La habitación estaba en silencio, salvo por el suave zumbido de los monitores que marcaban el ritmo de la vida que, por fin, parecía estabilizarse. Dimitrios no se había movido de su lugar desde que el doctor le dio la noticia. Amara seguía en coma, sumida en un sueño profundo que parecía no tener fin. Sus ojos permanecían cerrados, pero él no podía dejar de aferrarse a la esperanza de que, en algún momento, sus ojos se abrirían, como siempre lo habían hecho, para mirarlo a él con esa luz que tanto adoraba.En esas semanas interminables, Dimitrios había estado a su lado, día tras día, sin poder apartarse ni un segundo. Había hablado con ella, le había acariciado la mano, le había susurrado palabras de aliento. Incluso cuando las fuerzas lo abandonaban, y las noches se volvían cada vez más largas, nunca dejó de esperar.Hoy, sin embargo, algo era diferente. La luz que entraba por la ventana iluminaba suavemente su rostro. Amara se movió levemente en la cama, como si sus músculos comenza
Amara se removió ligeramente en la cama de la clínica, su cuerpo aún resentido por la caída. El dolor era soportable, pero la sensación de estar atrapada en esa habitación sin más compañía que sus propios pensamientos comenzaba a desesperarla. Dimitrios había estado con ella hasta hace poco, asegurándose de que estuviera bien antes de marcharse. Había prometido volver, pero ahora estaba sola.Un leve sonido en la puerta la hizo levantar la mirada. Pensó que era una enfermera, pero en cuanto la figura de Irina cruzó el umbral, supo que la calma había terminado. La mujer entró con una expresión calculada, sus tacones resonando con cada paso hasta detenerse junto a la cama.—Vaya, qué sorpresa verte así, tan indefensa —dijo Irina con una sonrisa ladeada, observándola con una mezcla de diversión y desdén.Amara sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no permitió que Irina lo notara. Se incorporó con esfuerzo, sin apartar la mirada de la mujer que claramente había venido con intenc
Amara recibió el alta de la clínica al mediodía, aún sentía una ligera molestia en el cuerpo, pero nada que no pudiera soportar. Dimitrios estuvo a su lado en todo momento, asegurándose de que la atendieran de la mejor manera posible.Mientras iban camino al hotel, Amara decidió contarle lo que había sucedido la noche anterior.—Irina vino a verme —dijo con voz seria, observando el rostro de Dimitrios con cautela.—¿Irina? ¿Qué quería esa mujer? —preguntó él, frunciendo el ceño de inmediato.—Amenazarme. Me dijo que me alejara de ti, que yo no era más que un entretenimiento pasajero y que si no lo entendía, me haría la vida imposible.Dimitrios apretó la mandíbula y los nudillos de sus manos se volvieron blancos sobre el volante. Todo cobró sentido en su mente. Las amenazas, la forma en que Amara cayó por las escaleras... No fue un accidente. Irina la empujó.—Esa maldita... —murmuró con rabia, tomando una bocanada de aire para controlar su enojo. —Voy a denunciarla. Esto no puede que
Lia revisó por enésima vez cada rincón del restaurante, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Hoy era una noche especial y quería que todo saliera impecable. Cuando vio a Amara entrar por la cocina, no pudo evitar sonreír.—¿Cómo va todo? —preguntó Amara, cruzándose de brazos mientras la observaba con curiosidad.—Bien, aunque nerviosa —admitió Lia, soltando un suspiro—. No todos los días cierro el restaurante solo para una cena especial.Amara sonrió con complicidad.—Te lo mereces. Hiciste un menú espectacular. ¡Andrea se va a derretir cuando pruebe esas costillas de cerdo asadas y el puré de papa! Sin contar las demás especialidades que preparaste.Lia se sonrojó levemente y asintió. Había puesto todo su esfuerzo en aquella cena, no solo por impresionar a Andrea, sino porque realmente quería compartir algo significativo con él.Cuando Andrea llegó, el restaurante estaba iluminado solo por la tenue luz de las velas. Lia lo recibió con una sonrisa y lo guió hasta su mesa, donde
Horas después, Amara se encontraba en la oficina de Dimitrios, recostada en el amplio sofá de cuero. Él había cancelado todas sus reuniones del día, dedicándose únicamente a mimarla, acariciando su vientre y enredando sus dedos en el cabello de ella, que caía suelto sobre el mueble. La paz de ese momento era tan reconfortante que Amara casi se quedó dormida bajo sus caricias.—Me gusta verte así —susurró Dimitrios, apoyando su barbilla en su vientre.—Así, ¿cómo? —preguntó ella, jugueteando con los mechones de su propio cabello.—Relajada. Serena. Hermosa —respondió él con una sonrisa.Amara sonrió, pero pronto frunció el ceño y se incorporó un poco.—Dimitrios, tengo hambre —dijo con un puchero.Él soltó una risa grave, divirtiéndose con la súplica en su voz.—Vamos a cenar entonces, no quiero que mi mujer pase hambre.Ella se levantó con un poco de esfuerzo y lo miró con un destello travieso en los ojos.—Y quiero que cenemos rápido —añadió con un tono sugerente—. Porque con este em
Dimitrios había pasado la mañana en la oficina, revisando contratos y atendiendo reuniones, pero su mente estaba en otro lugar. Amara estaba en la recta final del embarazo, y aunque no lo decía en voz alta, él estaba ansioso. A las dos de la tarde, decidió que era suficiente. Su hijo estaba por llegar en cualquier momento y su lugar era junto a Amara.Cuando llegó a casa, esperaba encontrarla descansando o viendo televisión, pero en cuanto abrió la puerta, la música lo recibió con un ritmo envolvente. Frunció el ceño y avanzó con cautela, hasta que la vio en medio de la sala, con una mano sobre su vientre redondeado y la otra en alto, moviéndose al compás de una bachata.Dimitrios sonrió de inmediato. No podía creer que Amara estuviera bailando con semejante barriga y con tanta alegría. Se acercó sigilosamente y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, la abrazó por la espalda, apoyando su mentón en su hombro mientras besaba suavemente su cuello.—¿Bailando bachata en esta condición? —
Amara abrió los ojos lentamente, sintiendo el dolor punzante aún presente en su cuerpo. Había sido una larga y agotadora jornada, pero lo había logrado: su hijo estaba en el mundo. La enfermera la había trasladado a una habitación más cómoda, donde por fin podría recibir visitas y descansar.Con un suspiro pesado, alargó la mano y tomó su teléfono. No podía esperar más para llamar a su madre. Al marcar, el tono apenas sonó dos veces antes de que la voz emocionada de su madre la recibiera.—¡Amara! Dime que ya tengo un nieto en brazos.Amara sonrió, agotada pero radiante.—Sí, mami, ya nació. Es perfecto… aunque se parece demasiado a su padre —bromeó.—¡Gracias a Dios! ¡Ay, hija, qué emoción! En unos días estaremos con ustedes, no te preocupes. Tu papá y Jairo también están ansiosos por conocerlo.Las palabras de su madre le reconfortaron el alma. La idea de tener a su familia cerca en ese momento tan especial la llenaba de alegría. Después de intercambiar algunas palabras más, colgó y
El sol griego se colaba por las persianas de la habitación donde Amara reposaba con Dante en brazos. Dimitrios, de pie junto a la cama, no podía dejar de mirar a su hijo, una mezcla perfecta de ambos. El ambiente era sereno hasta que el sonido estruendoso del timbre rompió la calma.—¡Llegamos! —gritó la voz potente de don Ramón desde la entrada.—¡Ay, Dios mío, pero qué muchacho más lindo! —exclamó doña Carmen, entrando al apartamento con una maleta en una mano y un bolso gigantesco colgando del otro brazo.Amara se rió, intentando no moverse mucho para no despertar a Dante.—Mami, papi, bajen la voz que el niño está durmiendo —susurró.Pero doña Carmen ya estaba junto a la cama, desbordante de emoción.—¡Ay, pero míralo! Ese niño parece un angelito. ¡Y con esos ojitos cerraditos! Ay, mi amor, tú sí hiciste buen trabajo —dijo, pellizcando la mejilla de Amara.Dimitrios, observando la escena, intentó esbozar una sonrisa cuando don Ramón se le acercó con determinación.—¡Dimitrios, much