Nunca imaginé que la tarde tomaría ese rumbo cuando fui a la oficina de Emanuel por unos informes. Entré esperando encontrarlo absorto en su trabajo, como siempre, pero en lugar de eso, dejó lo que estaba haciendo en cuanto me vio. Me entregó un delicado paquete con una sonrisa cálida y una mirada que parecía atravesar mis inseguridades.—Esto es para ti, Vero —dijo, extendiendo el paquete—. Quiero que te sientas especial en la fiesta.Sorprendida, lo tomé entre mis manos, preguntándome qué podía ser. Con un nudo en el estómago, lo abrí lentamente, como si fuera un tesoro, y ahí estaba: un vestido verde esmeralda, hermoso, como salido de un sueño. Parecía hecho a medida para mí, como si Emanuel hubiese sabido exactamente lo que necesitaba, sin yo misma saberlo. No pude evitar pasar los dedos suavemente sobre la tela, admirando su suavidad y cómo brillaba con la luz. Era perfecto, elegante, y al mismo tiempo, sencillo. Justo como yo.—Emanuel... —susurré, sin saber qué decir. Mis ojos
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