Aitana lo miró con serenidad:—No le debo nada a Yaritza ni a usted, señor Urrutia. En el trabajo, solo soy su superior, y en lo personal, cuando su madre se volvió a casar y Yaritza apareció, mi madre, como lo hubiera hecho otra en su lugar, no la aceptó. Sin embargo, la envió al campo, sí, pero le pagó todos sus gastos. Ni profesional ni personalmente le debo algo. ¿Por qué tendría que considerarla o ceder ante ella?El silencio llenó el auto.Thiago la observó. Llevaba un vestido sencillo que resaltaba su cintura delgada. Su rostro elegante mantenía esa frialdad característica, sus ojos claros y serenos. Aitana poseía una fuerza y determinación que casi hacían olvidar su deslumbrante belleza.—Lo siento, me equivoqué —dijo Thiago rompiendo el embarazoso silencio—. No debí pedirte que cedieras por Yaritza —continuó él con voz suave—. Aitana, eres una mujer excepcional. Incluso después del divorcio, mereces vivir tu vida.Aitana apretó los puños, conteniendo las lágrimas. Debía admiti
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