La mansión Arriaga seguía en silencio, como si los ecos de la confrontación entre los dos hermanos aún flotaran en el aire. La tensa atmósfera en la habitación donde Isabela había estado descansando seguía vibrando, incluso después de que Dario se marchara y Leonardo permaneciera allí, viendo cómo su hermano se alejaba. Isabela, visiblemente afectada por la discusión, se había retirado al fondo de la sala, sin saber qué decir o hacer. La situación entre los tres ya había cruzado una línea invisible, y no podía evitar sentirse atrapada entre dos hombres que, de alguna manera, la veían como una pieza en su juego. Mientras tanto, Leonardo, con la cabeza llena de pensamientos contradictorios, se dirigió al pasillo. Sus pasos pesaban más de lo normal, cargados por la furia que no terminaba de desahogar. Sabía que algo dentro de él había cambiado, pero no entendía qué ni por qué. La presencia de Dario había sido suficiente para despertar algo en su interior, una celosa posesividad que lo a
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