Cap. 32. Nada que negociar.
POV. Maite.El ascensor tardaba demasiado en bajar. O tal vez no, pero mi desesperación hacía que cada segundo se sintiera eterno. Con el corazón latiéndome en la garganta, decidí no esperar más y me eché a correr por las escaleras. Subí como una loca, escalón tras escalón, con el aire ardiendo en mis pulmones. Javier me seguía de cerca, igual de agitado, pero completamente confundido por mi actitud frenética.Cuando por fin llegué frente a la puerta del apartamento de Leonardo, no me detuve a respirar. Golpeé la madera con los puños una y otra vez, con tanta fuerza que me ardían las manos. —¡Abre, maldita sea! — rugí, casi sin voz.La puerta se abrió de golpe y mi madre apareció en el umbral. Ni siquiera la miré. Si no que pasé de largo, empujándola mientras irrumpía en el departamento.—¡Leonardo! —grité, cruzando la sala —. Si dejaste que esa maldita de Marina les hiciera algo a mis hijos, juro por Dios que te mataré.El pánico me cegaba, mi respiración era un caos, y mis manos
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