El dolor punzante en la cabeza de Amara fue lo primero que sintió al abrir los ojos. Su respiración era pesada, y la habitación estaba mal iluminada, con un olor a humedad y óxido que le revolvía el estómago. Cuando intentó moverse, se dio cuenta de que sus muñecas estaban atadas a los brazos de una silla vieja y chirriante. Miró a su alrededor, desesperada, hasta que vio una figura en el suelo. Su corazón dio un vuelco."Lia..." murmuró con un hilo de voz. Su amiga yacía a pocos metros de distancia, aparentemente inconsciente, con un feo moretón en la frente. Amara forcejeó contra las cuerdas, pero estas no cedieron, raspándole la piel. El miedo la invadió, pero también una oleada de rabia.De pronto, el eco de unos pasos resonó en la habitación, y una silueta emergió de las sombras. Era Leonidas. Su figura imponente y su sonrisa desquiciada la hicieron estremecer. Sostenía un vaso de whisky en una mano, moviéndolo de un lado a otro con tranquilidad, como si la situación fuera comple
El caos estalló como una bomba en la vida de Dimitrios. Desde el momento en que supo que Amara y Lia habían sido secuestradas, su mente no había tenido descanso. La noticia del secuestro se expandió rápidamente entre los círculos cercanos, y aunque intentó mantener la situación bajo control, el pánico comenzó a filtrarse más allá de lo que podía contener.La familia de Dimitrios estaba completamente involucrada en el asunto. Su madre, Helena, estaba al borde del llanto cada vez que intentaba hablar del tema, y su padre, Christos, trataba de mantenerse firme, pero no podía ocultar la preocupación en sus ojos. "Dimitrios, no descansaremos hasta traerlas de vuelta. Tienes nuestro apoyo en todo," le aseguró, colocando una mano firme en su hombro.Por otro lado, la familia de Amara no estaba al tanto de la situación. Dimitrios había tomado la difícil decisión de no contarles la verdad hasta no tener alguna pista sólida sobre su paradero. No quería preocuparlos sin motivo ni dejarlos en el
Una semana. Siete días de incertidumbre y temor habían transcurrido desde que Amara y Lia habían sido arrancadas de sus vidas normales. En ese lapso, la realidad se había convertido en una pesadilla constante para ambas. Encerradas en un lugar oscuro y desconocido, rodeadas por el hedor a humedad y el constante eco de pasos ajenos, cada segundo parecía alargarse hasta el infinito.Amara se encontraba sentada en el suelo, abrazando sus rodillas, tratando de calmar los pensamientos que la asfixiaban. Había aprendido a mantener su mente enfocada en algo positivo, algo que pudiera sostenerla en medio de la desesperación. Ese algo era Dimitrios. "Él vendrá por nosotras," se repetía una y otra vez. "No se rendirá. Hará todo lo posible para encontrarnos." Pero, a pesar de su fe en él, el miedo seguía anidado en lo más profundo de su pecho.A su lado, Lia intentaba mantener la calma, aunque su respiración acelerada y sus manos temblorosas la traicionaban. Ambas habían enfrentado momentos terr
Dimitrios estaba al borde de la locura. Durante días no había comido ni bebido más que café, y su cuerpo ya empezaba a resentirlo, pero su mente no le daba tregua. Las imágenes de Amara y Lia, vulnerables y en manos de Leonidas, lo perseguían día y noche. En cada rincón de su casa, en cada objeto que tocaba, sentía la presencia de Amara como un fantasma que lo atormentaba. Cada segundo que pasaba sin encontrarla lo hacía sentir más impotente, más cerca de perder la razón.Esa tarde, mientras caminaba por el jardín de su madre, algo hizo clic en su mente. Un recuerdo enterrado, un comentario que alguna vez Leonidas había hecho sobre una finca abandonada que pertenecía a su padre. "Es un lugar perfecto para esconderse si algo sale mal," había dicho en una conversación casual hace años. Dimitrios sintió cómo su corazón se aceleraba. ¿Y si ese era el lugar donde las tenía?Sin perder tiempo, corrió a su habitación, tomó su teléfono y llamó a la policía, dando la ubicación exacta de la fin
Amara despertó en la habitación de la clínica, sus párpados pesados y su cuerpo adolorido. Todo a su alrededor parecía borroso, como si estuviera en un sueño, pero poco a poco la realidad comenzó a asentarse en su mente. Recordó el disparo, el rostro de Dimitrios lleno de furia y desesperación, y el grito desgarrador que había soltado antes de caer en la oscuridad.Al mirar a su alrededor, vio a Dimitrios sentado en una silla junto a su cama, con la cabeza inclinada hacia adelante y los codos apoyados en sus rodillas. Parecía exhausto, como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros, pero en cuanto escuchó que ella se movía, levantó la mirada. Sus ojos, rojos e hinchados, se iluminaron al verla consciente.—Amara... —susurró su nombre con una mezcla de alivio y emoción, como si no pudiera creer que estuviera despierta. Se levantó rápidamente y tomó su mano con cuidado, como si temiera lastimarla.Ella intentó hablar, pero su voz apenas era un murmullo.—¿Lia...?—Está bien. Está
El restaurante del hotel Reina del Caribe estaba en su hora pico, con mesas llenas de huéspedes disfrutando del almuerzo. Amara, con su uniforme impecable y su porte profesional, se movía de un lado a otro asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Aunque su semblante era sereno, el ajetreo del día la mantenía al límite. Su cabello estaba recogido en un moño alto, dejando al descubierto sus facciones marcadas y una piel que parecía brillar bajo las luces cálidas del lugar.En una de las mesas más apartadas, Dimitrios Konstantinos esperaba que le sirvieran. Era un hombre de presencia imponente: alto, con un traje perfectamente ajustado que acentuaba su figura atlética. Su rostro serio y sus ojos azules, fríos como el hielo, observaban el menú con un aire distraído. Había llegado al hotel por negocios y no tenía intención de interactuar más de lo necesario.Amara se acercó a la mesa de Dimitrios con una bandeja en mano, llevando una taza de café recién hecho. Su sonrisa profes
Amara tomó un sorbo de su cóctel, consciente de las miradas que recibía desde el otro extremo del bar. No era ingenua. Sabía reconocer cuando alguien estaba interesado en ella, pero había algo diferente en la mirada de aquel hombre. Era intensa, cargada de curiosidad, como si estuviera viendo algo que no esperaba encontrar.—¿Y ese quién es? —preguntó Rosa, sentándose junto a ella y siguiendo la dirección de su mirada.—Un huésped del hotel —respondió Amara, restándole importancia. Pero su tono traicionó el nerviosismo que sentía.—Bueno, parece que el huésped no puede apartarte los ojos —dijo Rosa, riendo suavemente—. ¿Qué vas a hacer?Amara sonrió con ironía. No iba a hacer nada. Había aprendido que los hombres como él no buscaban nada real con mujeres como ella. Para ellos, era una diversión pasajera, un capricho exótico. Pero al mismo tiempo, no podía negar que algo en su mirada la inquietaba.Al otro lado del bar, Dimitrios sostenía un vaso de whisky, aunque apenas lo había tocad
El sol aún no había salido cuando Amara llegó al hotel esa mañana. La rutina diaria siempre comenzaba antes de lo previsto, pero en las últimas semanas, su cuerpo se había acostumbrado a las largas jornadas. Sin embargo, algo había cambiado. Desde aquella noche en el bar, no podía dejar de pensar en Dimitrios. Había algo que lo hacía diferente a los demás huéspedes, algo que desbordaba la distancia profesional que ella siempre mantenía.Esa mañana, mientras se preparaba para comenzar su jornada, un mensaje en su teléfono la hizo detenerse. Era un mensaje de Dimitrios. No podía creerlo, y aunque dudó por un momento, decidió abrirlo.“Amara, te debo una disculpa. Anoche no fue mi intención hacerte sentir incómoda. Si quieres, podemos hablar. Estoy en la terraza.”Amara dejó el teléfono a un lado, su respiración se agitó por un instante. ¿Por qué le pedía disculpas? El beso no había sido la gran tragedia. Lo que realmente la inquietaba era el hecho de que no sabía cómo manejar lo que hab