El aroma antiséptico del hospital se filtró en sus sentidos como un golpe de realidad. Ese olor inconfundible, clínico y frío, impregnado de historias de vida y muerte, lo envolvió de inmediato. Había olvidado cuán familiar le resultaba, cuántas emociones enterradas despertaba en él.El sonido rítmico de los monitores, el eco de pasos apresurados por los pasillos y el murmullo de voces preocupadas componían la melodía inconfundible de la urgencia.Había olvidado la adrenalina de correr ante una emergencia, la tensión de un bisturí en sus manos, el peso de una vida pendiendo de su destreza. Pero, sobre todo, había olvidado la satisfacción de salvar a alguien.¿Cuánto tiempo había pasado sin pisar un quirófano?¡Ah, sí! Desde que le había salvado la vida a Dominick Carbajal. ¿Dos años? Quizás más. No estaba seguro. Lo único claro era que, desde entonces, su pasión por la medicina había tambaleado.Inspiró profundamente y bajó la mirada hacia la postal entre sus manos. Sus dedos la recor
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