El ruido del avión se convirtió en un suave murmullo mientras Piero descansaba en su asiento, su mirada fija en el vaso de whisky que descansaba en su mano. Estaba en vuelo a Italia, pero su mente no estaba allí, sino en Amara, la mujer que se había convertido en una obsesión. Sabía que la tranquilidad que Dimitrios y Amara parecían disfrutar era solo temporal. Piero había planeado cada movimiento, como siempre lo hacía. Y ahora, mientras viajaba, era el momento perfecto para recibir la información que le confirmaba que sus pasos estaban en el camino correcto.El teléfono vibró en su bolsillo. No era una llamada cualquiera. Era la información de sus hombres, los que siempre le mantenían al tanto de todo. Su cara se iluminó con una sonrisa de satisfacción al ver el nombre en la pantalla. Era el momento de obtener lo que necesitaba saber.Contestó la llamada con un tono tranquilo, pero con una chispa de malicia. "¿Qué tienes para mí?", preguntó, su voz grave y controlada.La respuesta v
Amara caminaba por el pasillo de la oficina con el ceño fruncido, buscando el informe que Dimitrios le había solicitado, cuando escuchó una conversación que le heló la sangre. La puerta entreabierta de la oficina de Dimitrios dejaba escapar las voces. Andrea estaba allí, como siempre, su tono suave pero inquisitivo."¿Ese amor que sentías por Irina ya se desvaneció?" preguntó Andrea, con un toque de curiosidad que a Amara le pareció cargado de intención.Amara detuvo sus pasos. Su corazón empezó a latir con fuerza. Quiso seguir caminando, ignorarlo, pero algo en su interior la detuvo. Se quedó allí, esperando la respuesta de Dimitrios, queriendo escuchar algo que la calmara.El silencio duró unos segundos, pero a Amara le parecieron eternos. Finalmente, Dimitrios habló, su voz baja pero clara. "Aún la quiero."El mundo de Amara se sacudió en ese instante. Su pecho se apretó como si una mano invisible la estuviera estrangulando. ¿Aún la quería? ¿Entonces qué había significado todo lo q
Dimitrios estaba en su oficina, revisando un informe, cuando su teléfono comenzó a sonar. Era una llamada de un número desconocido. Frunció el ceño, pero respondió, esperando que no fuera algo trivial."¿Dimitrios Katsaros?" preguntó una voz grave y burlona al otro lado de la línea. Dimitrios se quedó inmóvil. Había algo familiar en ese tono, algo que le provocó un escalofrío."¿Quién habla?" preguntó con frialdad."Ah, no me digas que ya me olvidaste," dijo Leonidas, dejando escapar una risa seca. "Creo que tengo algo que te pertenece."El corazón de Dimitrios se detuvo por un segundo. "¿Qué has hecho?" preguntó, su voz ahora cargada de furia."Digamos que tengo a tu preciosa Amara y a su amiguita Lia conmigo. Pero tranquilo, no las he tocado… todavía. Depende de ti cuánto tiempo sigan a salvo." La risa de Leonidas resonó al otro lado de la línea como un golpe en el pecho de Dimitrios.Dimitrios se levantó de su asiento de un salto, tirando la silla al suelo. "Si les haces daño, te j
El dolor punzante en la cabeza de Amara fue lo primero que sintió al abrir los ojos. Su respiración era pesada, y la habitación estaba mal iluminada, con un olor a humedad y óxido que le revolvía el estómago. Cuando intentó moverse, se dio cuenta de que sus muñecas estaban atadas a los brazos de una silla vieja y chirriante. Miró a su alrededor, desesperada, hasta que vio una figura en el suelo. Su corazón dio un vuelco."Lia..." murmuró con un hilo de voz. Su amiga yacía a pocos metros de distancia, aparentemente inconsciente, con un feo moretón en la frente. Amara forcejeó contra las cuerdas, pero estas no cedieron, raspándole la piel. El miedo la invadió, pero también una oleada de rabia.De pronto, el eco de unos pasos resonó en la habitación, y una silueta emergió de las sombras. Era Leonidas. Su figura imponente y su sonrisa desquiciada la hicieron estremecer. Sostenía un vaso de whisky en una mano, moviéndolo de un lado a otro con tranquilidad, como si la situación fuera comple
El caos estalló como una bomba en la vida de Dimitrios. Desde el momento en que supo que Amara y Lia habían sido secuestradas, su mente no había tenido descanso. La noticia del secuestro se expandió rápidamente entre los círculos cercanos, y aunque intentó mantener la situación bajo control, el pánico comenzó a filtrarse más allá de lo que podía contener.La familia de Dimitrios estaba completamente involucrada en el asunto. Su madre, Helena, estaba al borde del llanto cada vez que intentaba hablar del tema, y su padre, Christos, trataba de mantenerse firme, pero no podía ocultar la preocupación en sus ojos. "Dimitrios, no descansaremos hasta traerlas de vuelta. Tienes nuestro apoyo en todo," le aseguró, colocando una mano firme en su hombro.Por otro lado, la familia de Amara no estaba al tanto de la situación. Dimitrios había tomado la difícil decisión de no contarles la verdad hasta no tener alguna pista sólida sobre su paradero. No quería preocuparlos sin motivo ni dejarlos en el
Una semana. Siete días de incertidumbre y temor habían transcurrido desde que Amara y Lia habían sido arrancadas de sus vidas normales. En ese lapso, la realidad se había convertido en una pesadilla constante para ambas. Encerradas en un lugar oscuro y desconocido, rodeadas por el hedor a humedad y el constante eco de pasos ajenos, cada segundo parecía alargarse hasta el infinito.Amara se encontraba sentada en el suelo, abrazando sus rodillas, tratando de calmar los pensamientos que la asfixiaban. Había aprendido a mantener su mente enfocada en algo positivo, algo que pudiera sostenerla en medio de la desesperación. Ese algo era Dimitrios. "Él vendrá por nosotras," se repetía una y otra vez. "No se rendirá. Hará todo lo posible para encontrarnos." Pero, a pesar de su fe en él, el miedo seguía anidado en lo más profundo de su pecho.A su lado, Lia intentaba mantener la calma, aunque su respiración acelerada y sus manos temblorosas la traicionaban. Ambas habían enfrentado momentos terr
Dimitrios estaba al borde de la locura. Durante días no había comido ni bebido más que café, y su cuerpo ya empezaba a resentirlo, pero su mente no le daba tregua. Las imágenes de Amara y Lia, vulnerables y en manos de Leonidas, lo perseguían día y noche. En cada rincón de su casa, en cada objeto que tocaba, sentía la presencia de Amara como un fantasma que lo atormentaba. Cada segundo que pasaba sin encontrarla lo hacía sentir más impotente, más cerca de perder la razón.Esa tarde, mientras caminaba por el jardín de su madre, algo hizo clic en su mente. Un recuerdo enterrado, un comentario que alguna vez Leonidas había hecho sobre una finca abandonada que pertenecía a su padre. "Es un lugar perfecto para esconderse si algo sale mal," había dicho en una conversación casual hace años. Dimitrios sintió cómo su corazón se aceleraba. ¿Y si ese era el lugar donde las tenía?Sin perder tiempo, corrió a su habitación, tomó su teléfono y llamó a la policía, dando la ubicación exacta de la fin
Amara despertó en la habitación de la clínica, sus párpados pesados y su cuerpo adolorido. Todo a su alrededor parecía borroso, como si estuviera en un sueño, pero poco a poco la realidad comenzó a asentarse en su mente. Recordó el disparo, el rostro de Dimitrios lleno de furia y desesperación, y el grito desgarrador que había soltado antes de caer en la oscuridad.Al mirar a su alrededor, vio a Dimitrios sentado en una silla junto a su cama, con la cabeza inclinada hacia adelante y los codos apoyados en sus rodillas. Parecía exhausto, como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros, pero en cuanto escuchó que ella se movía, levantó la mirada. Sus ojos, rojos e hinchados, se iluminaron al verla consciente.—Amara... —susurró su nombre con una mezcla de alivio y emoción, como si no pudiera creer que estuviera despierta. Se levantó rápidamente y tomó su mano con cuidado, como si temiera lastimarla.Ella intentó hablar, pero su voz apenas era un murmullo.—¿Lia...?—Está bien. Está