Por un momento, el tiempo se detuvo. Amira estaba al borde del acantilado, con el pecho agitado y las piernas temblorosas, mirando las furiosas aguas y las rápidas olas abajo. La figura de Alex ya había desaparecido entre la niebla, dejando solo el rugido del río como indicio de si había sobrevivido. “¡Esto es una locura!” gritó Luis, aferrándose a una rama como si fuera su último salvavidas. Detrás de él, el ominoso zumbido de los drones se hacía más fuerte. “¿Estamos seguros de que lo logró?” “¡Lo vamos a averiguar!” gritó Jonah, y con su característica sonrisa temeraria, se lanzó al abismo. El corazón de Amira se detuvo mientras lo veía desaparecer en la niebla. Se volvió hacia Luis, que ahora parecía un gato acorralado. “¡Luis, no hay tiempo! ¡Tenemos que saltar!” “¡Prefiero las probabilidades con los drones!” chilló. Pero antes de terminar, uno de los drones disparó y destruyó el árbol al que se aferraba. Luis lanzó un grito agudo cuando el suelo cedió bajo él, cayendo al
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