escalera, y su abuelo lo siguió con la vista hasta que ya iba por la mitad de esta.

—Nick… —llamó el viejo Ulises—¡Bienvenido a Mykonos.

Nick miró la cara de su abuelo,  y si este no hubiera estado estado delicado de salud, Nickolau podría jurar que la expresión del viejo  solo significaba una cosa: !Bienvenido al infierno!

Mila estaba allí mirándolo en silencio como si fuera él un completo desconocido, y eso sin duda le carcomido  el alma. Ella ni siquiera se había molestado en saludarlo debidamente,  confirmando lo que Nickolau había sabido toda su vida, que Mila Papadakis no era mujer para él.

Así que se obligó a dejar de pensar en ella... o eso quiso pensar. Pero la verdad es que las fotos que había recibido cada mes durante los años, no le hacían justicia en lo absoluto. Mila Papadakis estaba aún más  hermosa en vivo y a todo color. Increíblemente más hermosa, más sensual, más mujer y sin dudas más ajena. Mucho más ajena de lo que nunca había estado.

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