El aire estaba suave, con una brisa ligera que entraba por las ventanas abiertas. Amara estaba recostada en la cama de su habitación, sintiendo una mezcla de calma y nerviosismo. Había pasado ya una semana desde su regreso al apartamento. La tranquilidad del hogar de Dimitrios la rodeaba, y por fin podía pensar en lo que había vivido en los últimos días.Esa tarde, los padres de Dimitrios habían decidido hacerle una visita. Amara se había preparado lo mejor que podía, aunque su cuerpo no siempre respondía como quisiera. Pero al verlos llegar con una sonrisa en el rostro, se sintió feliz. La madre de Dimitrios, Helena, era una mujer de gran presencia, con una elegancia natural que parecía rozar lo inalcanzable. Su padre, Georgios, era más reservado, pero su mirada de aprecio hacia Amara era inconfundible.“Amara, querida, qué bonita estás,” dijo Helena, abrazándola con ternura. “Te veo mucho mejor desde la última vez.”Amara sonrió, agradecida. “Gracias, Helena, me siento bien,” respon
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