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Bajo el juramento de la mafia
Bajo el juramento de la mafia
Por: Ivi Moreno
Capítulo 1: Un corazón marchito

El aroma antiséptico del hospital se filtró en sus sentidos como un golpe de realidad. Ese olor inconfundible, clínico y frío, impregnado de historias de vida y muerte, lo envolvió de inmediato. Había olvidado cuán familiar le resultaba, cuántas emociones enterradas despertaba en él.

El sonido rítmico de los monitores, el eco de pasos apresurados por los pasillos y el murmullo de voces preocupadas componían la melodía inconfundible de la urgencia.

Había olvidado la adrenalina de correr ante una emergencia, la tensión de un bisturí en sus manos, el peso de una vida pendiendo de su destreza. Pero, sobre todo, había olvidado la satisfacción de salvar a alguien.

¿Cuánto tiempo había pasado sin pisar un quirófano?

¡Ah, sí! Desde que le había salvado la vida a Dominick Carbajal. ¿Dos años? Quizás más. No estaba seguro. Lo único claro era que, desde entonces, su pasión por la medicina había tambaleado.

Inspiró profundamente y bajó la mirada hacia la postal entre sus manos. Sus dedos la recorrieron con suavidad, como si al tacto pudiera sentir la esencia de ella. Mónic.

Su nombre era un eco en su mente, una melodía grabada en su pecho. ¿Cómo era posible amarla tanto a pesar de la distancia? Ni siquiera un año separado de ella había sido suficiente para marchitar el incendio que ella había encendido en su alma. Esa herida seguía abierta, latente, punzante.

Rio, más por resignación que por alegría. Ironías de la vida: era uno de los mejores cirujanos del país, pero ni siquiera podía sanar su propio corazón. Volvió a leer las palabras que ella le había dedicado, aferrándose a cada trazo, a cada curva de su letra. Se alegraba de saberla feliz, recorriendo el mundo con el amor de su vida.

Y dolía. Dolía con una intensidad sofocante.

¿Cómo no iba a doler? Saber que el amor de tu vida ha encontrado el camino de regreso hacia los brazos de otro. Y lo aceptaba, porque no había alternativa.

En el juego del amor, él había perdido desde el primer instante, desde el momento en que la conoció. Podía amarla con una facilidad absurda, pero ella jamás le correspondería.

Suspiró hondo y guardó la postal en el bolsillo interno de su bata. No podía seguir martirizándose. No podía cambiar el pasado, ni torcer un destino que nunca le favoreció.

Llevó el cigarrillo a sus labios y aspiró el humo con la misma desesperación con la que intentaba calmar su tormento. Sabía que debía dejar ese mal hábito, pero en momentos de ansiedad como ese, le resultaba imposible resistirse al veneno.

Quizás era su destino volverse adicto a lo que le destruía, ya fuera una mujer o la nicotina.

—Visantino.

La voz profunda lo sacó de su ensimismamiento. Se giró y encontró la mirada severa del doctor Vannucci. Era una eminencia en cirugía, un mentor que lo había elegido como su sucesor, confiándole un legado que pesaba sobre sus hombros como un juicio inminente.

—Dígame, doctor Vannucci.

El anciano lo observó en silencio, como si pudiera leer las cicatrices ocultas en su alma. Frunció el ceño, confundido por el escrutinio.

—¿De nuevo perdido en tus pensamientos? ¿Recibiste otra postal?

Thiago suspiró, pasándose una mano por su cabello negro con frustración.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque la única cosa que logra desestabilizarte es ella. Te necesito concentrado, Visantino. Eres un excelente médico, pero aferrarte a un amor imposible te está destruyendo.

Vannucci posó una mano firme en su hombro, transmitiendo una mezcla de comprensión y advertencia.

—Ojalá fuera tan fácil… —murmuró Thiago, fijando su mirada azul en el horizonte — ella fue mi ancla a tierra en un momento muy complicado de mi vida, cuando la encontré y la conocí, sentí que había conocido a un ángel, ¿Cómo se pueden acabar sentimientos tan intensos que nacieron de forma inesperada?, no puedo arrancarme el corazón y aun que mi mente no deja de gritar que ella no es para mí, esos sentimientos no se van… ya paso un año desde que ella eligió a alguien más y aun sabiéndola en brazos de otro hombre, simplemente no logro sacarla de mi mente y mucho menos de mi corazón.

—No la amas. Amas la idea de ella. Te aferraste a un anhelo cuando estabas vulnerable. Pero eso no significa que debas condenarte a vivir en su sombra, negándote a la oportunidad de amar a alguien más. ¿Quién te dice que allá afuera ni hay alguien esperando por ti?

Thiago dejó escapar una risa amarga.

—Lo dudo, doctor. El amor no es para mí.

—Quizás estás buscando en el lugar equivocado. La medicina es caótica e impredecible, como el amor verdadero.

Antes de que pudiera responder, un grito violento sacudió el hospital.

—¡TODO EL MUNDO AL SUELO!

El estruendo de botas pesadas y armas cargadas resonó en el aire. El pánico se desató. Gritos. Llanto. Cuerpos cayendo al suelo en busca de refugio.

—Bien, ahora quiero que me digan quién m****a es el jefe de cirugía de este hospital.

Thiago sintió el movimiento a su lado cuando Vannucci intentó levantarse, pero lo detuvo con una firme sujeción en su brazo. 

Negó con un leve movimiento de cabeza, era una locura entregarse a esos matones.

—¿Nadie hablará? ¡Bien!

El hombre espero respuesta mientras que sus compañeros apuntaban a los civiles, como clara medida para mantener el control de la situación.

Uno de los hombres sujetó a una enfermera por el cabello, obligándola a sollozar cuando el frío del arma tocó su mejilla.

—¿Quién es el jefe de cirugía? ¡Contesten!

Thiago levantó las manos y se puso de pie lentamente. Las armas se enfocaron en él.

—Soy su sucesor, actualmente me está preparando para ocupar su lugar; es un hombre viejo, con un pie en la tumba y esta pronto a retirarse. Es mi primer día estando a cargo — dijo la verdad, a medias.

El líder entrecerró los ojos, mirándolo con sospecha, le parecía demasiado joven para ostentar un cargo como ese, pero no tenía mejor opción que confiar en su declaración.

—Vaya, qué mala suerte, niño bonito. Porque será tu última noche.

Dos hombres lo sujetaron con fuerza. Un saco negro cubrió su cabeza. Y la oscuridad se lo tragó por completo.

— Bueno señores, aquí nadie vio nada, ni sabe nada, ¿ENTENDIDO?

Sin más se marcharon, llevándose arrastras al joven médico; rumbo a un destino incierto.

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