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Todos los capítulos de Odio y Deseo : Capítulo 11 - Capítulo 20
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El aire en la oficina se había vuelto más denso. No había forma de describirlo con precisión, pero lo sentía en la energía del lugar, en las miradas más cautelosas entre los empleados, en los susurros que se apagaban cuando alguien nuevo entraba a la sala. Y lo sentía, sobre todo, en Santiago.Desde la mañana, algo en él había cambiado. No era su habitual frialdad calculada ni su actitud reservada. No. Era otra cosa. Un control aún más rígido, una tensión latente en su cuerpo que solo los que lo conocíamos lo suficiente podíamos notar.Santiago Ferrer siempre había sido un hombre metódico, calculador, impenetrable. Pero hoy, la línea de su mandíbula estaba más rígida de lo normal, sus órdenes eran más cortantes, sus ojos parecían escanear a cada persona con una atención minuciosa. Y lo peor era que no decía nada.No explicaba por qué la atmósfera se sentía así, no daba indicios de lo que lo tenía en este estado.Solo observaba.Yo intenté ignorarlo al principio, concentrarme en mi tra
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El folder seguía ahí, como una sentencia de muerte esperando ser ejecutada.Mi nombre brillaba en la portada con una crudeza absurda, como si estuviera impreso con tinta indeleble, imposible de borrar.Santiago no me quitaba la vista de encima.No con la intensidad de otros momentos, no con esa mirada cargada de una tensión peligrosa como cuando estábamos demasiado cerca.Esta vez era diferente.Esta vez, me observaba con el análisis meticuloso de un hombre que está buscando grietas en la fachada de alguien.Como si esperara que me delatara con un gesto, con un parpadeo de más, con la vacilación en mi voz.Respiré hondo, tratando de mantener la compostura, pero el aire se sentía espeso en mi garganta.—No sé qué esperas que te explique —dije finalmente, con la voz lo más firme que pude.Santiago no reaccionó de inmediato.Solo deslizó el folder hacia mí con dos dedos, su movimiento medido y calculado.—Ábrelo.Me quedé inmóvil.—Santiago…—Ábrelo.El tono de su voz no cambió, pero la
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El aire en la oficina se había vuelto denso, cargado de tensión y desconfianza.Nadie hablaba más de lo necesario, las conversaciones se reducían a murmullos y los correos electrónicos eran revisados dos y tres veces antes de ser enviados, como si cada palabra pudiera incriminarnos.La auditoría interna había comenzado.Santiago lo había dejado claro en la última reunión. No confiaba en nadie. No le importaban las relaciones laborales, las amistades o los años de servicio. Hasta que encontrara al culpable, todos éramos sospechosos.Y yo era la principal.Desde el momento en que el archivo desapareció de mi bandeja de entrada, había sentido cómo la mirada de algunos compañeros cambiaba. Cómo el rumor de que "Sofía Del Valle tenía un pasado problemático" se filtraba en los pasillos, en las salas de reuniones, en los grupos de chat.Sabía que Santiago no había dicho nada directamente, pero tampoco había hecho nada para detener la sospecha sobre mí.Él quería respuestas.Y si no las tenía
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Había algo diferente en Santiago.No era un cambio drástico, no era algo que pudiera señalar con precisión, pero estaba ahí.En la manera en que sus órdenes ya no eran tan cortantes, en cómo sus miradas, aunque aún intensas, parecían menos filosas. En cómo ya no había esa frialdad impenetrable entre nosotros, sino una especie de tregua silenciosa que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.La tensión no había desaparecido, claro. Seguía latente, vibrando bajo la superficie como un cable eléctrico expuesto. Pero había cambiado de forma, transformándose en algo más complejo, algo que no sabía si debía preocuparme o intrigarme.Trabajar juntos en la investigación del espía dentro de la empresa no había sido fácil.No porque Santiago no tomara en cuenta mis hallazgos, sino porque su confianza en mí seguía siendo limitada, precaria, sostenida por un hilo tan delgado que sentía que en cualquier momento podría romperse.Pero eso no me detendría.Leer más
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La paciencia no era una de mis virtudes, y Santiago Ferrer estaba llevándome al límite.Desde la mañana, había mantenido esa frialdad impenetrable conmigo, esa distancia medida que dejaba claro que ahora volvía a verme como una amenaza. No importaba que apenas un día antes hubiéramos hecho una tregua incómoda, ni que él mismo hubiera aceptado que trabajáramos juntos para encontrar al verdadero culpable.No.Algo había cambiado.Y yo sabía exactamente qué era.Me vio.Me vio entrar en ese café, me vio con él.Y aunque Santiago no me lo había dicho directamente, no necesitaba hacerlo. Su actitud, su manera de ignorarme de forma tan deliberada, su expresión tensa y cerrada cada vez que nuestros caminos se cruzaban en la oficina, todo era una maldita confirmación de que en su cabeza ya había sacado sus propi
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El sonido del teléfono vibrando en mi escritorio hizo que mi cuerpo se tensara de inmediato.Era temprano aún, demasiado temprano para que algo importante llegara a mi bandeja de entrada, demasiado temprano para que alguien me buscara con urgencia.Pero algo en el zumbido insistente, en la extraña sensación que se enroscó en mi estómago en el momento en que vi la notificación en la pantalla, me dijo que no era un mensaje cualquiera.Deslicé el dedo con cautela, sintiendo cómo un escalofrío se deslizaba por mi espalda incluso antes de leerlo.Número desconocido."Tu padre no estará en prisión para siempre."El aire pareció abandonarme de golpe.Mi piel se erizó y el teléfono tembló ligeramente en mi mano, como si el frío que ahora recorría mis venas pudiera transmitirse a
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El mensaje seguía ardiendo en mi mente como una herida abierta."Tu padre no estará en prisión para siempre."Una simple oración, pero con el peso de toda mi historia detrás.Lo peor no era el contenido. Era el hecho de que alguien sabía.Alguien conocía mi pasado lo suficiente como para usarlo en mi contra. Y lo aun peor era que ni siquiera estaba segura de si ese alguien estaba dentro de la empresa o si todo esto era parte de algo mucho más grande.Me debatía entre decirle la verdad a Santiago o seguir ocultándosela. Parte de mí sabía que él tenía los recursos, la capacidad de llegar al fondo de esto más rápido de lo que yo podría hacerlo sola.Pero la otra parte.La otra parte sabía que confiar en él significaba darle un arma cargada. Porque Santiago Ferrer no era un hombre que olvidara. Y si algún día la situación se volteaba en mi contra, sabía que no dudaría en usar cualquier información a su favor.
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El reloj en la sala de juntas marcaba casi las once de la noche cuando la reunión finalmente terminó.El aire estaba cargado de agotamiento y tensión, los últimos rastros de adrenalina de la auditoría interna aún flotaban en el ambiente. Algunos de mis compañeros recogían sus cosas con movimientos pesados, listos para largarse de allí lo antes posible.Yo solo quería lo mismo. Salir. Respirar. Dejar atrás el día, la empresa, las miradas que todavía sentía sobre mí aunque ahora estuviera libre de sospechas.Cuando me levanté de mi asiento y me dirigí a la puerta, Santiago me alcanzó con su paso firme e implacable.—Te llevo a casa.Me detuve en seco.Lo miré, sin estar segura de haber escuchado bien.Él no repitió la oferta.Solo se quedó ahí, con su traje perfectamente ajustado, con esa expresión neutra que, después de todo este tiempo, sabía que escondía demasiado.Una parte de mí quería negarse de inmediato. Después de todo, ya no éramos aliados ni enemigos. Solo éramos dos personas
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Mis manos temblaban.No debía hacerlo. No debía sentirme así. No debía dejar que Santiago Ferrer tuviera este efecto en mí. Pero aquí estaba, sentada en una mesa discreta en la parte más apartada de un restaurante poco concurrido, con las uñas clavadas en las palmas y el estómago hecho un nudo.Lo había citado aquí porque no podía hacerlo en la oficina. No podía hablar de esto en un lugar donde cualquier persona pudiera escucharme. No podía correr el riesgo.Porque lo que estaba a punto de decirle a Santiago lo cambiaría todo.El sonido de la puerta abriéndose me hizo levantar la cabeza. Y ahí estaba él.Santiago Ferrer.Perfectamente compuesto. Alto, con su traje impecable, con esa mirada indescifrable que nunca delataba nada, que lo volvía tan inaccesible, tan imposible de leer.Mis pulmones olvidaron cómo funcionar cuando sus ojos se posaron en los míos.Sin saludar, sin una palabra innecesaria, caminó directamente hacia mí,
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20
La confesión seguía flotando en el aire entre nosotros, tan densa que apenas podía respirar.Santiago Ferrer no era un hombre fácil de leer. Siempre tenía el control absoluto de su expresión, de su tono, de cada palabra que pronunciaba. Pero esta vez, no estaba segura de qué pasaba por su mente.¿Me delataría? ¿Se alejaría? ¿Me despediría de inmediato y me sacaría de su vida como si nunca hubiera existido?Cada segundo que pasaba en silencio, con su mirada fija en la mía, sentía cómo el pánico se enroscaba en mi pecho, apretándome con fuerza.No debía haberle dicho nada. No debía haberle dado esta información. Me había arriesgado demasiado, y ahora no podía hacer otra cosa más que esperar su veredicto. Pero entonces, después de lo que pareció una eternidad, Santiago exhaló lentamente.No de rabia. No de sorpresa. Era algo más. Algo más peligroso.—No confío en ti —dijo, con su voz baja y afilada como una hoja de navaja—. Pero tampoco dejaré que te hundan.Mis ojos se abrieron ligerame
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