La tarde había sido especial para Amara. Mateo, el guardaespaldas de Dimitrios, la había llevado a la mansión de los Kanelos, donde pasó el tiempo rodeada de calidez familiar y risas. La pequeña Mave, siempre curiosa y llena de energía, no dejaba de sorprenderla con sus ocurrencias. Tenía apenas siete años, pero su mente era un torbellino de ideas, siempre haciendo preguntas y sugiriendo nuevas actividades. Aquella tarde, Mave había decidido que quería aprender español y, en su inocencia, pidió a Amara que le enseñara a bailar como ella."¡Yo quiero bailar como tú, Amara! ¡Enséñame! ¿Puedo moverme como tú?" Mave saltaba de un lado a otro, sus cabellos rubios brincando al ritmo de su entusiasmo.Amara, con una sonrisa en los labios, aceptó encantada. La niña tenía tanta energía que rápidamente la contagió. Juntas se movían por el salón al ritmo de la música, mientras la risa de Mave resonaba por toda la casa. "¡Vas a ser una gran bailarina!", le dijo Amara, aplaudiendo mientras Mave gi
El día siguiente a la conmovedora sorpresa en la mansión de los Kanelos, Amara y Dimitrios regresaron al apartamento para descansar. Aunque la velada había sido especial y llena de momentos emotivos, la fatiga de todo el día empezaba a sentirse.Antes de irse, la madre de Dimitrios, preocupada por el bienestar de su nuera, les sugirió que pasaran la noche en la mansión. "No es lo más adecuado conducir tan tarde con una embarazada", le dijo, mostrando su preocupación maternal.Dimitrios agradeció la atención, pero con su característico sentido práctico, respondió: "Te agradezco mucho, mamá, pero Amara y yo estamos bien. Vamos a casa a descansar. No te preocupes". Después de despedirse con un abrazo cariñoso, Dimitrios encendió el auto y condujeron de vuelta al apartamento. Aunque su madre insistió en que se quedaran, Dimitrios sentía que estar en su propio espacio les daría una mayor sensación de paz y tranquilidad.Una vez en casa, Amara, agotada, se quedó dormida rápidamente, acurruc
El sol apenas comenzaba a asomarse por las ventanas del apartamento cuando Amara despertó, sintiéndose más cansada que nunca. Habían pasado cinco meses desde que descubrieron que esperaban un bebé, y aunque estaba emocionada, los malestares del embarazo no desaparecían. Vomitaba casi todos los días y, aunque los antojos la hacían sentir un poco mejor en ciertos momentos, la mayor parte del tiempo solo quería dormir.Dimitrios, al notar que Amara no se sentía bien, estaba más preocupado que nunca. Esa mañana, mientras se preparaban para salir, él la miró fijamente y le preguntó, con tono serio: "Amara, ¿estás segura de que quieres ir a la empresa hoy? No me gusta verte tan mal, deberías descansar."Amara, un poco frustrada por no poder hacer lo que quería, respondió rápidamente: "Dimitrios, necesito hacerlo. No quiero quedarme en casa todo el tiempo. Tengo trabajo que hacer, y sé que este bebé está en camino, pero no puedo detener mi vida por eso."Él la miró con cariño, pero también c
Era un domingo por la tarde en la casa de los padres de Dimitrios. La casa estaba llena del bullicio familiar, risas y conversaciones entre los familiares que se reunían para compartir una comida. Pero, para Amara, todo ese ruido parecía un eco lejano. Se sentía agotada, como si la energía de la tarde la hubiera absorbido por completo. Había algo en el aire, una presión invisible que la envolvía. Su embarazo la estaba agotando más de lo que imaginaba.Dimitrios, siempre tan atento, la había acompañado hasta la habitación que le habían preparado. "Descansa un rato, mi amor. Te traeré algo de comer cuando te despiertes", había dicho con su voz suave y llena de cariño. Amara, sin fuerzas para discutir, había cerrado los ojos y se había dejado caer sobre la cama, buscando un poco de alivio en el silencio de la habitación.Pero el sueño no fue reparador. Aunque la cama era cómoda, y el cansancio le pesaba en el cuerpo, algo en su interior seguía agitado. Cada movimiento de su bebé en su vie
El bullicio de la casa, que hasta hacía un momento había sido la melodía familiar que acompañaba la tarde, comenzó a desvanecerse en el instante en que Dimitrios escuchó el grito. No fue un grito fuerte, pero sí lo suficientemente cercano como para helar su sangre al instante. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, y su corazón comenzó a latir más rápido, golpeando su pecho con fuerza.Dejó de hablar con su primo, sin siquiera dar una excusa. Todo su ser se tensó. Algo estaba mal. Amara.No lo pensó más. Se levantó de la mesa y comenzó a caminar hacia el pasillo, su cuerpo guiado por una mezcla de miedo y desesperación que lo hacía moverse más rápido. Cada paso hacia las escaleras se sentía más pesado, como si el aire a su alrededor se hubiera vuelto más denso, como si el universo entero estuviera a punto de romperse.Cuando llegó al pie de las escaleras, vio a Irina, parada en el pasillo, con una expresión que no alcanzó a entender completamente. Pero su atención se desvió rápidament
Irina, que había permanecido callada, dio un paso atrás y, con una calma extraña, sacó su teléfono. “Voy a llamar a una ambulancia”, dijo, como si todo fuera un accidente sin mayor trascendencia.Dimitrios no le prestó atención. Estaba demasiado preocupado por Amara. “Por favor, reacciona”, susurró mientras la tomaba entre sus brazos, pero Amara estaba inmóvil, sus ojos cerrados. El miedo a perderla lo consume, y algo dentro de él comenzaba a romperse.La ambulancia llegó rápidamente, y Dimitrios no dejó de aferrarse a Amara mientras la trasladaban. Estaba completamente fuera de sí, pero tenía que mantenerse fuerte. Sabía que el bebé estaba en riesgo y que su esposa estaba gravemente herida. Todo lo demás parecía desvanecerse a su alrededor.La sala de espera del hospital era fría, casi asfixiante. Cada segundo que pasaba se sentía interminable. Dimitrios no podía dejar de caminar de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto, incapaz de calmar sus pensamientos. Cada vez que su mente
La habitación estaba en silencio, salvo por el suave zumbido de los monitores que marcaban el ritmo de la vida que, por fin, parecía estabilizarse. Dimitrios no se había movido de su lugar desde que el doctor le dio la noticia. Amara seguía en coma, sumida en un sueño profundo que parecía no tener fin. Sus ojos permanecían cerrados, pero él no podía dejar de aferrarse a la esperanza de que, en algún momento, sus ojos se abrirían, como siempre lo habían hecho, para mirarlo a él con esa luz que tanto adoraba.En esas semanas interminables, Dimitrios había estado a su lado, día tras día, sin poder apartarse ni un segundo. Había hablado con ella, le había acariciado la mano, le había susurrado palabras de aliento. Incluso cuando las fuerzas lo abandonaban, y las noches se volvían cada vez más largas, nunca dejó de esperar.Hoy, sin embargo, algo era diferente. La luz que entraba por la ventana iluminaba suavemente su rostro. Amara se movió levemente en la cama, como si sus músculos comenza
Amara se removió ligeramente en la cama de la clínica, su cuerpo aún resentido por la caída. El dolor era soportable, pero la sensación de estar atrapada en esa habitación sin más compañía que sus propios pensamientos comenzaba a desesperarla. Dimitrios había estado con ella hasta hace poco, asegurándose de que estuviera bien antes de marcharse. Había prometido volver, pero ahora estaba sola.Un leve sonido en la puerta la hizo levantar la mirada. Pensó que era una enfermera, pero en cuanto la figura de Irina cruzó el umbral, supo que la calma había terminado. La mujer entró con una expresión calculada, sus tacones resonando con cada paso hasta detenerse junto a la cama.—Vaya, qué sorpresa verte así, tan indefensa —dijo Irina con una sonrisa ladeada, observándola con una mezcla de diversión y desdén.Amara sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no permitió que Irina lo notara. Se incorporó con esfuerzo, sin apartar la mirada de la mujer que claramente había venido con intenc