521

521ES

Ciencia Ficción
Fernando Caporaletti  En proceso
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2 Reseñas
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Resumen
Índice

Un hombre despierta una mañana y encuentra que tiene una llave en la mano que no sabe de donde salió ni cómo llegó a él. La llave tiene una etiqueta con el número 521, y a través de ella se relaciona con una mujer que, al otro lado de la ciudad, está entrando en la guardia de un hospital, a punto de dar a luz.

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ff7m66
Muy interesante la historia, me gusta...️
2021-11-30 10:30:08
1
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S.T Rivero
Se ve interesante.
2021-11-24 23:07:22
1
8 chapters
I
La doble campanilla del despertador rompió el silencio de esa mañana. Sin abrir los ojos, Leonardo se dio vuelta en la cama dos o tres veces y se estiró elevando los brazos hacia el techo. Abrió las manos, y al hacerlo algo le cayó encima de la cara. De un manotazo se lo sacó de encima. Pensó que sería un insecto de los que aparecen con el calor. Debido al chispazo de la noche anterior, turbo ventilador dejó de funcionar. Semejante calor en junio —aquel invierno se hallaba interrumpido por el “veranito de San Juan”—, hizo que Leonardo usara el turbo que había guardado al terminar marzo. Sin embargo no podía ser un insecto: el ruido contra la pinotea le indicó que la cosa que golpeó en el piso, era sólida.Con la lentitud de cada mañana, se sentó en el borde de la cama, apoyó los codos sobre las rodillas y se tomó la cabeza con l
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II
Durante las siguientes semanas, se vieron varias veces. Se encontraron cerca de la casa de la mamá de ella. Pequeños ratos, en los que aprovechaban que Alan se dormía. Casi siempre se veían a la noche, antes de la cena. Conversaron mucho. Se fueron conociendo y compartiendo momentos.Un mes después, sentados a la mesa de un bar, escucharon en un radiograbador que estaba detrás de la barra, la noticia de que el Italpark estaría clausurado hasta poner en regla el estado de los juegos, ya que las inspecciones habían confirmado el bajo mantenimiento denunciado un mes antes.—No solo el Italpark tiene falta de mantenimiento —dijo ella en voz muy alta, y miró a las demás mesas: todas vacías—, Segba tampoco lo tiene.—Tenés razón. Supe que hubo un incidente hace un año, justamente cerca de Italpark.—Se desprendió un cable, &ique
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III
Eran las 19:55 y Viviana salía del Italpark con un chico que había conocido dos meses antes. El parque había cerrado más temprano por la tormenta. Ella tenía entonces veintitrés años. Se subieron a la moto y se arrancaron. La avenida Libertador estaba muy mojada, y al muchacho le era difícil manejar. A pocos metros de salir, el viento arrancó un cable, provocando que cayera sobre el asfalto mojado. El golpe y el chispazo hicieron que el muchacho perdiera el control de la moto. Ella voló por encima de él, y el cable sacudido aún por el latigazo volvió a hacer un chispazo, se produjo un destello que los cegó, justo en el momento en que ella pasaba por encima del arco voltaico. Aterrizó dos o tres metros más lejos. No se golpeó la cabeza porque llevaba casco, pero su pantalón a rayas blancas y negras, su campera de cuero y las botas texanas rasparon contra el asfalto. Le dolía todo el cuerpo. Un hombre que estaba en la vereda la vio caer la socorrió de inmediato. La ayudó a pon
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IV
Casi a medianoche, él ya estaba cansado. Le propuso dejarla en un hotel para que durmiera un poco, y le dijo que al día siguiente pasaría por ella y seguirían buscando. Ella aceptó.Ya en el hotel ella quiso pagar con australes, y el conserje la miró como si se tratara de una broma.Él le dijo que guardara el dinero y pagó.Camino a la habitación, él le explicó que los australes no eran de curso legal desde hacía más de veinticinco años.La dejó en la puerta y le dijo que cualquier cosa lo llamara a su celular. Le anotó el número, pero imaginó que ella no sabía que debía poner el quince adelante, así que también se lo explicó. Le aclaró que su nombre era Leonardo y que por la mañana pasaría a buscarla.—Ahora intente descansar —dijo a modo de despedida.
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V
Fueron a almorzar, y a la tarde a una oficina alejada del centro porteño, llegando casi a Retiro, a visitar al parapsicólogo.La cita era a las 14:00, pero llegaron a las 13:50. La oficina era como cualquier oficina, a simple vista no tenía nada metafísico. Había un escritorio con una notebook, dos sillas y una ventana que daba a lo que en otro tiempo se llamó Plaza de los Ingleses, donde todavía se alzaba el Big Ben.Ernesto Almada era un hombre serio, de gesto duro pero modos corteses. Leonardo y Viviana tomaron asiento, y Ernesto los estudió con atención. Luego de un largo silencio, les habló.—Según lo que me ha comentado por teléfono, lo que usted, Leonardo, plantea puede ser cierto, pero en parte. Los viajes a través de agujeros de gusano permiten modificar el tiempo, y que transcurra de una manera distinta a la que conocemos en nuestras dimensiones que, por ci
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VI
Para la noche, Viviana se ofreció a cocinar. Leonardo fue a comprar las cosas y ella preparó una salsa, muy aromática y gustosa, que le puso a los fideos. Leonardo no recordaba la última vez que había comido un plato tan exquisito.Cuando llegó la hora de dormir, él le ofreció su cuarto. Y ella se metió en la cama y apagó la luz. Él se acostó en el futón. Ninguno de los dos se durmió enseguida; en la mente de ella rondaban las dudas de lo que haría en un sitio treinta años más adelante en su historia, en la de él rondaba la idea de qué haría con Viviana y cómo podría ayudarla.Ya de mañana, Viviana se levantó en el departamento vacío; una nota sobre la mesa ratona indicaba que Leonardo había ido a trabajar, que volvería después de las seis de la tarde.Y Leonardo regres
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VII
La noche siguiente, al llegar del trabajo, Leonardo se sentó ante la computadora. Viviana lo acompañó. Buscaban un evento cercano al de abril de 1987, uno que pudieran reproducir. Investigaron durante un largo rato, hasta que Leonardo encontró una noticia sobre una reja electrificada que se desprendió con la caída una rama que arrancó los alambres y produjo un chispazo, casi un incendio. El evento había ocurrido en septiembre de 1987, en una mansión de mitad de siglo XX que funcionaba como museo de arte en la Capital Federal. Leonardo recordó haberla visto. Si no se equivocaba, aún tenía el alambrado electrificado.Fueron hasta ahí, y se encontraron con que los paredones de la casa de arte tenían el alambre y un cartel que anunciaba la reja electrificada. Sonrieron ante la posibilidad de provocar el evento que le pudiera dar a Viviana el pasaje de vuelta a su tiempo. Pero sab&iac
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VIII
Llevaba toda la tarde en el cuarto escuchando a su esposa, que le contaba toda esa historia de viajes en el tiempo. Leonardo pensó que, a los cincuenta y cuatro años, ella sufría demencia senil prematura, o bien había enloquecido. Volvió a mirar la foto de ella en 1987. De ella abrazada a ese hombre tan idéntico a él, al de ahora, al que veía cada día en el espejo. Más la miraba, más se conmocionaba. Fijo la vista en su esposa. Y ella, con sumo cuidado, le susurró:—Sos vos.Leonardo se puso a caminar por el cuarto, sin despegar los ojos de la foto. Su paso era lento. Su cabeza intentaba pensar en algo que lo ayudara a comprender la historia que su esposa, a quien conocía desde hace tantos años atrás, acababa de contarle. Por qué le decía eso. Y eso era cierto, por qué se lo había ocultado. Por qué se lo decía ahora.Leer más