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Capítulo 2: El cisne de las alas rotas.

No supo cuánto tiempo estuvo sometido en la cajuela de la camioneta, o siquiera a donde rayos lo habían llevado.

Pero cuando lo sacaron de ahí sentía su cuerpo entumecido, entrecerró los ojos en el momento en que le quitaron el saco de la cabeza, enfrentándose a la luz de las farolas de una gran e imponente mansión.

Dio un vistazo rápido a su alrededor encontrándose que estaban rodeados de hectáreas de tierra, grama y vegetación.

— Camina doctorcito — lo empujo uno de los hombres, trastabillo ante el empujón, cuando recupero la compostura subió los escalones de la entrada con rapidez; al ingresar a la mansión noto que había una gran cantidad de mucamas moviéndose por el lugar, claramente alteradas llevando sabanas limpias, agua y pañuelos — vamos niño bonito. Arriba — una vez más recibió un empujón hacia las escaleras, entendiendo que su destino estaba en los pisos superiores.

Recorrieron los pasillos del segundo piso en un silencio casi sepulcral, para ser una mansión repleta de personal era bastante silenciosa.

El ambiente estaba cargado de tensión de tal manera que hacía parecer que el aire podría cortarse con un cuchillo.

— ¡MALDITA SEA!, ¿CREES QUE INTENTANDO QUITARTE LA VIDA TE VAS A LIBRAR DE MI?... ¡PUES NO ES ASÍ!, ERES MIA, ME PERTENECES, MALDITA SEA Y NI LA MUERTE PODRIA LIBRARTE DE MI — se escucharon gritos repentinamente, nadie más que él parecía inmutarse ante la colérica voz que invadía los pasillos.

 Al estar frente a la puerta abierta de una de las habitaciones noto una imponente figura masculina, alto, musculoso y de cabello castaño, quien dio una sonora bofetada a alguien de pie frente a él.

 Thiago no pudo observar al receptor de tan potente golpe a causa que la figura del hombre se interponía en su campo de visión.

— ¡DI ALGO MALDITA SEA! — en un rápido movimiento tomo a la persona frente a él de los hombros y la empujo.

Para Thiago la imagen fue casi grotesca, la frágil figura de una mujer cayó al suelo como si fuera una simple hoja de papel.

 La sangre mancho las alfombras, al observar a detalle se dio cuenta de que su vestido blanco estaba curtido con ese líquido rojo brillante.

— ¡¿QUÉ M****A TE PASA?!, ¿CÓMO LA EMPUJAS ASÍ? — se apresuró a intervenir, guiado por la rabia y la impotencia, enseguida se interpuso entre la figura masculina y la frágil mujer.

 Se agacho junto a ella para analizar su estado, era una mujer joven, en sus facciones aún se podía ver un matiz un tanto infantil, su piel extremadamente blanca como si llevara demasiado tiempo sin ver la luz del sol y quizás así era.

Un par de bonitos ojos azules, pero carentes de emoción, lo observaron.

— ¿Estás bien? — pregunto, sin obtener respuesta, ella solo la observaba.

 Algunos mechones de su cabello castaño se apegaban a su rostro por lo que Thiago los aparto para observarla mejor, su piel estaba fría al tato y sus labios tenían un color azulado grisáceo casi cadavérico.

— ¿Y quién carajos es este tipo? — indago el agresor, observando, con el ceño fruncido; la interacción entre el desconocido y su víctima.

 — El doctor, señor — informo el hombre que lo había traído prácticamente a rastras.

— Tu nombre — demando el agresor.

— Thiago Visantino — respondió mientras hacia una revisión rápida a la mujer, en busca del origen de esa terrible cantidad de sangre que estaba perdiendo, enseguida noto los cortes en sus muñecas — necesito sutura del número 3, aguja recta, anestesia local inyectable, gasas, solución salina y guantes. ¡De inmediato!, o esta mujer se morirá desangrada — exigió mientras tomaba a la mujer entre sus brazos, ella era increíblemente ligera; la sentó en el alféizar de la ventana, sobre los suaves cojines que allí había.

Nadie se movió ante sus demandas, el agresor, que supuso era el jefe de ese lugar, lo observo con detenimiento.

— Si tus hombres no se mueven a buscar lo que pedí, ella se va a desangrar y no creo que su muerte te convenga ¿o sí? —  hablo, poniéndose de pie frente al tipo a escasos centímetros de distancia y dedicándole una mirada severa.

El agresor no pudo evitar pensar en que el doctorcito de verdad tenia agallas para enfrentarse a él de esa manera aun sabiendo que podía ganarse un balazo entre las cejas.

Después de un par de minutos de una guerra silenciosas de miradas, por fin el hombre trono los dedos y eso fue más que suficiente para que sus hombres se movilizaran.

— Gracias — agradeció y se dio media vuelta centrando su atención en la ensangrentada mujer, a juzgar por la sangre sobre su vestido, esta debería estar a nada de desmayarse más sin embargo estaba ahí, sentada con su mirada fija en la oscuridad del exterior, como si algo allá afuera pudiera regalarles las respuestas a todos los misterios del universo.

— Escúcheme, voy a limpiar sus heridas, te inyectare anestesia directamente en el área y voy a suturar. ¿Está bien? — explico una vez que los implementos le fueron entregados.

La mujer clavo su mirada en el pero no pronuncio palabra alguna, observo atentamente como el doctor se colocaba los guantes de látex, seguidamente tomo la mano izquierda de la mujer para limpiar la herida y observar la profundidad de esta mientras se preguntaba:

 ¿Por qué motivo querría ella acabar con su vida?

La vio hacer una ligera mueca cuando la aguja atravesó su piel maltratada, primera expresión que surco su rostro en todo lo que iba de su interacción, era tan inexpresiva como un cuerpo sin alma. Ella no aparto su mirada del doctor ni por un segundo, observando a detalle como trabajaba en ella, como suturo sus heridas con delicadeza antes de colocar suaves vendas alrededor de sus muñecas.

— ¿Cómo te llamas? — le pregunto a la chica mientras envolvía su muñeca con las vendas, no obtuvo respuesta.

Ella era tan silenciosa como un cadáver, la observo por un instante; quizás buscando algún ápice de emoción en ella, no encontró nada más que facciones inmutables.

— Bien pequeño cisne — le dijo, al notar que llevaba sobre su cuello una cadena de oro, con un cisne de alas abiertas sobre un decorado de diamantes — debes descansar.

Enderezo su postura, ya que había estado agachado junto a ella mientras completaba su labor — deben cambiarla de ropa y de habitación, la sangre se descompone con facilidad y la contaminación puede ser dañina para ella — expreso, dirigiendo su mirada al tipo ese que se había atrevido a golpear a una mujer herida, no tenía ni idea de quien era, pero ya le tenía un odio descomunal.

Mientras la mujer se puso de pie de forma tan abrupta que sus piernas fallaron, temblando; incapaces de sostener su propio peso, de no ser por el doctor que en un movimiento rápido la sujeto, evitando su eminente caída.

— Tranquila… es muy pronto para que alces tus alas, pequeño cisne — la sostuvo rodeándola con su brazo izquierdo por la cintura, con su mano derecha acaricio levemente la mejilla femenina.

Ella lo observo con demasiada intensidad antes de caer en la inconciencia, de inmediato las mucamas gritaron, asustadas mientras los hombres se ponían en alerta, algunos incluso apuntándole con sus armas.

 —  Necesita descansar — informo mientras la tomaba entre sus brazos, como si de una princesa se tratase.

— Sígueme — ordeno el jefe, guiando sus pasos hacia otra habitación, Thiago coloco a la mujer sobre la cama — a partir de ahora, ella es su responsabilidad. Si ella muere, usted seguirá sus pasos.

El hombre abandono la habitación cerrando de un portazo, Thiago respiro profundo clavando su mirada en la inconsciente mujer — ay pequeño cisne, ¿Qué habremos hecho para merecer tener que lidiar con semejante animal?

Se preguntó, cansado del desastre en que se estaba convirtiendo su vida, sin imaginar que ese era apenas el comienzo.

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