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Todos los capítulos de Los trillizos del millonario : Capítulo 41 - Capítulo 50
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Trillizos
El hospital tenía ese característico olor a desinfectante mezclado con el leve aroma de café de máquina expendedora. Ariadna caminaba al lado de Maximiliano con los brazos cruzados sobre su vientre, como si de algún modo pudiera proteger lo que aún no terminaba de asimilar que tenía dentro. Desde que habían llegado, él no se había separado de ella, manteniéndose a su lado, como si temiera que en cualquier momento fuera a salir corriendo.Lo cierto era que Ariadna también lo pensaba. No estaba lista para esto. No estaba lista para verlo a él en esta situación, esperando en un hospital, en silencio, con el ceño fruncido y una expresión de absoluto control. No entendía cómo podía actuar con tanta calma, cuando ella sentía que le faltaba el aire solo de pensar en todo el proceso.La enfermera los llamó y ambos se pusieron de pie al mismo tiempo. Maximiliano se adelantó un paso, como si de algún modo estuviera acostumbrado a esta rutina, pero la verdad era que él tampoco sabía qué hacer en
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Noticia de tu ex
Leonardo Valdés se encontraba sentado en su despacho, con una copa de whisky en la mano mientras revisaba algunos documentos.Se llevó la copa a los labios y tomó un sorbo antes de marcar el número de su otra hija. La llamada no tardó en ser respondida.—Papá, ¿qué pasa? —preguntó Aisha con su característico tono de fastidio. No era común que su padre la llamara sin previo aviso.—Aisha, necesito hablar contigo sobre Ariadna —dijo Leonardo, con tono pausado, pero firme.Hubo un breve silencio del otro lado de la línea.—¿Qué hizo ahora? —preguntó su hija, con evidente desdén.Leonardo exhaló con paciencia.—Está embarazada.El silencio que siguió fue absoluto. Durante unos segundos, Aisha no emitió ni un solo sonido.—¿Perdón? —soltó finalmente, con incredulidad—. ¿Ariadna… embarazada?—Así es —confirmó Leonardo—. Y no solo eso, es probable que se case con Maximiliano Valenti.Aisha se echó a reír con burla.—¡No me jodas, papá! ¿Ariadna? ¿Casándose? Si ni siquiera puede sostener su p
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Te amo
Maximiliano miró el teléfono en su mano, como si de repente el peso del mundo estuviera sobre él. Apenas era mediodía y su cabeza ya parecía estar a punto de explotar.Amelie. En medio de todo el caos, de la confirmación del embarazo, del shock absoluto al enterarse de que eran trillizos, Amelie había quedado en segundo plano. Y eso era un problema. Había estado tan enfocado en Ariadna y en la conversación que debía tener con Leonardo que había olvidado por completo la tormenta emocional en la que Amelie estaba sumida. Y eso solo significaba que cuando la viera, la encontraría aún más herida y dispuesta a pelear. Suspiró profundamente y deslizó el dedo por la pantalla hasta su número. Sonó tres veces antes de que ella contestara. —¿Max? —La voz de Amelie sonó expectante, como si aún estuviera esperando que él le pidiera que regresara a casa. —Necesito verte —dijo sin más rodeos. Hubo un silencio breve antes de que ella respondiera. —¿Quieres que vaya a casa? Maximiliano se pas
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No te cases con él, Ariadna
Ariadna apenas sentía sus piernas mientras subía las escaleras del edificio donde vivía su madre. Su bolso le pesaba más de lo normal y su respiración estaba entrecortada. El trayecto hasta allí se le había hecho eterno, su mente en una espiral de pensamientos sin sentido. Trillizos. Había pasado el camino entero murmurando esa palabra en su cabeza, repitiéndola como si, al hacerlo, pudiera encontrarle algún tipo de lógica. Pero no la tenía. Era un absurdo. Era un castigo. Era una confirmación de que su vida nunca volvería a ser la misma. Quería ese bebé, lo había defendido con unas y dientes, pero no era uno… sino tres.No se hacía a la idea.Cuando estuvo frente a la puerta del apartamento, respiró hondo antes de girar la manija y entrar. El sonido de la televisión encendida y el aroma del café llenaban el espacio. Su madre estaba en la cocina, sentada en la mesa con un bolígrafo en la mano, revisando unas facturas. —Mamá… Camila levantó la mirada y su rostro se iluminó al
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Braguitas rojas
Maximiliano caminó por el pasillo con el ceño fruncido.Leticia le había dicho que la cena estaba lista hace rato, pero Ariadna no bajaba. Lo primero que pensó fue que quizás estaba dormida o que simplemente no tenía hambre, pero conforme se acercó a la puerta de su habitación, lo escuchó. Llantos. Ariadna estaba llorando. Se quedó inmóvil un momento, preguntándose si debía dejarla sola o intervenir. No era su problema… ¿o sí? Tocó la puerta con firmeza. —Ariadna. No obtuvo respuesta. Frunció el ceño y tocó otra vez, con más fuerza. —Voy a entrar. Giró la manija y empujó la puerta. La encontró acurrucada en la cama, con la cara enterrada en la almohada y los hombros temblando ligeramente. Maximiliano avanzó hasta quedar a su lado, sintiendo una extraña incomodidad al verla así. Se veía… frágil. —¿Qué te pasa? —preguntó con seriedad—. ¿Te sientes mal? Ariadna no se movió. —Déjame sola. Su voz sonó ahogada, quebrada. Maximiliano apretó la mandíbula. —No voy a irme si es
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De compras con mi futuro esposo gruñón
Ariadna bajó del coche con una emoción que no podía contener.Sus ojos recorrieron las tiendas lujosas que se extendían a lo largo de la avenida principal. Escaparates iluminados con las últimas colecciones, maniquíes vestidos con prendas de diseñadores exclusivos y el aroma inconfundible del lujo impregnando el aire. Había pasado demasiado tiempo sin darse un gusto. Desde que su padre la desterró de su antigua vida, había olvidado lo que se sentía entrar a una tienda sin preocuparse por los precios, sin sentirse miserable por no poder permitirse lo que quería. Y ahora, Maximiliano Valenti iba a pagar por todo. Se giró para mirarlo y, como lo esperaba, él tenía la expresión de alguien que estaba obligado a estar allí contra su voluntad. —¿Siempre tienes esa cara de amargado o es un esfuerzo especial para mí? —preguntó Ariadna con una sonrisa burlona. Maximiliano la miró con una paciencia que claramente se le estaba agotando. —Compra lo que necesites y terminemos con esto. Ariad
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El niño aquel... No es un niño
Maximiliano salió de la habitación, pero ya era tarde. Ariadna ya había bajado las escaleras. M*****a sea.Leticia había sido la que le avisó que la visita había llegado, y Maximiliano había salido de inmediato. Su error fue avisarle primero a Ariadna, en vez de bajar a ver a Víctor antes que ella.No entendía por qué demonios Ariadna quería ver a su exnovio si estaba embarazada de él y pronto se casarían. ¿Qué sentido tenía ese encuentro? Con pasos rápidos, llegó al borde de la escalera y se quedó inmóvil. Desde allí arriba, tenía una vista perfecta del recibidor. Y justo en ese instante, lo vio. Víctor. Pero no era lo que esperaba. Maximiliano había imaginado a un chico de dieciocho años, delgado, con rostro inseguro, nervioso, ansioso por recuperar a su novia perdida. Un adolescente desesperado. Esa era la imagen que había mantenido de Víctor desde que Ariadna hizo mención de él.Pero lo que vio fue otra cosa. Víctor era un hombre. Alto, de hombros anchos y complexión a
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Su propiedad
Víctor parpadeó varias veces, aún procesando lo que acababa de escuchar. —¿Trillizos? —repitió, sin apartar la mirada de Ariadna. Su voz no sonaba temblorosa, ni llena de duda, ni con esa fragilidad que Maximiliano había esperado encontrar. No se veía como un hombre derrotado. Ariadna tragó saliva y asintió con un movimiento apenas perceptible. Maximiliano cruzó los brazos, esperando que Víctor diera un paso atrás, que cediera, que se diera cuenta de que esto ya no era asunto suyo, que Ariadna ya estaba fuera de su alcance y que no tenía nada que hacer allí. Pero no lo hizo. Por el contrario, dio un paso adelante. —Ariadna, esto no cambia nada —dijo, con una seguridad irritante, dejando a Maximiliano Valenti cada vez más asombrado por la actitud del joven. Maximiliano sintió una punzada de molestia en la base del cuello. ¿De verdad estaba diciendo eso? ¿Por qué demonios decía aquello? ¿Solo era para quedar bien con ella o realmente estaba dispuesto a todo por Ariadna?—Clar
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Una noche olvidada
Maximiliano seguía de pie en la sala, con la respiración agitada y el pecho oprimido. No podía moverse. No podía reaccionar. Solo podía escuchar la puerta cerrándose con fuerza cuando Ariadna salió corriendo, con Víctor detrás de ella. Se pasó las manos por el rostro, sintiendo una rabia ciega consigo mismo. ¿Qué demonios acababa de hacer? No podía justificarlo, no podía explicarlo. Había perdido el control. Por Ariadna. Lo peor no había sido el beso en sí. Lo peor había sido la manera en que su cuerpo respondió. La manera en la que por un instante lo sintió bien, lo sintió real. Lo peor había sido el dolor en los ojos de Ariadna cuando lo abofeteó. Como si él la hubiera traicionado. Como si le hubiera hecho exactamente lo que todos los demás le habían hecho: decidir por ella. Apoyó las manos en la mesa de centro y cerró los ojos con fuerza. Amaba a Amelie. ¿No? Ese era el plan. Ese siempre había sido el plan. Entonces ¿por qué demonios había hecho algo tan estúpido?
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Desaparecida
Maximiliano no había salido de su habitación en toda la tarde. Se sentía atrapado en sus propios pensamientos, enredado en la confusión de lo que había sucedido con Ariadna. Sabía que había manejado la situación de la peor manera posible, que había dejado que su temperamento lo dominara y que, en lugar de aclarar las cosas, solo había empeorado todo. Ahora no sabía qué hacer con ella, con ellos. No podía verla a la cara. Cada vez que pensaba en Ariadna, recordaba la forma en que la había arrinconado con sus palabras, la manera en que todo se había salido de control. Se lo debía… le debía una disculpa, una explicación, algo que al menos hiciera que ella no lo viera como el monstruo que estaba empezando a creer que era. Pero no sabía por dónde empezar. El día se le había escapado entre sus propias cavilaciones, y cuando la noche cayó, se dio cuenta de que no podía seguir encerrado allí como un cobarde. Ariadna estaba en la casa, y aunque no supiera qué decirle todavía, al menos deb
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