La tarde se cernía sobre la Mansión Arriaga, y Camila esperaba en el salón principal, sentada en el sofá de terciopelo beige, con una copa de vino en la mano. Estaba lista para su próxima jugada. Leonardo había llegado hace poco de la empresa, su semblante serio y ausente, como había sido costumbre en los últimos días. Sin embargo, esta vez, Camila estaba decidida a romper esa barrera y empujar las cosas en la dirección que ella deseaba. — ¿Puedo hablar contigo un momento? — dijo Camila con su tono más dulce, ese que siempre había funcionado con Leonardo. El hombre la miró desde el umbral, su mandíbula tensa mientras asentía con un leve movimiento. — Habla. Camila se levantó, dejando la copa sobre la mesa de cristal, y se acercó a él, con sus ojos brillando de falsa preocupación. — Leonardo, no quiero que te enojes conmigo por lo que voy a decir, pero siento que alguien tiene que hacerlo. Leonardo frunció el ceño, cruzando los brazos. — ¿Qué es lo que tienes que decirme, Camila
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