Dimitrios estaba al borde de la locura. Durante días no había comido ni bebido más que café, y su cuerpo ya empezaba a resentirlo, pero su mente no le daba tregua. Las imágenes de Amara y Lia, vulnerables y en manos de Leonidas, lo perseguían día y noche. En cada rincón de su casa, en cada objeto que tocaba, sentía la presencia de Amara como un fantasma que lo atormentaba. Cada segundo que pasaba sin encontrarla lo hacía sentir más impotente, más cerca de perder la razón.Esa tarde, mientras caminaba por el jardín de su madre, algo hizo clic en su mente. Un recuerdo enterrado, un comentario que alguna vez Leonidas había hecho sobre una finca abandonada que pertenecía a su padre. "Es un lugar perfecto para esconderse si algo sale mal," había dicho en una conversación casual hace años. Dimitrios sintió cómo su corazón se aceleraba. ¿Y si ese era el lugar donde las tenía?Sin perder tiempo, corrió a su habitación, tomó su teléfono y llamó a la policía, dando la ubicación exacta de la fin
Amara despertó en la habitación de la clínica, sus párpados pesados y su cuerpo adolorido. Todo a su alrededor parecía borroso, como si estuviera en un sueño, pero poco a poco la realidad comenzó a asentarse en su mente. Recordó el disparo, el rostro de Dimitrios lleno de furia y desesperación, y el grito desgarrador que había soltado antes de caer en la oscuridad.Al mirar a su alrededor, vio a Dimitrios sentado en una silla junto a su cama, con la cabeza inclinada hacia adelante y los codos apoyados en sus rodillas. Parecía exhausto, como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros, pero en cuanto escuchó que ella se movía, levantó la mirada. Sus ojos, rojos e hinchados, se iluminaron al verla consciente.—Amara... —susurró su nombre con una mezcla de alivio y emoción, como si no pudiera creer que estuviera despierta. Se levantó rápidamente y tomó su mano con cuidado, como si temiera lastimarla.Ella intentó hablar, pero su voz apenas era un murmullo.—¿Lia...?—Está bien. Está
El restaurante del hotel Reina del Caribe estaba en su hora pico, con mesas llenas de huéspedes disfrutando del almuerzo. Amara, con su uniforme impecable y su porte profesional, se movía de un lado a otro asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Aunque su semblante era sereno, el ajetreo del día la mantenía al límite. Su cabello estaba recogido en un moño alto, dejando al descubierto sus facciones marcadas y una piel que parecía brillar bajo las luces cálidas del lugar.En una de las mesas más apartadas, Dimitrios Konstantinos esperaba que le sirvieran. Era un hombre de presencia imponente: alto, con un traje perfectamente ajustado que acentuaba su figura atlética. Su rostro serio y sus ojos azules, fríos como el hielo, observaban el menú con un aire distraído. Había llegado al hotel por negocios y no tenía intención de interactuar más de lo necesario.Amara se acercó a la mesa de Dimitrios con una bandeja en mano, llevando una taza de café recién hecho. Su sonrisa profes
Amara tomó un sorbo de su cóctel, consciente de las miradas que recibía desde el otro extremo del bar. No era ingenua. Sabía reconocer cuando alguien estaba interesado en ella, pero había algo diferente en la mirada de aquel hombre. Era intensa, cargada de curiosidad, como si estuviera viendo algo que no esperaba encontrar.—¿Y ese quién es? —preguntó Rosa, sentándose junto a ella y siguiendo la dirección de su mirada.—Un huésped del hotel —respondió Amara, restándole importancia. Pero su tono traicionó el nerviosismo que sentía.—Bueno, parece que el huésped no puede apartarte los ojos —dijo Rosa, riendo suavemente—. ¿Qué vas a hacer?Amara sonrió con ironía. No iba a hacer nada. Había aprendido que los hombres como él no buscaban nada real con mujeres como ella. Para ellos, era una diversión pasajera, un capricho exótico. Pero al mismo tiempo, no podía negar que algo en su mirada la inquietaba.Al otro lado del bar, Dimitrios sostenía un vaso de whisky, aunque apenas lo había tocad
El sol aún no había salido cuando Amara llegó al hotel esa mañana. La rutina diaria siempre comenzaba antes de lo previsto, pero en las últimas semanas, su cuerpo se había acostumbrado a las largas jornadas. Sin embargo, algo había cambiado. Desde aquella noche en el bar, no podía dejar de pensar en Dimitrios. Había algo que lo hacía diferente a los demás huéspedes, algo que desbordaba la distancia profesional que ella siempre mantenía.Esa mañana, mientras se preparaba para comenzar su jornada, un mensaje en su teléfono la hizo detenerse. Era un mensaje de Dimitrios. No podía creerlo, y aunque dudó por un momento, decidió abrirlo.“Amara, te debo una disculpa. Anoche no fue mi intención hacerte sentir incómoda. Si quieres, podemos hablar. Estoy en la terraza.”Amara dejó el teléfono a un lado, su respiración se agitó por un instante. ¿Por qué le pedía disculpas? El beso no había sido la gran tragedia. Lo que realmente la inquietaba era el hecho de que no sabía cómo manejar lo que hab
El sol ya había ascendido lo suficiente para teñir el cielo de un azul suave, y el calor del día empezaba a sentirse en la terraza del hotel. Amara y Dimitrios se encontraban sentados frente a frente, compartiendo un momento que había sido cómodo hasta ahora, pero que pronto tomaría un rumbo inesperado.Dimitrios, que normalmente se mantenía reservado, parecía estar más relajado de lo habitual. Miraba a Amara con una intensidad que casi la hacía sentirse vulnerable. Por alguna razón, algo en su interior le decía que este era el momento adecuado para ser honesto, pero no sabía hasta qué punto su sinceridad sería bien recibida.Amara, por su parte, había empezado a sentirse más cómoda, pero al mismo tiempo, algo en su estómago le decía que no debía bajar la guardia. Sin embargo, no pudo evitar relajarse un poco, disfrutando del café y la conversación.—¿Sabes, Amara? —dijo finalmente Dimitrios, con un tono pensativo—. Nunca pensé que terminaría compartiendo una mesa con alguien como tú.
Era una noche cálida y estrellada en la costa, y la brisa del mar acariciaba suavemente la piel de aquellos que se encontraban en la terraza del hotel. El bar estaba lleno de huéspedes, pero Amara, por alguna razón, había decidido tomar un descanso en ese lugar. Tal vez era porque la vista del océano la tranquilizaba o tal vez porque necesitaba un respiro, alejarse del trabajo y de todo lo que había pasado en las últimas semanas.Esa noche, llevaba un conjunto blanco que resaltaba su figura: un top ajustado que marcaba cada curva de su torso y unos pantalones de lino que caían delicadamente sobre sus piernas. El blanco acentuaba su piel morena y le daba una luminosidad inusual, como si brillara con luz propia. Cuando entró al bar, muchos de los hombres presentes no pudieron evitar mirarla. Era una mujer que irradiaba confianza, fuerza y sensualidad.Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Dimitrios, su mundo se detuvo por un momento. Él estaba allí, en su habitual lugar, observ
Ya habían pasado dos semanas desde aquella noche en la playa, la noche en la que todo entre ellos cambió. Desde entonces, Amara y Dimitrios se habían visto varias veces, compartiendo momentos de risas y caricias, disfrutando de lo que había nacido entre ellos. Sin embargo, a pesar de la atracción imparable y la química que era innegable, había algo que Amara no podía dejar de sentir: el miedo.A lo largo de estas semanas, ambos se habían acercado más de lo que jamás había imaginado, y la pasión entre ellos se había intensificado. Pero Amara seguía guardando algo en su corazón, algo que no podía compartir con Dimitrios, al menos no aún. Su virginidad.El pensamiento de entregarse completamente a él la asustaba. No era solo el hecho de que nunca había estado con un hombre antes, sino también el miedo a cómo Dimitrios lo tomaría si alguna vez se enteraba. ¿Lo vería como algo “extraño” o como una señal de inmadurez? ¿Se alejaría de ella cuando supiera que, a pesar de la intensidad de su c