Sombras en el Horizonte

El laboratorio descendió en un silencio de penumbra total. El pulso de Amira se aceleró mientras tanteaba el lateral de su estación de trabajo en busca de la linterna de emergencia. En algún lugar de la oscuridad, escuchó a Luis murmurar: “Si esta es la versión de Alex de iluminación ambiental, renuncio oficialmente.”  

Un haz de luz cortó la oscuridad cuando Amira encendió la linterna. Su estrecho resplandor iluminó a Luis, encaramado de forma incómoda en la esquina de un escritorio, sosteniendo una lata de refresco medio vacía como si fuera un arma. Detrás de él, Alex permanecía perfectamente inmóvil, con una expresión inescrutable incluso en la tenue luz.  

—El suministro de energía de respaldo ya debería haber arrancado —dijo Amira, con la voz tensa—. Luis, ¿puedes…?  

—Ya estoy en eso —la interrumpió, sacando un teclado portátil como si lo hubiera conjurado de la nada—. Dame un segundo para pasar por alto el sistema. Y por “un segundo,” me refiero a que no me grites si me lleva un minuto.  

Mientras Luis trabajaba, Alex caminaba por la sala con una calma deliberada.  

—Quienquiera que haya enviado ese mensaje es más sofisticado de lo que anticipé. Han infiltrado nuestros sistemas y neutralizado nuestras medidas de seguridad.  

Amira le lanzó una mirada.  

—No suenas sorprendido.  

—No lo estoy —respondió Alex—. Sospechaba que alguien podría intentar interferir cuando comenzáramos a investigar. Esto lo confirma.  

—Espera, ¿sospechabas que esto podía pasar? —preguntó Luis sin levantar la vista de su teclado—. ¿Y no pensaste en mencionarlo antes? ¿Tal vez darnos un aviso del tipo “Oigan, puede que alguien apague las luces y nos envíe mensajes espeluznantes”?  

—No era relevante hasta ahora —dijo Alex con una calma exasperante.  

Luis levantó las manos.  

—Ah, genial. El clásico Alex. “Irrelevante” hasta que parece una película de terror.  

Amira estaba a punto de intervenir cuando la electricidad volvió de repente, y las luces del techo parpadearon al encenderse. Luis se reclinó en su silla, luciendo tanto aliviado como satisfecho.  

—Y por eso, amigos, siempre traes a un hacker a una pelea científica.  

Pero el alivio les duró poco. El monitor central cobró vida, mostrando una transmisión en vivo de un satélite sobre la Tierra. Olas de energía roja ondulaban ominosamente a través del Océano Pacífico, convergiendo en un único punto: una isla inexplorada.  

El estómago de Amira se tensó.  

—Ese es el epicentro. Es peor de lo que pensamos.  

Alex dio un paso adelante, entrecerrando los ojos mientras analizaba los datos.  

—La firma de energía está escalando. Si esto continúa, atravesará el núcleo en menos de un mes.  

Luis se inclinó más cerca de la pantalla, entrecerrando los ojos.  

—Vale, pero ¿por qué esa isla parece salida de un programa de supervivencia? No hay edificios, ni infraestructura. Solo jungla y… ¿es eso un volcán?  

Amira frunció el ceño.  

—Los picos de energía sugieren tecnología avanzada. Quienquiera que esté detrás de esto debe estar bajo tierra.  

—Fantástico —dijo Luis—. Nada grita “buena idea” como explorar una isla con laboratorios secretos subterráneos y volcanes activos. ¿Estamos seguros de que esto no es el argumento de una mala película de ciencia ficción?  

Antes de que alguien pudiera responder, el intercomunicador del laboratorio crepitó. Una voz distorsionada resonó por la sala, baja y amenazante.  

—Den la vuelta ahora, o enfrenten las consecuencias.  

Amira se congeló, apretando la linterna con fuerza.  

—¿Esos son… ellos?  

—Improbable —respondió Alex, con tono tajante—. Es una táctica de intimidación. Quieren asustarnos.  

—Bueno, está funcionando —murmuró Luis, escaneando el techo como si esperara que el intercomunicador le crecieran dientes y los atacara—. Voto porque no vayamos a la isla espeluznante. ¿Alguien me apoya? ¿No? ¿Solo yo?  

Ignorándolo, Alex tecleó un comando en la consola, silenciando el intercomunicador.  

—Están ganando tiempo. Cada momento que dudamos, la situación empeora.  

—¿Y cuál es el plan? —preguntó Amira, acercándose a él—. No podemos simplemente entrar a ciegas.  

Alex la miró, sus ojos tranquilos pero intensos.  

—No lo haremos. Ya he organizado el transporte. Salimos mañana.  

—¿Mañana? —balbuceó Luis—. ¿Parezco alguien listo para unas vacaciones tropicales mortales con 24 horas de aviso?  

—Te las arreglarás —dijo Alex sin perder el ritmo.  

Amira contuvo una sonrisa mientras Luis refunfuñaba. Pero bajo el humor, un nudo de ansiedad se apretaba en su pecho. Las apuestas subían más rápido de lo que podía procesar, y la presencia sombría que vigilaba cada movimiento solo lo empeoraba.  

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