A un lado de la rueda de danzarines, vendían unas cervezas bien heladas, cubiertas por una muy fina capa de hielo, por las que les llamaban a las botellas de vidrio blanquecinas por el frío, «vestidas de novia» y decidieron refrescar el calor de esa hora, por lo menos con un par de ellas. Estas se transformaron en más de media docena cada uno, entusiasmados por el sonido cadencioso, el frenesí del baile, la hoguera en el medio del círculo de danzantes y el reflejo plateado de la luna que iluminaba la noche y dejaba un rastro plateado en las suaves aguas del mar cercano.Al llegar al hotel de regreso, habiendo quedado en habitaciones contiguas, Salvatore Miliani, según contaba, comenzó a plantearse la duda metódica, “¿Le tocaré la puerta?”.La imprudencia, propia de los efectos etílicos, hizo el resto. A pesar de la semiinconsciencia, al caerle con el primer bes
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