Maximiliano no sabía qué esperar. Desde que avisó a Leonardo Valdés sobre la desaparición de Ariadna con Víctor, el hombre simplemente le dijo que se encargaría de todo. Nada más. Y desde entonces, solo hubo silencio. Maximiliano esperó. Esperó esa llamada en la que Leonardo le informara sobre el paradero de Ariadna, sobre qué medidas tomarían, sobre cómo se solucionarían las cosas. Pero los días pasaron. Y esa llamada nunca llegó. Lo que él pensó que sería cuestión de horas, se convirtió en un par de semanas. Semanas enteras de incertidumbre. Semanas en las que no supo absolutamente nada sobre Ariadna, sobre los trillizos, sobre el plan de Leonardo. Y con cada día que pasaba, la sensación de culpa se hacía más grande. No podía evitar pensar que él tuvo algo que ver en su partida. Que de alguna forma, su actitud, su arrogancia, su manera de manejar las cosas, solo contribuyeron a que Ariadna se sintiera sin salida y escapara con Víctor. Pero entonces, una tarde, el teléfono son
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